XI Vaticano

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En un último esfuerzo, Luz, consumiendo las pocas energías que le quedan, atraviesa la barrera protectora de luz, para arrastrando consigo al arcángel, dejarse caer en un duro golpe sobre el suelo de la plaza principal.

Se revuelve semiinconsciente, tratando de mirar boca arriba aquel lugar y cuanto ocurre en él, pero las imágenes son borrosas y apenas puede distinguir aquella luz formando una bóveda sobre ellos y que parece difuminarse, a la vez que se va debilitando al envite de los elementos que la golpean desde fuera con violencia desmedida. Bajo la cúpula protectora, alcanza a distinguir un edificio principal soportado sobre esbeltas columnas y gruesas paredes de piedra, y frente al edificio cuatro enormes obeliscos que marcan la semicircunferencia que a duras penas les protege. Rodeando a tan imponente edificio, algunos otros construidos con los mismos elementos y similares características, todos ellos rodeados por una enorme y gruesa muralla de piedra fortificada que delimita el perímetro interior.

Luz vuelca su cabeza intenta hablar, pero no puede, aún así, empieza a distinguir algunos sonidos cercanos, afina sus oídos tratando de distinguirlos y que le traen el recuerdo a las letanías y cantos que repetían constantemente los viajeros del galeón y que aplacaban su espíritu. El sonido del canto de aquellos ángeles con el estruendo de disparos de arcabuces, mosquetes y cañones y los gritos desesperados de los guerreros que defienden las murallas y de muchos otros que parecen más bien provenir de bestias inhumanas.

Poco a poco, Luz va recuperando la visión y aunque de manera borrosa puede distinguir entre llamaradas del fuego que se esparce ya por muchos edificios, a los hombres y mujeres con hábitos religiosos que entonan los cánticos y a los miles de soldados que se afanan por detener a una masa deforme de incontables hombres que, más parecen muertos y que entre bramidos desgarradores, se abalanzan unos sobre otros ascendiendo por los muros.

Rotas las líneas de tan heroica defensa por algunos puntos de las murallas, los atacantes enloquecidos saltan hacia dentro de la fortaleza, devorando cuanto ser viviente se pone delante. 

Luz presiente la pronta derrota y temiendo incluso por su propia vida, hace en un último esfuerzo por levantarse para defenderse, pero incapaz de mover un solo músculo renuncia a seguir intentándolo. Mas por un instante, puede comprobar como el arcángel que se encontraba sin sentido junto a él, comienza a reponerse y tras ponerse en pie, desenvaina su espada y se eleva con sus alas para ir hacia el obelisco central coronado con una gran cruz, sobre la que otro arcángel con el cuerpo cedido al peso y sosteniendo un enorme escudo sobre su cabeza, parece en descomunal esfuerzo, generar la frágil bóveda protectora que poco a poco va apagándose ya por algunos lugares.

El arcángel recién llegado, algo más recuperado se funde en el otro, surgiendo uno más grande y poderoso de la suma de ambos, y extendiendo la espada y el escudo, eleva con mayor potencia una bóveda más intensa, que retiene tras los muros a los invasores, permitiendo que los defensores de la gran muralla puedan centrarse en los enemigos que entraron en el interior de la fortaleza.

Algo más calmado y exhausto por el enorme esfuerzo realizado, Luz se deja vencer y cae en profundo y sosegado sueño.

«¡Vamos chaval!, despierta ya, que llevas tres días con sus noches durmiendo y se nos agota el tiempo. ¡Serás dormilón», avisa Sombra desde un lado de la cama a su anfitrión, una vez más,  para que recupere el conocimiento.

De un sobresalto, el aludido despierta, regresando de oscuros sueños que le atormentan desde hace una eternidad y que cada vez se les muestran con mayor claridad.

—¿Qué ha pasado? —murmura entre dientes, llamando la atención de un par de enfermeras que le atienden en una enorme habitación decorada en exceso con antiguos cuadros de santos y mártires.

Luz-Bel IIIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora