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La hora se acercaba y él ya temblaba de los nervios. Nadie sabía si ella aparecería realmente por allí, de hecho, ella tampoco lo sabía. Había vigilado a Noah e Ian durante todo este tiempo, se había tirado de los pelos con las estupideces de Noah y había reído con la imaginación de Ian. Todos estaban nerviosos, los guardias de la manada estaban por todas partes, aunque ella sería capaz de pasar desapercibida, de alguna manera podría entrar y salir de aquel lugar sin ser vista.

Makayla

Cuatro años. Parecía estúpido estar nerviosa ahora, después de haberles dejado allí y haberles espiado desde lejos.

Desde la cima de aquella montaña que había sido mi hogar los últimos años divisé a los guardias que se arremolinaban al rededor del campo de fútbol en el que habían construido un pequeño escalón donde darían las medallas. Dejé que las piernas me colgaran por el gran acantilado, intentando decidirme. Yo solo iba a ir por el pequeño diablo. No quería cruzarme con su padre, el cual tenía problemas más importantes que esperar mi llegada. Incluso más importantes que la entrega de medallas de Ian. La idea era ir, apoyar a Ian en su momento y quitarle la carga de los hombros a Noah. Me llevé las manos a la cara. Solo quería darle tiempo para que se preparase. Sabía lo que venía, era mucho peor de lo que aquellos alfas del consejo se imaginaban.

La idea llegó de repente. Me hizo dar un pequeño bote que casi provocó una caída por el precipicio. Me levanté de inmediato y entré a un pequeño refugio que había construido. Tomé una armadura que había robado el año que me fui, no todo había cambiado, a mí me seguían persiguiendo y yo me suministraba con sus posesiones.

-"Ojo por ojo -murmuré mientras colocaba un pequeño cuchillo en mi tobillo, atado con una cuarda que, por supuesto, también había robado a una hechicera de pacotilla. Al menos funcionaba-, diente por diente".

En seguida el cuchillo se hizo invisible. Ahora solo se veía una cuerda que parecía una tobillera, lo suficientemente inofensiva como para poder parecer todo lo contrario a lo que era. La armadura siguió al cuchillo, desapareciendo también. Ahora solo se veía mi camiseta negra y unos pantalones normales. No salía nunca de casa sin aquello. Cuanto más a salvo parecías, menos lo estabas.

Al principio, anduve por la montaña que me separaba de mi objetivo. Luego, acabé corriendo en mi forma de lobo hasta llegar al límite. Un guardia abrió los ojos de repente, captando mi olor y reconociendo mi presencia. Respiré hondo. Pasé a toda velocidad a su lado, tirándole para retrasarle. Corrí hasta el único lugar al que los guardias no iban a estar, la casa de Noah. Allí, volví a mi forma humana, vestida aún gracias a aquella cuerda. La armadura no se caía y, por lo tanto, la ropa tampoco ya que iba debajo de esta. Escuché como caía algo pesado en el piso de arriba y supe en seguida que Noah estaba allí y me había olido. Escuché al diablo gritar de alegría y el sonido de los dos al bajar. Me senté en el sofá y podría haberme quedado dormida allí mismo si un lobo blanco no se hubiese abalanzado sobre mí. Rugió con fuerza e intentó morderme. Quería marcarme para que no volviese a escapar. Ni hablar. Cogí el cuchillo y se hizo visible al perder el contacto con la cuerda. No me lo pensé ni un momento cuando corté al lobo en el lomo.

-Alejate.

La plata hizo su efecto y, al ver que aquello no curaba fácilmente, se apartó algo receloso. Respiraba con fuerza y tenía los sentidos alerta. Sus ojos estaban vigilando todas las salidas posibles. Escuché una alarma que provocó el pánico de aquella aldea de lobos. Ian nos observaba desde la puerta de aquel salón, petrificado. Me acerqué a él lentamente para que el lobo blanco no se volviese a lanzar sobre mí, creyendo que iba a largarme de nuevo.

-Ian... Pequeño diablo, lo siento de verdad.

Con lágrimas en los ojos rodeó mi cuello con sus brazos y comenzó a llorar fuertemente. Me di cuenta de que él se guiaba por su instinto, en realidad no me conocía, no se acordaba de mí. Su instinto le decía que yo era su madre. Acaricié su espalda. Cuando los guardias comenzaron a aporrear la puerta con fuerza, entendí que no habían dado la alarma porque yo estuviese aquí, sino porque una loba negra había entrado en su territorio. Entendía su terror.

She wolf [SHE 1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora