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Orfanato de Las Almas, México

— ¡Señorita Clara! Mire, es para usted.

Clara desvío la mirada de la rodilla adornada con una tirita de corazones tras una caída de una de las niñas que hasta hace poco correteaba por los pasillos del comedor, para mirar al niño que más aprecio le tenía y se lo demostraba siempre que podía: Santiago.

El pequeño de ocho años tenía entre sus pequeñas manos un folio en el que había plasmado con multitud de colores a Clara junto a él, en un jardín lleno de flores y coronado con un sol amarillo radiante.

— Sofía, ve a comer, y no corras ¿sí?

La niña se fue cabizbaja hacia el lugar donde estaban las bandejas que la cocinera les llenaba varias veces al día, moviendo sus trenzas oscuras al ritmo de sus pasos. Siempre se negaba a cortarse el pelo, motivo por el cual le pedía a Clara que se lo recogiera en trenzas que alcanzaban hasta su redonda cintura.

Ella era una figura similar a una hermana mayor para la esos niños. La mayoría habían perdido a sus familiares por culpa de los cárteles o por misteriosas desapariciones por orden de los narcotraficantes. Era habitual que sus padres se metieran en asuntos turbios para conseguir dinero fácil, ganándose a multitud de enemigos que les daban caza hasta hacerlos desaparecer del mapa como si nunca hubieran existido.

Las principales víctimas siempre eran sus hijos. Los sicarios los dejaban vivos para que tuvieran en cuenta lo que les ocurriría si seguían los pasos de sus progenitores, quedándoles también traumas de por vida grabados en sus frágiles mentes.

El dibujo de Santiago plasmaba lo que más ansiaba volver a tener: una familia con la que volver a sonreír.

Clara era lo más cercano a familia junto a otros voluntarios que tenían en ese centro. Su empatía y sus ganas de invertir su tiempo libre en algo útil la llevaron a ser voluntaria en el orfanato, sin cobrar nada a cambio más que las sonrisas y la compañía de esas inocentes almas.

— ¿Para mí? Muchas gracias, cielo —contestó sonriendo con dulzura al pequeño de ojos verdes.

Cogió el papel entre sus manos y acarició la cabeza castaño claro del niño como gesto de agradecimiento. Eran buenos chicos, salvo por algún sujeto rebelde que se negaba a portarse tan bien como los demás y requería más paciencia.

No podía culparlos por su forma de ser, puesto que no había vivido ni la mitad de lo que ellos sufrieron en su pasado.

Clara guardó el dibujo en la bolsa de tela que dejaba al entrar cada día en el perchero de la entrada, tarareando una canción que escuchó junto a Sofía cuando se cayó y le sugirió escuchar música para calmarse.

Se trataba de la canción "Symphony" de Zara Larsson, una de las favoritas de la niña debido a que su madre era americana y le recordaba a ella. Le resultó conmovedor que la niña asociara esa canción a buenos recuerdos, y se alegraba de que compartiera momentos así con ella.

Solo le costó unos pocos meses tener a los niños comiendo de su mano. Su madre siempre le decía que era porque tenía un don con ellos, y que cuando fuera madre sería la mejor del mundo. Ella, en cambio, no se proyectaba a sí misma teniendo una hija o hijo con alguien que la quisiera tanto como para querer crear una vida juntos.

𝖘𝖎𝖉𝖊𝖗𝖆𝖑Donde viven las historias. Descúbrelo ahora