¿Te ha comido la lengua el gato?

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La sensación aumentaba cada vez más rápido y golpeaba su pecho hasta tensarlo, extendiéndose como una flama incendiaria que sacudía sus sentidos, colapsando entre sí por su intensidad arrasadora.

— Esta...va-s, muy rápido...— Jadeo, sus propias palabras envueltas en saliva— Ku, Kurapika, m-me...ven-go...

Era una oportunidad curiosa, pues Kurapika no solía ser brusco con él, siempre priorizaba su bienestar a pesar de haberle dicho que soporto mucho con su familia para que un poco de pasión dura le cayera mal. En sus encuentros, Kurapika no era ni por asomo poco apasionado pero habían veces que no solía mostrar todo el potencial que se cargaba y ahora que lo hacía, la libido se le subía a la cabeza al tiempo que era tratado con menos melindres cuidosos.

Killua atrapo el brazo contrario y se aferró a él para alcanzar la altura del rubio y enfrentar sus miradas. Sus dedos sudaban, su mano por si sola se cerraba por los espasmos ocasionales. Estrujando la manga de la camisa, Killua intento avisarle, creyendo que no le había oído, pero un subidón de adrenalina no le permitió hablar sino en un idioma de gemidos descompasados en alto volumen.

Sus uñas dejaron marca en el hombro derecho de Kurapika, un momento antes de correrse en la funda lisa. Aun le temblaban los labios cuando Kurapika le siguió. Aunque no del modo que hubiera querido. La impresión de sentirlo correrse dentro se le hacía difícil de apreciar cuando ese plástico estaba en medio. De todos modos, el resultado seguía siendo gratificante.

— Killua, ¿Te encuentras bien?

Un vago movimiento de cabeza señalo "si", antes que el mayor depositara un tierno beso en su frente, contrastando la intensidad y desenfreno de hace unos minutos, para apartarse de él, abandonar la cama e ir al baño.

Killua conocía la rutina. A pesar de gustarle compartir un abrazo con el otro y quedarse más tiempo, Kurapika tenía sus mañas con la higiene y era difícil quitárselas. Miro sus piernas, con huellas de dedos errantes y sonrió orgulloso. Poco a poco, las cosas iban cambiando a buen rumbo.

Cuando Kurapika regreso del tocador, fresco y bien aseado, vio al adorable y hermoso niño de hebras blancas recostado perezosamente en el sofá, comiendo bombones que solo el Zoldyck sabia donde escondía, porque su pareja no quería que abusara con el azúcar por la noche.

Killua ronroneo y se estiro sobre su estómago, todavía masticando el dulce.

— Kurapika, cárgame.

Él lo tomo cuidadosamente de la espalda y las rodillas, alzándolo a su pecho. Killua evito su mirar al ladear la cabeza hacia su cuello como un animal mimado que jugar con su arete.

— Llévame, súbdito mío.

— ¿Súbdito?

— Tu empezaste a decir que soy un gato, pues bien, para que sepas los gatos no tienen dueños sino súbditos.

— Dices cosas impactantes...— El negó con la cabeza, pero igualmente se lo llevo a la habitación.

Una vez en la cama, a Killua se le antojo poner en práctica una nueva táctica.

Viendo que el Kuruta no despegaba ojo del libro de historia que tenía entre manos, se aproximó a él a gatas, sus manos serpenteaban sin hacer ruido hasta llegar a su objetivo. El sigilo siempre fue su especialidad, el silencio parte de su elemento, y eso Kurapika lo recordó tan pronto lo tuvo sentado en su regazo, dejando caer todo su peso. Manos suaves deslizándose por sus hombros, dotados de una suavidad imposible, y los ojos intensamente azul marino de Killua pidiéndole caprichos.

Su mirada hechizante hizo que el rubio cayera embelesado por su encanto.

— ¿Qué pasa? ¿Te comió la lengua el gato?

Kurapika cerró los ojos lentamente, pensando rápido para despabilarse.

— Kurapika— Ronroneo, provocativo— Juega conmigo.

Uñas largas, casi garras mortales, hicieron el amago de raspar el cuello ajeno sin llegar a lastimar.

— ¿Qué, otra vez?

El Zoldyck dio un largo suspiro, como si acabara de desinflar un globo dentro de su boca.

— Cuando tu pareja te lo propone deberías ser más agradecido.

— Mañana tenemos clases.

— Excusas, excusas.

— Creo...— El desvió la mirada, cohibido por algo. Killua sonrió anchamente por haber dado en el clavo cuando vio que sus mejillas adquirían un tierno sonrojo— Ya no tenemos protección.

— ¡Mejor! — Impulsándose sobre el mayor, lo abrazo en un desequilibro de altura y peso que por lo inesperado del movimiento, a Kurapika se le hizo difícil mantenerlos fijos en el colchón— Vamos a ser salvajes.

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Extrañas fijacionesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora