31. ¡Bum!

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Cuando la realidad es compartida, la información puede ser interpretada bajo la subjetividad de quien la recibe y, por extensión, percibida muy distinta entre el mismo grupo de personas que la reciben. Los ánimos no ayudaban y el recelo saltaba como una chispa en un campo de hierba seca, prometiendo adorar a Satán en la Tierra mediante el sacrificio del fuego. El mensaje recibido en un móvil de mercenario, fuera Omega, Alfa o Pi, no podía ser presagio de buen augurio. Por lo menos, para Nayua, quien sentía la presión de centrifugar si le daba una vuelta más al asunto.

Por otro lado, debían dejar pasar el tiempo hasta que las aguas amainaran y volvieran a su cauce. Primero sin salir del escondite durante un tiempo prudencial. Después, con la prudencia del tiempo. La noche no estaba para pamplinas, harta de aguantar el tipo, se había fugado detrás de unos nubarrones aún más oscuros.

Nayua miraba de reojo a Jon. Jon miraba pensativo con una sonrisa de medio lado a Hunter. Hunter, poco acostumbrado a perder el control, imaginaba a Nayua entre sus brazos. Para él, de locos, jamás le había ocurrido algo así. Jamás.

—¿Qué dice el mensaje? —se aventuró a preguntar la mujer.

—Nada de tu incumbencia —respondió Jon jugándosela.

—No estamos para pamplinas ¿no eras ahora todo sinceridad? —inquirió la que fue su amiga.

—Que te mate y te descuartice, luego haga sopita y así no deje ni rastro —concluyó Jon Alexei sin perder un ápice de frescura gay.

—No tiene maldita la gracia —añadió Nayua.

—Relájate, mujer, confía en mí —dijo el Omega disponiéndose a salir.

La profesora lo miró con una mezcla de desprecio, desdén, desconfianza, cansancio y aburrimiento que si a Dios le hubiera dado por agitarlo todo seguramente hubiera descubierto una nueva dimensión.

—Voy a atar algunos cabos sueltos —dijo Jon a Hunter, con un tono que claramente escondía más de lo que revelaba.

Hunter, más acostumbrado a la vigilancia de toda la existencia que a la sencilla y simple distracción que Nayua provocaba, asintió sin mucho convencimiento, con un gesto taciturno. Su aspecto, con barba de varios días, no era para asistir a eventos elegantes precisamente. Los días de tensión acumulada y la falta de una higiene decente, con lavados más propios de felinos que de humanos, le confería una apariencia desaliñada e interesante, casi carnal.

—No hagas nada que yo no haría —respondió el mercenario a su mentor, no sin cierto recelo, intentando mantener la ligereza en un ambiente cada vez más cargado, y procurando centrarse en las posibles opciones, controlador.

Jon sonrió brevemente, de nuevo, una sonrisa que no llegaba a sus ojos, cargados de estrategia y precaución.

—Eso deja muy poco margen, amigo —replicó—. Tampoco tú, que te noto lobo hambriento —dijo de nuevo sonriendo mirando a Nayua. 

Se deslizó en la noche como quien se sumerge en aguas desconocidas. Nayua, sin embargo, quedó atrapada en aquel último comentario preguntándose qué había podido decir. Cuando miró a Hunter ¡bum!, vio algo que no esperaba encontrar. "¿Me está mirando como ojos de corderito?", pensó impactada.

—Habrá ido a fumar fuera y no desquiciarte más —comentó Hunter, intentando romper el silencio incómodo y tranquilizar a Nayua o, quizás, intentando enviarse a sí mismo ese mensaje. 

Pero, sobre todo, intentando que todo fuera más racional y menos intenso, para ambos. Para todos. Sin embargo, percibía la distancia entre él y ella como una danza no bailada, llena de pasos no dados y palabras no dichas. Nayua, absorta en su propio mundo de pensamientos, que a ratos le daba la razón al comentario de Alexei y a ratos le parecía descabellado, apenas notaba la tensión que emanaba de Hunter. El esfuerzo de Hunter estaba surtiendo efecto. Su mirada aún fija en la puerta por la que Jon había desaparecido, se volvió lentamente hacia Hunter con un pensamiento que le atravesaba la mirada. Sus ojos, reflejos de una mente que a una velocidad que ya quisieran la computación cuántica, buscaban respuestas en el silencio.

—No entiendo su juego —dijo finalmente, su voz era una mezcla de frustración y curiosidad—. ¿Qué está planeando Jon?

Hunter, sintiendo la pesadez del aire entre ellos, se esforzó por mantener la calma. Le resultaba harto irritante que su mente, y a veces su cuerpo, se comportara ajeno a su voluntad. Era como si el doctor Jekill hubiera sido vencido por un míster Hyde que jamás fue invitado a la fiesta ¿de dónde coño habría salido ese descerebrado loco? Pensaba absurdamente indignado de sí mismo. Aun así, consiguió que claudicara, y la medicina y la ciencia triunfaron como siempre sobre el mundo irracional.

—Jon siempre tiene un plan, pero rara vez es lo que parece a primera vista —respondió, recobrando a ratitos su cordura e intentando leer entre líneas lo que su mentor podría estar tramando.

—Pero, ¿y nosotros? ¿Qué papel jugamos en todo esto? —insistió Nayua, su tono revelaba una inseguridad apenas disimulada.

—Somos piezas en un tablero más grande —admitió Hunter, su mirada se desvió hacia el exterior del descarnado piso—. Piezas importantes, pero aún así, piezas.

En ese momento, la tensión entre ellos se convirtió en algo tangible, un hilo fino que conectaba sus incertidumbres y sus destinos. A él le firmaba la existencia el deseo más irracional que jamás había sentido. A ella, la decepción vestida de desconfianza. Pero ambos en tensión suprema.

—¿Y tú? ¿Qué tienes planeado tú? —y eso fue más una pregunta a sí misma en voz alta que la llamada de auxilio con el que fue planteada en un primer momento.

—Por mí no debes preocuparte —confesó Hunter, sincero.

Sin ser consciente de que ni él mismo sabía cuál era su plan a esas alturas, se acercó a Nayua solo por el magnetismo que se acrecentaba dentro de él.

—Deberíamos intentar descubrir más —sugirió Nayua, su espíritu científico desafiando la incertidumbre del momento.

Hunter asintió, sin más. En ese momento, si le hubiera pedido que hablara en etrusco mientras saltaba a la pata coja, muy probablemente, lo hubiera hecho.

—Vamos a seguir los pasos de Jon —decidió al fin, y la voz de la lingüista sonó firme, con esa  determinación que ya la había acarreado todos esos problemas.

Al salir detrás de Jon, una inmensa luna llena gritó que no era buena idea con su luz reveladora.

—Ahora me explico —suspiró Hunter.

Nayua, que captó el mensaje pero no interpretó certeramente, añadió:

—Sí, la luna llena tiene una poderosa influencia en las personas, pero a mí me tiene frita otra cosa —murmuró mientras decidía su camino para espiar.

Que los ciclos de la luna alteran a las personas no era una cuestión de esoterismo, era ciencia pura, y Hunter lo sabía. Pero se empezaba a sentir indefenso ante la atracción tan precipitadamente creciente que sentía por Nayua, casi le daban ganas de aullar. Todo su temple y su experiencia a merced del instinto más simplón que sufren los seres vivos ¿cómo era posible que una mujer despertara algo que jamás supo que se encontraba dentro de él? No era gay, pero tampoco se había sentido tan primavera en la vida. ¿A estas alturas de la madurez? Sí, se afianzaba en la idea de que se le iba hacer muy larga la existencia. 

Sin saber muy bien si pensaba o susurraba imperceptiblemente, totalmente resignado y cansado de la situación y las noches en vela, dijo:

—Si yo te contara... 

Mi sueño en tu bocaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora