Maldición Cumplida

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—¡Está helada! —exclamó, cuando sintió el agua sobre él.

—Lo sé, pero eso te pasa por emborracharte. —dijo su padre sosteniéndolo.

—Calí me dejó. —se lamentó.

—Eso puedes solucionarlo, solo tienes que ir a buscarla. —le aconsejó Murat.

—No puedo, ella se merece otro hombre, no yo. —dijo echando la cabeza hacia atrás.

—¿Por qué tú no? —cuestionó su padre.

—Porque no puedo ofrecerle nada, no quiero salir de aquí, no quiero ver a nadie, no confío en nadie. —admitió antes de dejar caer la cabeza hacia el frente.

—Cariño, ella no es como Kathe, Calíope no va a traicionarte.

—Calíope es mejor que ella, mejor que todas las mujeres a las que he conocido, merece a alguien mejor. —declaró entre lágrimas que se perdían en el agua que lo bañaba.

—Ella merece un hombre que la ame, si tú la amas, tú eres ese hombre. —intentó convencerlo.

—Yo la amo. —declaró sintiendo sueño.

Unos minutos después Murat lo llevó a la cama, donde se durmió casi al momento que tocó la almohada.

—Le traigo un café cargado. —anunció Tapioca entrando a la habitación de su hijo.

—Creo que ya no es necesario, se quedó dormido. —le dijo Murat.

—Bien, seguro dormir le ayuda. —dejó la taza sobre la mesa de noche.

—Siente que no es un buen hombre para Calíope. —le contó poniéndose de pie.

—Pero lo es, él es maravilloso un poco salvaje, pero maravilloso. —declaró Tapioca mientras su hermoso esposo la abrazaba por los hombros.

—Lo sé, pero él es el único que no lo sabe, será mejor que lo dejemos descansar, mañana estará mejor. —le dijo caminando hacia la puerta sin soltarla.

—Tienes razón. —declaró antes de besarlo.

Kerem durmió toda la noche, despertó al amanecer sintiendo un fuerte dolor de cabeza, salió de la cama y fue directo al baño en busca de un analgésico, se lo tomó antes de entrar a la regadera, intentando recordar algo de lo sucedido la noche anterior, solo recordaba que había cabalgando por todas sus tierras antes de ir al pueblo, entrar al bar y empezar a beber, odiaba tomar alcohol, era malo para hacerlo, le gustaba un par de copas, pero no para emborracharse.

—Buenos días. —saludó entrando a la cocina donde solo estaba Lupe.

—Buenos días, ¿Cómo estás? —le preguntó Lupe.

—Estoy bien, con hambre. —respondió sirviéndose café.

—El desayuno está listo, siéntate ahora te sirvo. —dijo la mexicana sin hacer ningún comentario en relación a su ruptura con la griega.

—Gracias. —le agradeció, no sólo por la comida sino por no comentar nada en relación a Calíope.

—Buenos días. —saludaron unos minutos después sus padres entrando a la cocina.

—Buenos días. —respondieron.

—¿Cómo estás cariño? —le preguntó su madre antes de darle un beso en la mejilla, acariciando su cabello.

—Estoy bien.

—¿No te duele la cabeza? —quiso saber.

—No. —respondió volviendo a ser el mismo salvaje que era antes de que la griega apareciera en su vida.

Calíope Donde viven las historias. Descúbrelo ahora