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Había comenzado a llover y todavía no había llegado a su destino. Por lo menos, tenía comida en el estómago gracias a la última manada en la que se infiltró. Cuando se enteraron de que en realidad sí era un lobo la habían perseguido hasta hace un par de metros. Así se ganaba la vida. 

No tenía manada y tampoco olor, por lo cual era fácil confundir a sus adversarios. Al principio lo consideró como un peligro. ¿Y si su manada se arrepentía y no conseguía encontrarla?

Pero claro, no se iban a arrepentir.

Vio, a lo lejos, los límites de una de las manadas más fuertes del mundo. Se apresuró y cuando estuvo algo más cerca, cambió de forma. Ahora era una simple chica. Una simple chica desnuda. Le daba igual. Diría que había sido abandonada en el bosque y ellos se lo creerían todo. Estúpidos...

Cuando estaba a punto de cruzar aquella barrera escuchó un par de voces. Sonrió diabólicamente. Aquí empezaba su trabajo. Se agachó y se untó barro en las rodillas, en los brazos, en la cara. Se puso hojas en el pelo. Rozó su mano varias veces con la corteza de un árbol asta que una gotita de sangré salió de ella.

Olisqueó el aire cuando una ráfaga de viento se dirigió a ella. Guerreros. Eso es, la manada de los guerreros. La manada más fuerte del mundo. Se quedó esperando y escuchó una parte de la conversación.

-Hoy se acaba la época de celo, y empieza la de cría.

-Sí, y el alfa todavía no tiene ni compañera ni nada que criar.

-Dijeron que le quitarían el puesto si no encontraba a una buena loba.

Parecían preocupados, aunque nada de eso había afectado nunca a la chica. Con el tiempo había descubierto algunas cosas sobre los lobos negros. Son los más rápidos y astutos, aunque carecen de una fuerza excesiva. No tienen olor, aunque tienen un buen olfato. Las épocas de celo o la de cría no tienen efectos en ellos. Nunca les atrae su compañero, es decir, si lo tienen delante, el mate se estará volviendo loco por haber encontrado a su pareja, pero los lobos negros ni si quiera quedarán atraídos.

Decide salir en ese momento. Imita quejidos, se tambalea e intenta mantenerse de pie. Los tres chicos abrieron los ojos de golpe y se miraron.

-Ayuda-Susurró sin voz.

Cuando los tres salieron corriendo a por ella, se acurrucó en el suelo y esperó.

Se cubrió la cara y sin que ninguno se fijase, se frotó los ojos, dejándolos rojos y algo hinchados.

-¿Quién eres?- Pregunto uno, haciendo un intento de voz suave.

-No lo sé- Dijo ella, con voz temblorosa. Se arrastró hacia atrás, aparentando tener miedo.

-Llamad al segundo mando- Ordenó el más grande.

En el momento en el que uno salió corriendo y le escuchó transformarse a lo lejos, subió la mirada. Los dos que quedaban la miraban con pena.

-¿Qué sois?- Preguntó ella, fingiendo no entender nada.

-No tenemos nada que decir a eso, señorita.

Era obvio que no iban a decírselo. Iban a avisar a alguien importante y luego la iban a llevar a una reunión en la que hablarían sobre ella. A los tres días decidirán desterrarla, y en ese tiempo ella ya se habrá divertido suficiente. Luego se transformará, les amenazará y ellos harán lo que mande, sin excepciones. Luego se aburrirá y les dejará sin comida para luego marcharse a buscar más problemas en otra parte.

Acompañado por el chico de antes, vino uno bastante serio.

-Tengo más problemas de los que ocuparme, no puedo estar pendiente de una niñata que entra en nuestro territorio desnuda. Meterla en las rejas.

Las rejas. Nunca había oído esa expresión, pero sonaba verdaderamente mal.

-Las rejas están ocupadas por el Alfa, señor.

-Sabrá controlarse, es solo una humana. Y sino, en mal sitio ha caído. Tendremos una reunión para decidir sobre ella. Avisad a los cargos importantes.

Los tres chicos, que parecían ser simples guardianes, bajaron la cabeza a modo de asentimiento. Sin ninguna clase de cuidado, la cogieron de los brazos y la arrastraron hasta un pequeño poblado. Todo el mundo la miraba. Iba desnuda, era normal. Y a ella no le importaba en absoluto.

Siguieron andando hasta una vieja cabaña. Entraron en ella y bajaron por unas escaleras de piedra que parecían poder caerse en cualquier momento. Al final de estas, había una pequeña cárcel, sin luz. Unas rejas la cerraban. Parecían resistentes.

-Alfa, tienes compañía- Dijo uno, abriendo aquella cárcel con unas pequeñas llaves.

Se escuchó una constante lucha con cadenas. Y seguido de aquello, un rugido que dejaba con la piel de gallina. La soltaron en el suelo para taparse los oídos. Ella sabia que los mandatos de un Alfa, si eran escuchados, eran irrompibles. Salieron de allí, a la velocidad del rayo, cerrando las rejas.

No podía creerse que la fuesen a tener allí, sin ropa, tirada en un suelo de piedra algo mojado. Con un Alfa.

Escuchaba aún los gruñidos de aquel lobo, y lo vio a través de la oscuridad. En seguida se dio cuenta de que ya no obligaba a nadie a sacarle de allí, ahora gruñía por ella. Estaba pidiendo que se acercase. Vio como tomaba aire por la nariz, olfateando a la chica. Comenzó a respirar rápido.

La loba negra lo supo en seguida. Aquel Alfa acababa de encontrar a su mate y no iba a dejar que se fuese. Se alejó todo lo que pudo, le repugnaba aquello. No iba a permitir que alguien creyese que le pertenecía. De ninguna manera, ella ahora era libre.


She wolf [SHE 1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora