III Sombra

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—¡Vamos! —avisa el hombre mientras se recobra a la realidad y comienza andar.

—¿Dónde? —Ella lo sigue a paso ligera, mostrando gran curiosidad.

—En primer lugar a recuperar mi traje y después a presentarte al Consejo Presidencial con mi padre a la cabeza. —Sonríe estrepitosamente el varón—. Así podrás transmitir tus demandas humanas directamente, sin intermediarios, a los dueños del Infierno y conocerlos personalmente para que sepas con lo que te enfrentas y...

La mujer tremendamente emocionada se agarra del brazo del hombre.

—¿Y...?

—Y si sales con vida de esta —responde Luz con un guiño a la mujer—, podrás informar a tus superiores del otro lado de que cualquier intento de atacar el Infierno será una masacre irremediable.

—Eso está por ver... —le recrimina ella con aire molesta.

—Nunca dudes de mi palabra, libertaria. —zanja la conversación con una bofetada el diablo. Ella le devuelve con una patada en la espinilla.

Tan absortos y distraídos andan en sus discusiones de recién enamorados, que ninguno de los dos se percata de que un Bugatti del 36 se acerca a ellos, calle abajo, a toda velocidad sin detenerse en ningún semáforo y arrollando con todo y todos los que encuentra a su paso.

La pareja cruza la carretera sin fijarse que el coche se les echa encima y tan solo tienen tiempo a girarse para recibir el impacto. Pero en el último momento el conductor pisa el freno a fondo, quemando ruedas en una frenada en seco que deja el parachoques a un suspiro del hombre que cegado por las luces había interpuesto su cuerpo y protegido a la mujer tras él.

En punto muerto el conductor acelera un par de veces como si fuera a iniciar nuevamente la marcha. Luz, enfadado golpea con su mano protegida por el guante sobre el capó, hundiendo el vehículo contra el suelo.

—¡Oh no! —grita el conductor mientras sale del coche—. ¿Qué has hecho loco? Me lo has destrozado, lo he conseguido hoy y fíjate como me lo has dejado, lo has reventado. ¡Me cago en todo lo que se menea! —no para de quejarse mientras se echa las manos a la cabeza.

—¡Sombra! —reacciona Luz mientras la mujer todavía con el susto en el cuerpo sale de entre la espalda del hombre.

—Pues claro que soy Sombra. ¿Quién si no se atrevería a lanzar un coche contra ti? —responde entre lamentos el conductor, un hombre delgado y alto vestido con un traje ajustado negro y una máscara de Joker.

—Lo siento, Sombra, no me di cuenta... Seguro que podrás arreglarlo —deja escapar una sonrisa de culpabilidad mientras trata de consolar al recién reaparecido—. ¿Pero qué haces aquí y con esa máscara? Desde que salió el cómic, a todos los villanos y tontos depresivos de la ciudad les ha dado por ponerse una igual. Que poco estilo propio tienes, colega —recalca en una broma.

—Ninguno, lo del estilo y la clase te lo dejo a ti —recrimina indignado— ¿Quieres saber lo que hago aquí? Pues mira... —Se dirige hacia el coche para abrir la puerta y entrar dentro para sacar algo o a alguien.

En ese intervalo de tiempo, la mujer, todavía algo aturdida por el incidente, busca curiosa a su protector.

—¿Quién es ese desquiciado al que llamas Sombra? —trata de indagar una respuesta.

—Pues, Sombra es mi sombra, aunque a diferencia de las de los demás, la mía tiene vida propia y va por libre; me protege, me cuida, me informa de todo aquello que necesito y se encarga de los trabajos sucios que le pido. Tú ya sabes... —Hace una mueca a modo de sonrisa mientras el aludido regresa trayendo a un hombre al que agarra de la solapa de una gabardina de color crema.

Luz-Bel IIIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora