Un ruido ensordecedor se cernía sobre el ático. Un enorme helicóptero aterrizó en el helipuerto y, mientras sus hélices aún seguían agitando la noche, desafiando la oscuridad con sus aspas cortantes, dos de sus tripulantes saltaron al suelo.
-Es la hora -dijo Dan, con la tranquilidad de quien controla su propio destino, y el de otros.
Nayua no contestó, simplemente seguía desconcertada. Y asustada. Y expectante. La piloto y el copiloto no se bajaron del aparato. Iban vestidos iguales, pero de paisano, aunque la ropa era casual, estaba claro que tenían formación militar. Se dejó guiar a la expectativa, porque los gatos son dóciles cuando quieren algo. Y Nayua quería tanta información como la que ella ya había brindado, lo que en latín se conocía como quid pro quo, una cosa por otra. No le preocupaba tanto dónde iban a ir sino por qué estaba ocurriendo todo aquello. Tendría que esperar, paciente y alerta, la oportunidad que le brindara el destino, saber reconocerla y, sobre todo, aprovecharla justo en el momento. Debían subir por el exterior un piso más.
El empresario daba órdenes solo con gestos y los demás las acataban sumisos, algo que no gustó a Nayua: o era peligroso y temido o pagaba demasiado bien. En ninguno de los dos casos se sentía cómoda. Entró en escena una tercera mujer elegantemente vestida con traje de chaqueta gris de raya diplomática y tacones de punta ancha color beis.
-Todo está preparado, señor -dijo la misteriosa mujer mientras se aseguraba de que ningún mechón rebelde se había escapado de su moño italiano a causa de la ventolera provocada por el aparato.
-Gracias, Paola -sonrió educadamente su jefe.
Desde el interior del ático comenzaron a subir cajas, baúles y maletas hacia el helipuerto.
Nadie supo de dónde vino aquel petardeo, casi irreconocible por el ruido de los rotores del helicóptero, pero cuando quisieron darse cuenta un hombre armado ya estaba tumbando uno a uno a toda aquella persona que se le interpusiera entre él y su meta. Todos los allí presentes que quedaban de pie, excepto Nayua que no entendía nada, tomaron posiciones para defender a Dan Martin. Sin embargo, Dan, que estaba algo tocado por el alcohol, tomó las riendas de la situación y cogió un arma, apuntando hacia donde había ubicado al intruso, ya posicionado detrás del gran sofá.
-Estás acorralado -gritó Dan sin obtener respuesta.
Siguió dando órdenes a los pocos que quedaban para que fueran retirándose fuera del ático del hotel o se posicionaran para ser evacuados en el helicóptero. Cuando le indicó a Nayua, detrás de un enorme macetero con bambúes, que avanzara hacia él no se movió un ápice de su sitio, asustada, como conejo deslumbrado en la noche.
Si el diablo hubiera apostado por Dan esa noche, hubiera perdido. En pocos minutos, Nayua estaba de nuevo atada, en el asiento del copiloto en un helicóptero que despegaba pilotado por Hunter como únicos pasajeros. Todos los demás quedaban en tierra, desparramados por aquí y por allí, sin bajas, mínimamente heridos o inconscientes.
-Si hubiera estudiado para militar seguro que me hubieran enterrado en papeles en un despacho -susurró Nayua, sarcástica.
-No sé qué hace usted ni quién es. Lo que sí sé es que no está usted pagada.
-¿Sería mucho preguntar cuánto valgo? -preguntó Nayua.
-Quien no paga a Hunter le debe una vida.
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Mi sueño en tu boca
RomanceCuando la vida de miles de personas depende de que una experta lingüista traduzca el manuscrito de Voynich, jamás descifrado, la popularidad pondrá en peligro su propia vida. Pero si, además, se convierte en la obsesión de quien provoca dicho peligr...