VII Teocracia

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Avanza, armando gran revuelo a su paso, a galope tendido sobre sus monturas por entre el gran campamento militar un pequeño destacamento de caballeros fronterizos de élite; regresan trayendo a un extraño cautivo que encontraron en los asentamientos de colonos, junto a la gran muralla que separa sus territorios del Infierno.

La actividad en el campamento a los pies de la gran fortaleza defensiva es frenética, pareciera que se estuvieran preparando para una gran e inminente batalla. Las herrerías y carpinterías trabajan sin descanso en la forja de espadas, escudos, armaduras y todo tipo de armas, mientras que los carpinteros se esfuerzan en la construcción de arcos, flechas y enormes y pesados onagros y otras armas de asedio. Numerosos carros de provisiones no paran de salir y entrar trayendo mercancías y alimentos para surtir a las cocinas que permanecen a pleno rendimiento para mantener bien alimentados a los varios millares de los hombres que forman el ejército: caballeros, guerreros, discípulos y escuderos que con la moral alta se entrenan para el combate cuerpo a cuerpo. Los clérigos y sacerdotes repiten la palabra del libro sagrado por entre todo el campamento insuflando de devoción y fe a los hijos de la Espada. Escuadras de paladines sobrevuelan en acrobacias sobre sus grifos dorados de penachos blancos protegiendo los cielos de la fortaleza, y los arqueros, ballesteros, mosqueteros y arcabuceros afinan su puntería abriendo fuego sobre dianas y espantapájaros de paja y trapo.

Los caballeros atraviesan las tiendas de lonas para detenerse, en un relinchar de caballos y replique de pezuñas, ante en la tienda central del gran maestre que sentado bajo la toldilla, en una enorme mesa de madera junto al senescal, el mariscal, el inquisidor, el apóstol, el capellán y algunos de sus comandantes más fieles, organizan sobre mapas las estrategias y el despliegue de la tropa para la gran batalla que se acerca. Detrás del trono del gran maestre, erguido y poderoso uno de los tres arcángeles con los que cuenta la Teocracia, enfundado en una armadura dorada deslumbrante oculta su rostro bajo un pesado yelmo, reposa sus manos sobre una lanza clavada en el suelo, sus alas plegadas sobres sus hombros; parece abstraído a todo lo que ocurre a su alrededor como si su mente y sus pensamientos estuvieran en otro lugar. A la diestra del arcángel, un alférez muestra orgulloso el estandarte de seda blanca bordada con hilos de oro de una espada, manteniéndolo al costado derecho de su cuerpo, con el regatón clavado en el suelo y sosteniéndolo con la mano derecha a la altura del pecho.

—¡Señor! —Baja del caballo el capitán del destacamento y clavando su rodilla en el suelo busca con la mirada a su comandante en jefe—. ¡Es un demonio de rango superior...! —Muestra un bebé desnudo que porta entre sus brazos, envuelto en una ligera sábana de lino.

Los reunidos detienen sus conversaciones de inmediato para buscar con la mirada al recién llegado y a la extraña criatura que trae con él. Poco a poco se van congregando alrededor de los caballeros un corrillo de curiosos que acuden tras correrse por el campamento la extraña noticia de la llegada de un demonio.

Los mandos congregados bajo la toldilla no dan crédito a lo que está ocurriendo ni saben qué hacer o decir.

—¿Dónde lo encontrasteis? —Trata de recomponer la situación el gran maestre.

—¡Señor! —toma la palabra con aire marcial el capitán—. Nos informaron en el pueblo más alejado al este, el que se asienta sobre la gran muralla, que había nacido en la casa de un leñador una criatura maligna. Así que, decidimos ir a investigar si era cierto. —Hace un receso, sin saber si debe continuar.

—¿Y...? —Insiste el mariscal.

—Pues que realmente lo era. —El capitán hace un ligero movimiento con su cabeza confirmando—. Quiero decir, que la información era cierta y por eso hemos traído al niño.

—Serás tarugo —grita el maestre—. ¿Se puede saber cómo llegaste a capitán? —lo increpa enfadado.

—Permítame, maestre... —reclama en tono sibilino el inquisidor—, que tome yo las riendas del interrogatorio.

Luz-Bel IIIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora