No tan secreto

524 38 3
                                    

.

.

.

Maldice que el chirrido de la puerta de madera sea tan agudo, cuando todo lo que quiere es un poco de discreción.

Dios, ¿Qué estaban haciendo?

Nadie a la vista, tal vez los guardias estén supervisando afuera, después de todo todavía es temprano. Sin curiosos alrededor, puede observar los detalles de la cabaña a la que acaba de entrar (Que lo empujaron a entrar, aclaración) y reconoce que a pesar de estar en medio del bosque la casita está bien acondicionada, no sufre de humedad y tiene iluminación equipada.

El olor a leño inunda sus fosas nasales. 

A Kurapika le sabe excepcional el olor a naturaleza, es envolvente y muy agradable, aunque apenas pudo gozar de ello cuando otro aroma golpeo su nariz, humedeciéndole los labios. Él no sabe si quejarse por la irrupción repentina de una lengua en su cavidad o perderse en la sensación estremecedora que le provoca el beso.

El método cambia de direcciones, del belfo a su mentón y de este a su mejilla. Aunque parezca coqueto, Kurapika sabe que Killua lo toca de más en esa zona porque no lo alcanza ni poniéndose de puntillas, lo cual le resulta adorable y gracioso.

Se inclina un tanto y rodea a Killua sin llegar a abrazarlo. 

El albino acepta que palmee su espalda, que cuente los huesos de su columna con paciencia sin dejar de mimarle y hunda la cara dentro de su bosque nevado.

Extrañamente, al rubio se le hacía que todo dentro de la cabaña era pesado por mas ordinario que se viera. Lo intuyo cuando la puerta hizo un sonido horrible al correrse por mano de Killua, lo prueba al intentar agarrar una silla que fue como aguantar un ancla, lo sabe al ver a Killua subirse a la mesa y que esta no se mueva ni un milímetro a pesar de todo el meneo que hace.

Killua impide que haga la obvia pregunta, pidiéndole que lo toque cuando ya lo tiene atrapado del cuello y lo vuelca a su lado.

Aunque cede y lo besa voraz, se sigue cuestionando. 

¿Por qué están en ese lugar, haciendo eso? Como si fueran dos fugitivos festejando su libertad. 

No, todo era culpa de Killua y su juego del escondite. O más bien, una trampa. Era bien sabido que el perro Mike no dejaba pasar a cualquiera más lejos de la entrada, si olía a un intruso lo perseguiría. Tomando ventaja de esto, Killua lo "salvo" llevándoselo de la mano a la cabaña de Zebro, que esas horas estaba en su puesto vigilante, y su compañero Seaquant se paseaba por la montaña buscando fruta.

- ¿Por qué estamos aquí?

Al fin, hace la pregunta. Era ridículo pedir respuestas a esas alturas pero si Killua no dejaba de verlo con esos ojos audaces quizás se le olvidaba.

El menor frunce quejoso el ceño porque Kurapika aprovecho la pausa de tomar aire para cortarle la inspiración.

- Es más higiénico que el baño de profesores, ¿no crees?

El Kuruta gruñe, ¿Tenía que recordarle ese desastroso episodio en el lavabo de docentes? Aunque se salvaron de que los descubrieran, a Kurapika todavía le chocaba como lo convencieron de "ponerse jugar" en propiedad privada.

- Sabes que no me refiero a eso.

Killua sonrió ante su mueca e hizo sonar el pendiente que le colgaba de la oreja, fascinado por su suave y armonioso sonido.

- Me pregunto qué tan lejos llegaras. De los muros altos a las colinas del volcán, si puedes burlar a mi perro Mike y la sede de los mayordomos...

Extrañas fijacionesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora