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Ya no podía verla, oírla u olerla. Se sentía vacío. No recibía mensajes sobre las cortezas de los árboles. Pero la seguía queriendo. Pensaba en la luz de sus ojos y en su sarcasmo. Quería que ella volviese y se quedase a su lado.

Parecía que ella le había olvidado. Ahora que Ian se había convertido, demasiado temprano para su edad, aullaban juntos, llorando una pérdida que les destrozaba el coraón.

Ambos hacían vida normal, cuidaban de la manada juntos y estaban atentos a los lobos negros, en especial Ian, que ahora era uno de ellos. La manada se había concienciado de que aquella especie era normal, como todos. Solo les faltaba cariño, un abrigo donde refugiarse cuando hace frio. El pequeño diablo era, en efecto, un lobo sensato e inteligente, el afecto no le faltaba y tenía esperanzas de que su madre, Makayla, volviese con él. Los conflictos de la manada se había solucionado, en efecto, cuando Makayla huyó.

Noah

-¿Qué? No, claro que no voy a correr detrás de Makayla, no voy a dejar a mi manada descuidada.

Mi padre había vuelto de un largo viaje. Había salido de donde se encontraba en cuanto le llegó la noticia de que realmente había encontrado a mi pareja. Ahora que estaba aquí y Mak no se había presentado a recibirle, él no se lo creía. No se creía que pudiésemos estar separados. Y yo no podía, pero debía hacerlo.

-Mira, hijo, un lobo que ha encontrado su amor verdadero y lo ha perdido, se vuelve un lobo débil, casi inservible. No estoy seguro de que puedas estar al mando.

Di un golpe en la mesa y todo lo que había en ella dio un pequeño bote.

-El amor no consiste en depender de una persona para vivir y si eso es lo que piensas, es que no era amor, solo atracción -grité, furioso y enfadado, con un calor en el rostro que iba en aumento-. Además, tengo un hijo, tengo motivos para quedarme.

Me miró fijamente, clavándome la mirada. Sus ojos cambiaron de color durante un rato y luego volvieron a su forma original. Un aullido nos hizo apartar la mirada y dirigirla hasta la ventana. Venía de dentro de nuestro territorio y conocía bien aquel aullido. Era Ian. Pero su tono era de dolor. Había algo mal en él. Me quedé paralizado y lo siguiente que escuché fue un rugido de amenaza. Corrí hasta el lugar del que provenía, dándome cuenta de que mi padre ya llevaba algo de tiempo allí.

Le empujé. Se encontraba amenazando a Ian, el cual estaba en forma de lobo. No recordaba el odio que mi padre les tenía. Mis colmillos se agrandaron y se los enseñé.

-No. Él es de los nuestros.

Le dejé en el suelo y fui a por Ian. Un círculo se había formado a su alrededor y el diablo mantenía la calma como podía. Gruñía, caminando en círculos.

Me puse en el centro, junto a él y me arrodillé. Alargué una mano con cuidado. Se echó hacia atrás y me dio la sensación de conocer ese movimiento. El movimiento de un lobo negro. Esperé quieto mirándole a los ojos. Cuando sus pupilas se dilataron, me convertí y salté hacia él, frenándole. Había intentado atacarme. Se volvió a colocar en su posición, algo desconcertado. Yo no me moví.

Le miré fijamente. Ian temblaba, aunque aquello era casi inapreciable.

-Ian, soy yo. No pasa nada -comencé a hablarle suavemente mientras abría mi mano en señal de paz.

A partir de ahí todo ocurrió muy rápido. Alguien más se unió a nosotros atacando al diablo. Este, sin compasión, se lanzó al cuello del otro lobo al que reconocí rápidamente como mi padre. Me convertí en mitad de un salto y me interpuse entre ellos. Mala idea. Ambos atacaron hacia mí. Recibí dos golpes y caí al suelo. Me levanté y me lancé encima de Ian, dejándole bajo mi gran cuerpo de lobo, prácticamente inmóvil. Gruñí a mi padre. Un rugido ensordecedor salió de mis fauces, provocando que aquel lugar se quedase congelado. Sentí el cambio de Ian como si fuese el mío, debido al contacto. Fue el cambio más doloroso que he presenciado alguna vez. Casi caigo al suelo del dolor y pude sentir como una pequeña gota resbalaba hasta mi hocico y caía al suelo. El chico quedó desplomado bajo mi refugio y mi padre siguió mostrándole los dientes. Miré a Ian, parecía sin vida, se encontraba pálido y respiraba con demasiada suavidad. Sus ojos se encontraban cerrados, bañados en lágrimas y rodeados de dos círculos morados, uno en cada ojo. Comencé a respirar forzadamente y moví su cara con mi hocico. No reaccionaba. Escuché varios lamentos lejanos. Eran míos. Todo el sonido que recibía en estos momentos era un pitido, agudo y constante. Ignoré las amenazas de mi padre y, transformándome en humano de nuevo, corrí a casa con mi hijo en brazos. Todos mis músculos estaban petrificados.

Dejé a Ian en un sillón y toqué su frente. Quemaba como el hielo. Su frío era antinatural. Le arropé e intenté darle calor como pude.

-Ian, pequeño, dime que estás bien. Vas a estar bien. Yo y Mak te queremos. Por favor Ian -susurraba, sin descanso, mientras acariciaba su rostro.

Comenzó a toser, incorporándose levemente.

-Papá -dijo con voz ronca y enfermiza. Su llanto estalló cuando descubrió que le sangraba la nariz.

La puerta de la casa se abrió de golpe. Mi padre entró por ella.

-No voy a permitir que estés del lado de las bestias. Te ordeno que te vayas ahora mismo de aquí y no vuelvas a pisar este territorio. Aléjate de nosotros Noah. Ni tú, ni los lobos negros merecen alguna clase de respeto.

Sentí algo romperse dentro de mí, no por el hecho de que me estuviese exiliando de la manada, sino por su odio hacia la especie de mi hijo y la de mi querida Makayla. No pensaba discutir con él. Ian tiritaba entre mis brazos y aquello era más importante que una estúpida discusión. Tomé en brazos a mi hijo, envuelto en un par de mantas.

-No me pidas que vuelva a salvarte el trasero cuando estés en peligro -comuniqué con asco mientras metía un par de cosas en una mochila.

-No te pediría ayuda nunca, eres un traidor y ya sabes lo que pienso sobre los traidores.

Con Ian en brazos salí de aquella casa con un portazo y descubrí un montón de gente a las puertas de mi casa. Me miraban con tristeza. Entre aquellas personas pude divisar a una chica humana, la única que habló alguna vez con Mak. Lloraba y refugiaba su rostro en el pecho de su chico. Este me miraba con dolor. Sabía que quería decirme algo. Descubrí a su hijo, también en sus brazos. Gritaba y lloraba. Su padre negó con la cabeza, hacia mí. No podía poner en peligro a su familia, pero quería venir con nosotros. Me alegraba de que fuesen una familia tan unida. Fui dejando todos aquellos rostros atrás mientras caminaba, susurrándole a Ian que íbamos a estar bien.

Cuando puse un pie fuera del territorio, muchas preguntas vinieron a mi mente: ¿Qué haría ahora? ¿Cómo ayudaría a Ian? ¿Dónde viviría ahora?

Todas aquellas preguntas se resolvían en mi interior con una sola respuesta. Makayla. Al final si iba a correr tras ella. Al menos tenía un motivo más grande que mi sensación de pérdida y soledad.

-Papá, lo siento -se lamentaba el pequeño, aún con su nariz sangrando-. Ha sido todo mi culpa.

-Ian, ninguno de los dos tiene la culpa de nada. Vamos a buscar a mamá, ¿quieres?

Asintió. Volvió a pasarse la mano por la nariz. Besé su frente.

-¿Qué me pasa? Tengo miedo.

-No lo sé, Ian, no lo sé. Pero sea lo que sea voy a estar contigo y voy a cuidarte.

Su palidez era inquietante. Estaba enfermo, algo en su cuerpo no estaba reaccionando bien. Caminé hacia el lugar de donde había venido el último aullido de Makayla. Desde aquel lugar, tendría que seguir a mi instinto. Intentaría comunicarme con ella, de alguna manera.

Makayla

Dolor. Dolor, dolor, dolor. Lo único que podía ver ahora mismo era la oscuridad más inquietante que jamás había presenciado. Y sí, tenía los ojos cerrados. Pero nunca había sentido aquello. Un dolor fuerte en su pecho. Una parte de mí estaba muriéndose. Sentí una mano en mi frente y unos brazos a mi alrededor.

-Estoy contigo Makayla. Tranquila, no va a pasarte nada -habló una voz masculina.

Me aferré a aquel sonido y agarré la mano del chico, jadeante.

-Estoy bien, gracias -sentencié, abriendo lentamente los ojos.

Mi mirada chocó con unos ojos marrones. Pensé que podría mirarlos durante mucho tiempo y todo a mi alrededor estaría bien. Una sonrisa me dijo que a su lado estaría bien y me hizo sonreír. Revolví su pelo negro y aguantó una carcajada.

-Dentro de poco llegaremos a nuestro siguiente objetivo. Con suerte, estaremos allí a tiempo.



She wolf [SHE 1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora