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Makayla

Abrí los ojos y me percaté de que me encontraba en una superficie blanda en la que no hacía frío. Me di la vuelta para mirar hacia arriba y vi un techo blanco del que colgaba una bonita lámpara. Sonreí. Había salido de las rejas y me sentía muy bien. Me incorporé y quedé sentada en la cama, aún con una sonrisa asesina. Miré hacia la ventana que dejaba pasar algo de luz suave debido a las cortinas. Al lado de esta se encontraba una pequeña cuna de la que provenían sonidos de bebé. El diablo estaba ahí. La puerta se abrió de golpe, aunque no me asusté para nada.

-Buenos días, Mak. ¿Te gusta esta habitación? Podemos cambiarla si prefieres otra. Cambiaré personalmente lo que quieras.

-Pues cambia personalmente el hecho de que estés aquí -me burlé, viendo clara la oportunidad.

Él suspiró y negó con la cabeza. Se acercó a la cuna y puso una mano en ella, meciéndola poco a poco. Me siguió mirando, sin expresión alguna. Me encogí de hombros y me levanté, saliendo de la habitación sonriente. Vi unas escaleras que se dirigían al piso de abajo. Bajé dando saltos y observé un gran salón. Había un sofá grande y otro un poco más pequeño, ambos colocados al rededor de una mesa de cristal con unos libros encima. Giré hacia el pasillo de la derecha y llegué a una gran cocina. Abrí la nevera, estaba vacía. Resoplé. Me di la vuelta y volví hasta el salón. Oía aún el roce lento de la cuna contra el suelo, así que el chico no se había movido de ahí. Esta vez tomé el camino de la izquierda, llegando a una bonita sala donde las paredes eran en su totalidad ventanas. Una mesa se encontraba en el centro, decorada con un bonito mantel blanco. Rocé las ventanas con el dedo, encontrando al fin una que, en realidad, era una puerta corredera. ¿En serio iba a ser así de fácil escapar? Abrí la puerta y llegué a un patio que, por su extensión, debía ser el trasero. Se encontraba delimitado por unos arbustos bastante más altos que yo, aunque podría apartarlos fácilmente. ¿Qué por qué no lo hacía ya? Primero hay que saber donde se encuentran las cosas, hay que saber que salidas hay y a dónde llegaría traspasándolas. Había varios árboles plantados sin ningún tipo de patrón y un terreno donde había flores en buen estado. Me giré hacia la casa. Tres pisos. En una ventana del segundo se encontraba aquel chico, mirándome fijamente. Su mirada era fría y parecía atravesarme. Sonreí falsamente y levanté la mano, saludándole.

Volví al salón y luego busqué la salida de la casa, encontrándola varios minutos más tarde. Sin esperanza alguna, probé a empujar la puerta. Para mi sorpresa, se abrió. Encogí los hombros y miré hacia atrás, viendo el pasillo completamente vacío. No me cabía en la cabeza que me lo dejase así de fácil. Sacudí la cabeza y puse un pie fuera de la casa. No explotaba nada, no me frenaba nadie... esto tenía que ser una broma. Salí completamente, dejando la puerta abierta. atravesé completamente el patio y abrí la puerta de madera sin dificultad. Parpadeé varias veces. Estaba hecho. Comencé a andar lentamente, cruzándome con varias personas que me miraban y bajaban la cabeza. Sonreí. Todos mis planes aquí habían quedado reducidos a comerme todo y largarme. Escuché pasos acelerados a mi espalda y frené de golpe. Mientras esperaba a que llegasen a mí, contemplé aquella aldea que se encontraba inundada de bebés. Solo había dos casas grandes, las demás se reducían a una cocina y un pequeño salón que utilizarían de dormitorio también.

-Señorita, ¿quería ir a algún sitio? Estaría encantada de enseñárselo -dijo una mujer rubia y con una sonrisa nerviosa. No olía a lobo, por lo que supuse que era humana-. El señor me envía -finalizó bajando la cabeza.

Así que tendría a gente vigilando en cada esquina. Astuto y, a la vez, estúpido de su parte.

-Solo quería ir a dar un paseo... Por los límites si es posible, quiero despejarme.

La chica pareció temblar, aunque acabó asintiendo. Empezó a caminar y nos adentramos en una zona espesa de árboles. Cuando la chica paró, me miró. Pareció suplicar con los ojos, echando un vistazo a la linea de territorio.

-Por favor, no hagas locuras. Si te vas, me quitan a mi hijo y... -se le quebró la voz y tapó su cara con las manos.

No pude evitar una sonrisa ladeada. Me compadecía de la pobre mujer, pero no por lo de su hijo, si no por dejar que la usen así.

-¿No te gustaría ser libre? -pregunté, sentándome sobre el manto de hojas que cubría el suelo-. Que nadie decidiese por ti, poder hacer cualquier cosa, nadie te da órdenes... Además, eres humana, es como deberías sentirte. No tienes un Alfa. Vente conmigo. Cogemos a tu hijo y nos largamos.

Ella levantó la cabeza, aún más asustada y con los ojos abiertos de par en par.

-Te escucha -susurró con la voz quebrada. Y luego se llevó las manos a la boca.

-Ya se que me escucha. Me da igual. Le llevo ventaja. Él aún tiene que llegar hasta aquí, mientras que a mí me vale con dar un paso y ponerme a correr. No va a pasar nada con tu hijo, y si alguna vez te lo quitan, me encargaré de hacer que vuelvas a tenerlo entre tus manos, incluso si estoy en la otra punta del mundo.

Vi como ella intentaba mencionar un gracias, pero la voz había abandonado su ser completamente. Sonreí. Puse una mano en su hombro cuando se sentó a mi lado. Me dejé caer completamente sobre las hojas cuando escuché el crujido de las mismas, un par de metros atrás. Venían rápido. Era él. Era la hora de darle un pequeño disgusto como aviso. En el momento en el que le escuché rugir y convertirse en un lobo casi blanco, me abalancé hacia delante, cruzando la linea de territorio. Me puse a correr a un ritmo normal, escuchando un grito de parte de la chica. Sentí como el chico comenzaba a correr, transformado en lobo. Aceleré, solo para alejarme y que la chica no pudiese vernos. Frené, derrapando, y terminando con la espalda apoyada en un árbol. No estaba cansada, pero simulé estarlo. Él ya estaba a mi lado, no hacía falta decir que un lobo corre más que las piernas de un humano. Me enseñó los dientes y reí escandalosamente.

-¿No tienes otra cosa? ¿Qué piensas hacer? ¿Arrancarme la cara con los dientes? Sabes que no puedes. Además... solo quería estar sola contigo -hablé, fingiendo bajar la cabeza por vergüenza.

Él pareció entrar en razón y acercó su hocico a mí. Hizo un par de ruidos que interpreté como una disculpa. Relajó su cuerpo y se tumbó a mi lado. Puse una mano encima de él y supe lo que iba a hacer ahora. Retirando la cabeza hacia el otro lado, me sequé una lágrima a punto de salir. Era la hora.

-Tengo que contarte una cosa, solo para que dejes de seguirme como un desesperado. Y después de que te lo diga, recuerda que siempre te he odiado, así que sin rencores si decides intentar matarme.

She wolf [SHE 1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora