Caer en vicio

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Sí, después de tanto hay actualización. Que pena.

Dejo esto y me voy, que lo disfruten.

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Una patada no fue suficiente y Kurapika, tragándose el coraje, saco las llaves para abrir la puerta.

— No puedo creerlo— Resoplo, peinándose el cabello dorado que se le había revuelto luego de la huida.

Su compañero entro como rayo al apartamento, desprendiéndose su gran saco azul oscuro.

— Ser tu cómplice del crimen es muy agitado.

— ¡Estuvo bárbaro!

Visiblemente alegre, el niño de cabello blanco trato de sacarse el saco a pesar de lo grande que eran sus botones. Ni siquiera se quitó los zapatos.

— Fue el robo más rastrero que he visto.

— No puedes decir que fue un robo cuando la mercancía era gratis.

— ¿Y entonces porque te lo llevaste? — Acuso Kurapika, malhumorado.

— No me preguntes algo tan obvio.

Al fin, el saco cayó a los pies del menor y Kurapika comprobó que, sin lugar a dudas, el Zoldyck sí era un descarado.

Colgándole de los brazos, la cintura y mayormente en la espalda, montones de cintas y cuerdas sujetando tabletas de chocolate, diminutas cajas de bombones y uno que otro envoltorio que acabo perdiendo todo encanto por culpa de los inquietos brazos de Killua, que se los quito rápido y fácil gracias a que llevaba una sudadera de tirantes y pantalones largos para sujetar mejor las cuerdas.

Dejando caer el peso del saco y lo que contenía, Killua admiro su motín con suma felicidad.

— Mi paraíso...

— Killua, contéstame por qué.

— No sé, si no me delataste es porque querías darme el gusto también.

— ¡Mentira! ¿Por qué robaste todas las muestras gratis? Tienes dinero para esto.

— ¿Pues qué crees? – El hizo un gesto sardónico, al tiempo que tocaba cuidosamente los dulces robados para comprobar que no estuvieran aplastados o accidentalmente abiertos— Tiene mejor sabor cuando no pago por ellos.

— Por Dios, tu cinismo me supera.

Kurapika negó con la cabeza, suspirando con resignación. No tenía caso discutir con el joven, no cuando se trataba de sus caprichos chocolateros. Fue a la nevera y decidió comer gelatina de cena, dudaba muchísimo que Killua quisiera otra cosa aparte de esa montaña de azúcar.

— Deja de revolcarte en el suelo.

— Estoy rodeado de dulce deleite...

— Ven a dormir, mañana podrás comerlos de desayuno.

— ¡¿De verdad?!— Killua se sentó, mirándolo con gran asombro— ¿Me dejaras comerlos?

— No ahora, tú te conoces cuando abusas del azúcar antes de acostarte.

El blondo se retiró al tocador a prepararse para acostarse. Killua estaba incrédulo, no creyó que realmente le daría permiso para gozar. Como tenia un novio quisquilloso que no quería virutas alrededor, Killua se llevaba un dulce a la cama y se lo comía sin que el rubio supiera o mientras dormía. Pero hoy Kurapika no solo lo dejaba disfrutar, también lo encubrió al salir del supermercado, llevándose todas las muestras gratis dentro del saco gigante.

Extrañas fijacionesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora