-La quiero bajo mi control hoy mismo -ordenó Dan remangándose una carísima chaqueta de traje que había combinado hábilmente con unos vaqueros gastados y unas bambas All Star negras .
-Era imposible darle alcance, señor -confesó Pol con la boca pequeñita sin querer destacar.
-Corría como un guepardo cazando presa -añadió Fran con la cabeza gacha.
-¿Es que llevaba ruedas en los tacones y motor a reacción en el culo o qué? -se ofendió de la incompetencia de sus subordinados.
Dan Martin, de madre cherokee y padre angloamericano, el rey de la medicina alternativa, posiblemente el mecenas más caprichoso del mundo de la cultura. Moreno, con corte de pelo chalamet, sus ojos grises rodeados de pestañas curvadas y largas le daban un aire elegante y misterioso. Debía su fortuna a haber aglomerado todas las farmacéuticas que se dedicaban a la investigación de lo que la medicina tradicional llamaba pseudomedicina, las medicinas naturales y alternativas. Una segunda oleada de información de alto secreto al estilo Wikileaks provocó que el mundo se enterara de que las farmacéuticas tradicionales habían estado silenciando sistemáticamente los estudios que demostraban que de pseudo no tenían nada y que, algunas, curaban enfermedades que las farmacéuticas amortizaban cronificándolas. Por ese motivo se había hecho de oro. Todos los medios de comunicación apuntaban a sus habilidades informáticas como las responsables de dicha filtración. Nunca se supo.
-Puede que no fuera ella, es una investigadora, eso quiere decir pasarse la vida sentada... -Pol siguió hablando, como si sus pensamientos se hubieran subido a la silla de hablar en voz alta.
-Y ese culo no era de silla... -susurró Fran.
-Mi contacto en la Madrid os pasó el informe -y señaló al dossier que había sobre la mesa-. Está investigando en la Biblioteca Nacional, llegó de Italia hace una semana. Si habéis seguido las instrucciones como os ordené, al pie de la letra, es imposible fallar -dijo mientras le hacía un gesto a Pol para que le acercara dicho informe de nuevo.
-Nosotros hemos localizado a quien decía el informe. Pero no cuadra -contestó Fran con los dichosos papeles en la mano-. Esa mujer parece más una valkiria que una profesora.
-Dame eso -Dan le arrancó el informe y lo abrió precipitadamente, provocando que una foto de la profesora cayera al suelo.
-Esa es exactamente la mujer que se nos ha escapado -aclaró Pol señalando la cara de Nayua en una foto en la que se veía a la investigadora en medio plano.
El señor Martin miró durante unos segundos a la mujer de la foto, no se había molestado en mirar el expediente más que por encima. Se acercó a un detalle y paso el dedo índice levemente. Nayua llevaba tatuado un nudo celta en la cara interior de la muñeca derecha. Realmente no tenía pintas de profesora al uso. Era una mujer sensual, de rasgos entre hindús y hawaianos, de estatura mediana, de apariencia ágil. Ojos felinos, nariz pequeña, labios gruesos y pelo recogido en una esponjosa y larga trenza a punto de soltarse.
-Maldita sea -masculló Dan-. No puede ser...
Los dos secuaces se miraron sin entender nada. Malditas las ganas de preguntar. Ambos preferían almorzar dudas que comer problemas.
Su jefe introdujo los cinco dedos de la mano izquierda en un artefacto electrónico y se activó un clic. Con la otra mano empujó una especie de espejo que se abrió, dejando entrever que el grosor del mismo era francamente anormal, tanto como para aguantar el impacto de un proyectil de grandes dimensiones. El espejo era la puerta de una caja fuerte de última generación, con una pequeña batería radioactiva que garantizaba la electricidad durante toda la vida útil del artefacto. Sacó una pequeña y extraña caja de ébano, marfil e incrustaciones preciosas. Era del tamaño de un libro grueso. La abrió y enseñó su contenido a Pol y Fran mientras les ordenó:
-Traédmela.
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Mi sueño en tu boca
RomanceCuando la vida de miles de personas depende de que una experta lingüista traduzca el manuscrito de Voynich, jamás descifrado, la popularidad pondrá en peligro su propia vida. Pero si, además, se convierte en la obsesión de quien provoca dicho peligr...