27. Luca

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Las sombras alargadas del crepúsculo se arrastraban por las calles desiertas, engullendo todo lo que encontraban a su paso, inmisericordes, preámbulo a la desconexión global de la conciencia, periodo de carga nocturna compartido por toda la ciudad. El paralelismo nocturno de desconectar del servicio para recargar la batería, como los móviles. La madrugada, esa amenaza de bucle de oscuridad que precede a la luz. El amanecer como fénix, del que se resurge cada día.

Jon Alexei caminaba solo, cada paso resonando contra el asfalto cansado de mantener el tipo, como un eco distante de un pasado pegado al alma como chicle a zapato. No había palabras, solo el sonido sordo de sus pasos y el fuerte latido de su corazón, marcando el ritmo de un retorno no deseado pero inevitable.

El orfanato, ahora a la vista, se erguía como un monumento a memorias nunca olvidadas, sus paredes desgastadas por el tiempo guardando ecos de risas y lágrimas de niños que necesitaban un hogar como el abrazo de una madre, como aire para sus pulmones. Jon se detuvo, observando. No había necesidad de entrar; cada ladrillo, cada ventana rota, contaba una historia que él conocía demasiado bien. Desde la distancia, vigilaba. Imaginar nuevos niños jugando en el patio se entremezclaba con los fantasmas de su propia infancia. Jon sintió un escalofrío, no de miedo, de oscuridad en el alma, de frialdad en el corazón. La noche avanzaba y con ella, el momento de enfrentarse a su pasado. Se arrebujó en el abrigo, estiró las solapas hasta que ocultó sus orejas y se fumó un pitillo como el que roba la vida a seres inferiores, a pequeños sorbos de su propia alma.

Se deslizó por aquel edificio conociendo perfectamente por dónde entrar y salir, qué esperar o a quién encontrarse. Llegó donde quería llegar, al dormitorio de Raoul. Y allí lo encontró dormido, resoplando como un cerdo, en su última fase de sueño, preludio de un nuevo día.

-Luca dice hola -dijo Alexei.

De repente, el silencio. Alexei permanecía inmóvil apoyado en el quicio de la puerta. Raoul había dejado de roncar. Estaba despierto. Alexei lo sabía. Raoul sabía que aquel adolescente sabía que lo sabía.

-¿Quién eres? ¿Qué quieres? -preguntó sin ni siquiera abrir los ojos, con el desdén de quien cree inferior a todos los que le rodean.

-A ti -contestó aquel desconocido.

-¿Te has enamorado? Ven con Raoul -dijo mientras se incorporaba con la mirada sucia y lasciva, pensando encontrar en aquel adolescente lo que le robaba diariamente a aquellos desdichados huérfanos.

Alexei se acercó, tranquilo, mirándolo a los ojos, con una serenidad de quien escribe paz con la mirada y esculpe armonía con los gestos. Se sentó en la cama, en la distancia, pero al lado de alguien que había elegido la falta de higiene como derecho propio.

—Luca te manda saludos -volvió a repetir, tranquilo, sereno, frío.

—¿Y quién cojones es Luca? ¿Otro niño perdido que me busca por las noches?

—Se te ha olvidado... —susurró mientras seguía mirando a Raoul fijamente, siendo consciente de que si nunca le importó, jamás lo recordó.

—Es fácil olvidarse de los niños olvidados -soltó aquel aborrecible engendro. Al fin y al cabo, una verdad como un castillo, lo que provocó su estúpida sonrisa de fanfarrón mediocre que se ríe de sus propios chistes, encantado de haberse conocido. Un degenerado que encuentra la oportunidad del cobarde en la miseria del ser humano.

—Los desconocidos lo son cuando nadie los conoce —Alexei continuó hablando como un autómata, sin el más mínimo resquicio de sentimientos. 

—Aquí no los conocemos -rio Raoul.

—No es lo mismo ignorar que desconocer.

—Los niños vienen y van. Es el juego del olvido ¿no crees, muchachote? -le dijo mientras con la mano le daba palmaditas a la cama para indicarle que se sentara más cerca.

Alexei se acercó, pero su presencia serena pero sombría, su mirada vacía, su ausencia de signos de intenciones, su aspecto familiar pero desconocido que comenzaron a ser una quietud inquietante.

—Algunos juegos terminan mal, especialmente para aquellos que olvidan las reglas —susurró Alexei, próximo.

Pero Raoul, malinterpretando el tono, sonrió con condescendencia.

—¿Vienes a aprender las reglas con Raoul? -preguntó aventurándose a tocar a aquel desconocido.

Un suspiro casi imperceptible escapó de los labios de Alexei.

—He venido a enseñarlas.

Solo fue un gesto, no necesitó más. Un estilete extremadamente afilado y firme había atravesado el cerebro de Raoul a través de su ojo.

-LU... CA... -le susurró al oído mientras las neuronas de Raoul terminaban por desconectarse.

Raoul se extinguió como símbolo de redención de todas las injusticias que había conocido aquel orfanato. Y Luca, ese tierno y dulce ángel, como profeta de dicha redención. Esa fue la penúltima vez que Alexei pronunció el nombre de aquel chiquillo inocente, aquel ángel que, por ofrecerle humanidad cuando niño, se vio privado de sus alas. Porque no hay nada más cruel que el amor pagado con muerte.

El primer rayo de sol detuvo su brillo en los ojos de Alexei. El primer rayo de sol que encarceló a Jon, en aquel momento, en lo más profundo y abismal de Alexei, ese niño que una vez fue, ese niño que una vez vivió entre aquellas malditas paredes. Aquel niño ignorado. Pero Alexei ya no era un niño herido en el alma, con el último suspiro de esperanza colgado del hilo de la inocencia. Ahora era un hombre, a pesar de sus escasos dieciséis años, sin esperanza, sin inocencia. Sin alma. 

—Luca...

Mi sueño en tu bocaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora