XXV Victoria

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—Dime, Sombra —regresa por un instante la atención a su amigo—, infórmame...

—Luz, la situación es desesperada. Hemos replegado el poco ejército que nos queda rodeando el edificio principal, haciendo un círculo de fuego a su alrededor y alimentándolo con todo lo que tenemos a mano, y de momento estamos deteniendo a los escarabajos que lo traspasan —avisa cada vez más preocupado el defensor—, pero pronto nos quedaremos sin nada para quemar y cuando se apague van a comernos vivos. Por todos los diablos del Infierno, haz algo pronto...

—Tranquilo, camarada —trata de apaciguarlo el estratega—. Resistid un poco más, te mando refuerzos.

—Gracias, jefe —se deshace en un suspiro de esperanza—. Sabía que podía confiar en ti y que algo se te ocurriría.

Luz busca a la mujer que da la sensación de estar ida, como vencida a la violencia de la realidad de los hechos que ha presenciado, y superada ante todo ello, simplemente se ha desconectado en una sobrecarga de sus circuitos.

—¡Luzilda! —intenta recuperarla con amable tono de voz—, Luzilda, ¿estás bien? Por favor, necesito que te recuperes.

—Están todos... muertos. Los fanáticos los han derrotado con facilidad. El Vaticano, el Ejército Rojo, todos nosotros, el mundo entero caerá en su poder irremediablemente. No hay fuerza que pueda detenerlos, son... son imparables —musita, aterrada, entredientes la technological.

Luz se da cuenta por lo que está pasando la mujer, puede percibir como entre esos circuitos y chips centelleantes solo hay miedo y desesperanza, angustia y sensación de derrota y fracaso; con delicadeza se acerca hacia ella, la coge entre sus brazos, la aprieta con ternura sobre su pecho y la besa con tanta pasión que, en el interior de ella saltan chispas en una corriente que recorre todo su cuerpo, reactivándola de golpe.

—¿Estás bien? —la habla con dulzura.

—Sí, ya estoy mejor... —va recuperando la consciencia la mujer, perdida, ahora, en las sensaciones que han despertado en ella, ese primer beso que ha recibido en su existencia.

—¡Luzilda! —insiste él— ¿Estás conmigo?

—Sí, Luz, plenamente... —confirma ella—. Discúlpame, he sufrido un corto circuito y cuando me besaste..., cuando me besaste, no sé lo que me ha pasado. Pero está bien, ya estoy aquí, contigo, dime, ¿qué quieres que haga?

—Lo primero que confíes en mí. Aunque perdamos esta guerra, nunca dejes de hacerlo, necesito que lo hagas y que estés al 100% de tu memoria artificial en lo que estamos haciendo.

—Confío en ti, Luz, plenamente... —confirma ya recuperada la mujer—. ¿Y ahora, cómo vamos a solucionar esto?

—Empecemos por limpiar el Vaticano y echarle un salvavidas al bueno de Sombra. Ha llegado la hora de que comience la segunda parte de mi plan —indica el estratega, y enfocando sobre la fortaleza de los teocráticos, hace una valoración rápida de la situación y comienza a informar a Luzilda de las actuaciones a tomar...

Perdidas las murallas, los habitantes del Vaticano se refugian en el edificio central, repeliendo a duras penas a los escarabajos que intentan atravesar el círculo de fuego. Desde las montañas, en una carrera desbocada, entre gritos y rugidos, las hordas de muertos comienzan a acercarse a las almenas desprotegidas, en lo que parece ser el asalto final y la derrota aplastante de los defensores.

—¡Ahora! —ordena con autoridad Luz a su compañera— Veamos qué tal se comporta tu tropa, pongámosla a prueba.

—¡A sus órdenes, mi general! —acepta el reto con decisión la technological, animada por demostrar la fortaleza y coordinación de su ejército.

Luz-Bel IIIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora