Convivencia

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El despertador emite su alarma infernal de siempre, solo que esta vez dura dos segundos. No se ha movido ni un milímetro de la cama y eso le agrada, sin ruido que moleste puede dormir más tranquilo.

Una extraña sensación en la cintura lo sorprende. Parpadea y ve una mano empujando sus hombros hacia adelante.

— ¡Aah! ¡Hisoka vino a comerme! ¡ONU!

— Killua, soy yo— Un joven rubio de ojos grises apareció en su visión— Te has despertado con energía.

Pasado el espanto, subió la sorpresa. ¿Qué está haciendo Kurapika aquí? Momento, ¿Dónde estaba el?

— Sé que no te gusta despertarte temprano, pero tengo trabajo y debes estar despierto para disfrutar de la casa, no solo de la cama para dormir— dice el mayor, peinándole los mechones de la frente.

Ya despabilado, Killua lo ve mejor; Kurapika esta vestido en un traje, negro formal. Resalta lo pálido de su piel y lo delgado que se ha vuelto, pero sus ojos tienen un brillo especial cuando lo mira, casi riendo.

— Te ves perdido.

El niño se ruborizo, pensando en lo novedoso que era verlo con el cabello húmedo que acentuaba su rostro maduro, poniéndolo nervioso.

— No suelo despertar con compañía— musito, mintiendo a medias. Solía dormir con su hermana Alluka, más esto era una dimensión diferente.

— Entiendo, es nuevo para ti.

— ¿Qué hora es?

— Son las siete. Muy temprano para ti, lo sé, solo quería avisarte que hoy trabajare doble turno. Volveré en la noche.

— ¡¿Tan tarde?! ¿Por qué no me lo dijiste ayer?

— Andabas muy contento con la idea de mudarnos juntos y no quise estropearlo.

— ¡Ahora lo arruinaste! Este es nuestro primer día juntos y te necesito aquí. Sigue siendo tu apartamento y... no sé cómo usar el termostato.

— Ya me encargué de eso.

Killua balbuceo unas excusas más, esperando conmoverlo para que se quedara, acabando frustrado. Sabia mejor que nadie que Kurapika era demasiado responsable para darle el gusto.

Empuño las sábanas bajo sus palmas, resentido porque Kurapika le cambiara los planes. Dolía a traición.

— Lo siento, Killua— le oyó decir— Sé que no es lo que esperabas, entiende que las cosas son así.

— Si entiendo— musito, con voz queda— Solo esperaba...nada, no esperaba otra cosa.

Kurapika no se convenció de su respuesta.

— No te amargues, velo como una oportunidad.

— ¿Oportunidad? ¿De qué?

— Mi apartamento no es tan grande como tu mansión, no tendrá lujos colgados de cada esquina, pero es un lugar que puedes explorar.

— ¿Qué quieres decir?

— Si vas a vivir conmigo, debes acostumbrarte a este nuevo espacio por tu cuenta, ¿no quieres empezar?

Al Zoldyck se le subieron los colores, observando las manos del rubio que señalaban diferentes zonas a su alrededor para después acunar el rostro de Killua delicadamente.

— Conviértela en tu casa.

Esas palabras lograron un vuelco en su pecho, alas inquietas de mariposas revoleando en su estómago al verse reflejado en el espejo gris del Kuruta.

Extrañas fijacionesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora