XXII Puente

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Llevada en volada, con el apoyo aéreo del arcángel y los grifos, la escuadra naval de la Teocracia da la impresión de volar sobre un mar en calma, que refleja en sus aguas a la noche estelada, fría, muda, que los envuelve. Luna de sangre emerge de las profundidades por levante, presagiando la gran batalla que se avecina.

Anclados los barcos al amparo de un puerto natural entre escarpados arrecifes en la costa noroeste de la gran isla. La marinería comienza a descender en botes, con una perfecta coordinación y en completo silencio, a las tropas de tierra, con la orden de dirigirse con la mayor celeridad posible hacia el punto indicado, eliminando a cualquier enemigo que les salga al acecho y haciéndose fuertes en cuanto lleguen.

Tras dejar carga y pasaje, las naves de combate —algo más de una veintena con sus respectivas dotaciones de marinería e infantería— comienzan a desplegar velas al encuentro de su objetivo. Todos en los barcos presumen que no regresarán, que van al encuentro de una muerte casi segura, y aún así, no hay dudas en sus corazones valientes, pues son conscientes de la importancia del encargo recibido y de la necesidad de cumplir las órdenes recibidas a toda costa.


—¿Qué pasa, chaval? ¿Por dónde van nuestros barcos? ¿Desembarcaron ya a las tropas? —rompe Sombra con una batería de preguntas el silencio en el centro de mando de los Technologicals—. Dime algo que me va a dar un infarto, y eso que no tengo corazón... —sonríe nervioso y preocupado.

Luz da un respingo sobresaltado al escuchar las inesperadas reclamaciones de su sombra, permanecía con toda su atención clavada en las imágenes que a pesar de estar avanzada ya la noche, muestran con total nitidez, sobre resaltado, en la esfera del mundo, el despliegue de las tropas por tierra y los barcos a toda vela con rumbo a su objetivo.

—El infarto me lo vas a dar tú a mí, como siguas dándome estos sobresaltos —se queja Luz con cierto enfado.

—Pero dime algo que aquí estamos en ascuas —insiste Sombra cada vez más angustiado—. Desde que di la orden de que marcharan el arcángel y los grifos, la preocupación y el desánimo se ha esparcido por los habitantes del Vaticano y presumen que algo malo está pasando. La moral está decayendo y no sé qué hacer para animarlos —se queja amargamente.

—¡Pues diles la verdad! Lo peor que puedes hacer es mantenerlos con dudas y temores —confirma Luz—. Infórmales de lo que está pasando y a donde se dirige nuestra avanzadilla naval. Diles lo que se os viene encima si no conseguimos detener la construcción de ese puente. Y si así lo haces, disiparás todas sus dudas y confiarán en todo momento en ti, tenlo por seguro.

—¿Tú crees, Luz?

—Sí, estoy seguro de ello.

—Está bien, chaval, me has convencido. Espero yo también convencerles a ellos —resuelve Sombra visiblemente emocionado mientras se dirige nuevamente al balcón para informar de la misión tan arriesgada a la que se dirigen sus barcos—. ¡Eh Luz!

—Dime Sombra.

—Avísame en cuanto sepas algo, sea lo que sea quiero saberlo.

—Te aseguro que te lo diré sin rodeos.

—¡Gracias, chaval!

—A ti compañero del alma.

Informa en una arenga emocionada Sombra a los habitantes del Vaticano, transformando dudas y temores por expectación y esperanzas. Saben que sus camaradas van con ilusión y entereza a una muerte segura, con la única intención de darles a ellos una mínima pero posible oportunidad de victoria ante el más cruel y despiadado de los enemigos. Quizás no consigan detenerlos y destruir ese puente, pero su valentía y sacrificio les motiva para enfrentar ellos también el destino que les tenga preparados el Creador, y si está con ellos, ¿a qué ni a quién han de temer?

Luz-Bel IIIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora