Capítulo 14: Sucesores

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  La caída que Inder había sufrido a los catorce años de edad, le produjo perdida de memoria.
Internado en el hospital central de Posadas, Misiones, el joven adolescente había despertado de un coma que había durado, aproximadamente, un mes.

  Durante ese lapso de tiempo, su madre María, hacía guardia las veinticuatro horas del día, casi sin descanso. Sus oraciones las hacía de rodillas a mitad de la cama, rogando por su hijo y su pronta recuperación.

  En el día treinta de internación, la mano de Inder comenzaba a dar signos de vida. Un leve movimiento hecho por el dedo índice de su mano derecha y luego los consiguientes dedos.

  Ante esa reacción, María, con sus ojos mojados por la emoción de ver signos de vida en su hijo, presionó el botón que daba aviso a las enfermeras encargadas del cuidado de joven. Llegando a la habitación, la enfermera, una mujer de uno veinte años de edad, delgada y de rostro amable. Su cabello color negro se encontraba recogido por un banda elástica, formando un rodete con ello, sus ojos negros observaron a Inder, el joven se encontraba sentado, con su cabeza rasurada y un vendaje que rodeaba la misma.

  Llevando una mano hacia ese vendaje, el joven observó a la mujer a mitad de su cama, y a la enfermera que había cruzado la puerta, y preguntó:

__¿Qué me sucedió?__

  La enfermera respondió:

__ Estas en la unidad de cuidados intermedios del hospital Central de Posadas. ¿Cómo te sientes, Inder?__

  Desorientado, el joven atinó a preguntar:

__¿Ese... ese es mi nombre?__

  María, preocupada, observó a Inder y preguntó:

__¿No recuerdas tu nombre "mijito"?__

  Fijando sus ojos carmesí, en la mujer a mitad de su cama, notó su atuendo, un vestido blanco, de algodón. El fruncido en sus mangas daba la impresión de que necesitaba de un buen planchado.

  Esa señora, tenía la piel blanca como papel, la oscuridad debajo de sus ojos, denotaba que no había descansado por largos días. Sus ojos celestes, bajo una mirada de tristeza y aguados debido al llanto producido tras ver a su hijo despertar de un largo coma, provocaron en Inder una extraña sensación de alivio. Sin reconocer a esa mujer, el joven preguntó:

__¿Usted quién es, amable señora?__

  Esa pregunta fue una fuerte puñalada en el débil corazón de María, quien simuló no sentirse mal en ese momento y respondió:

__¡Tu "mama", Inde'! ¡¿Quién más?!__

  Con una tierna mirada y una encantadora sonrisa,  Inder se disculpó por no haber logrado reconocerla como a su madre:

__¡Disculpe! Pero no sé quién es usted... __ articuló el joven en tono tímido.

  Saliendo del hospital, María acompañó a Inder hasta su hogar, donde habían vivido los últimos catorce años.

  El joven no reconocía nada de aquel lugar, ni siquiera al hombre que estaba esperando la llegada de su esposa y su hijo.

  Parado en la entrada de un humilde hogar, hecho de madera añeja, y paja reseca por el sol; José era un hombre de piel morena, cabello abundante, negro y lacio. Sus ojos purpura, contrastaban con el color natural de su tez. De labios carnosos, mirada muy expresiva, su rostro, a pesar de las arrugas, era muy llamativo. Sus manos maltratadas debido al trabajo arduo que hacía, labrando la tierra, daban nota de aquel esforzado labor. Con lágrimas en sus ojos, este hombre extendió sus brazos para recibir a ambos, madre e hijo.

Supremo InfernalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora