Miso es una chica de corto genio, curiosa y algo engreída. Ella es la heredera de un prestigioso internado el cual otorga becas todos los años.
Este año parecía ser igual que los demás, pero uno de los becados llega con un propósito oculto.
¿Qué har...
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Me era imposible describir cuanto odiaba a mi familia. Extrañaba demasiado a mi abuela materna, ella era la única que me comprendía, pero ya no estaba en este cruel mundo.
¿Era mucho pedir que me trataran de la misma forma en que trataban a Sunoo?
Era tan injusto...
Salí de mi dormitorio envuelta con una delgada manta y me dirigí en pijama y con mis pies descalzos hacía a la capilla del internado.
Era media noche, por lo que el internado estaba en completo silencio y no había nadie en los pasillos que pudiera verme así, por lo qué realmente ya no me importaba.
Mi abuela creía mucho en Dios. Cuando era más pequeña siempre me llevaba a rezar a la capilla del internado. Mi abuela había sido un papel importante en los tramites para que el internado quedara a mi nombre. Tenía mucha fe en mí y a veces sentía que era la única que me quería de verdad, incluso más que mi madre, la cual apenas veía ya que pasaba en viajes.
Entre a la fría capilla y me acoste en uno de los largos asientos de madera vieja que rechinaron al sentir mi cuerpo. De noche a muchos les podría parecer un lugar terrorífico, pero para mí era como estar cerca de mi abuela.
— Te extraño... —musité, comenzando a sollozar en silencio.
La estatua que se encontraba al frente mío se movió ligeramente y mi llanto se fue casi al instante. Me llevé rápidamente mis manos a mi rostro y comenzando a rezar.
¡Santa mierda!
De repente sentí unas frías manos posarse en las mías y pensé que iba a fallecer ahí mismo del terror.
— ¿Por qué lloras? —preguntó de repente, una voz que se me hizo conocida.
Moví uno de los dedos que tapaba mi borrosa vista y pude identificar la sonrisa de Ni-ki en la oscuridad. Traía en una de sus manos un libro de cuero negro y su rosario colgaba desde su fino y largo cuello.
Él era la estatua...
— ¿Qué...? ¿¡Qué haces aquí!? —frunci el ceño con esfuerzo y esté soltó una risita.
— Sabes qué estas en un lugar sagrado, ¿No? —pregunto y aclaré mi garganta, limpiando las lágrimas de mis mejillas con rapidez.
Ni-ki sacó un pañuelo de seda y me lo ofreció para que limpiara mis lágrimas. Lo tomé con desconfianza y esté se quedó mirándome.