Capítulo 26

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La toalla

Pablo miraba a la chica que estaba tan concentrada en su libro, que no había notado su presencia; esa rubia era tan hermosa, con ese rostro angelical, esos ojos verdes hipnóticos y esas curvas que volverían loco a cualquiera, pero lo que más había llamado su atención era ese carácter endemoniado que tenía, ese que tanto le encantaba. —¿Qué tiene de interesante esa lectura? — preguntó el pelinegro rompiendo el silencio de la habitación, llamando la atención de Sarah que levantó su mirada. —¿Qué haces aquí? — contestó la rubia con otra pregunta frunciendo su ceño, aun recordaba la discusión de esa mañana. —Tengo noticias— dijo Pablo acomodándose su reloj, estaba nervioso y ese gesto no pasó desapercibido para Sarah.

El pelinegro se retiró su saco, no sabía cómo iba a reaccionar esa condenada mujer, ¿y si no le gustaba la idea? Miró hacia la ventana de la habitación como si hubiera tomado aire para decirlo. —Nos vamos de vacaciones— soltó Pablo suspirando profundamente ya lo había dicho. —, ¿Y eso por qué? — preguntó la rubia que en ese momento lo que menos quería eran vacaciones. —No creo que sea un buen momento para unas vacaciones, además está mi recuperación — mencionó al no obtener respuesta de su esposo. —Tengo que ir a terapia— añadió la rubia bajando de nuevo la mirada al libro que estaba leyendo. —Con respecto a eso hable con el médico, no es necesario ir al hospital— dijo Pablo mirando a esa mujer que lo volvía loco. — Yo puedo ayudarte con la terapia— mencionó el pelinegro, y Sarah sintió su estómago revolverse, tener a Pablo tan íntimamente cerca era peligroso.

Pablo se dirigió hacia el baño dejándola sola en la habitación, no sabía que estaba pasando por la cabeza de su marido, para ahora comportarse de esa forma, ella no quería esas vacaciones, no quería ese viaje, no quería estar a solas con él, no quería caer en la tentación de enamorarse de la persona que quería destruirla desde el principio ¿Qué podía hacer para que ese viaje no sucediera? Pensó y pensó, pero nada llegaba a su cabeza.

El agua de la ducha mojaba su cabeza, necesitaba concentrarse y tener sus ideas claras, no podía dar pasos en falso, no quería asustar a su esposa, solo quería tiempo para ellos dos, para conocerse más, sin discusiones, venganzas o malos tratos, simplemente ser dos personas normales que se atraen y que pueden llegar a tener algo bonito. Agarró la toalla envolviendo su cintura, pero al buscar su ropa se dio cuenta que no había traído ropa. —Genial Pablo, no quieres asustarla y ahora deberán pasar frente a ella casi desnudo— se dijo así mismo, se encaminó saliendo del baño por la habitación deseando pasar desapercibido.

La rubia miraba como ese hombre salía semidesnudo frente a ella, era un maldito descarado, sintió sus mejillas calientes ¿Por qué tenía que estar tan bueno? Ese cuerpo esculpido por los dioses y ni siquiera mencionar donde tenía la mirada, aunque no se veía de su cintura para abajo por la toalla, como deseaba que se callera ¡Joder Sarah! Se regañó así misma. Sintió su rostro enrojecerse de vergüenza cuando esos ojos azules la cacharon de fisgona por partes que no debía mirar, una sonrisa descarada apareció en el rostro de Pablo, como odiaba a ese hombre y como se odiaba a sí misma, por parecer una adolescente en su pubertad admirando ese cuerpo masculino. —¿Todo bien? — preguntó el pelinegro alzando una de sus cejas y ella en ese momento lo único que quería era que la tierra se la tragara. 

Les quiere Yarlin

¡Te odio!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora