Capitulo 11.

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El frunció sus cejas a mí, y tan solo le sonreí. Esperando a ver qué iba él a decir o a hacer. Luego de unos pocos minutos, el retrocedió. Entonces él me sonrió, haciéndome fruncir el ceño en confusión. ¿Qué diablos de pasa ahora?

Esa lengua viperina tuya necesita ser cortada, bueno, eso solo si quieres —él dijo, y mis ojos se agrandaron en cuanto vi su cuchillo otra vez. Mierda, ¿él me va a matar ahora? ¡Dios, sí, por favor! Quiero morir desde que mi vida ya no tiene un propósito.

Pero, de nuevo, la reacción de mi cuerpo hacia sus palabras es diferente que la de que mi. En lugar de estar de pie con valentía, estoy temblando como una hoja en un día ventoso. Su sonrisa se acrecentó, y casi dejé escapar un grito cuando él acercó el cuchillo hacia mí e inclinó la cabeza hacia un lado.

En caso de que te estés preguntando, toda tu actitud descarada es un poco aburrida para mí ahora. Y con mucho gusto te entretendré cortándote la lengua. Justo aquí, y ahora mismo.

Me atraganté visiblemente, ¿es que realmente estaba hablando en serio? Quiero decir, ¿qué pasa si lo hice? ¿moriré? ¿no podré hablar más? ¿qué? Por último, bajé la cabeza.

—No —murmuré, y pude escucharlo reírse entre dientes malvadamente, haciéndome querer golpearlo, pero decidí retenerme. Primero, eso solo haría que se enoje; segundo, ni siquiera sé que dolerá más, su cara o sus dolorosas palabras.

Mírame, Lucinda.

Miré hacia arriba, y noté que su cuchillo ya no estaba allí. El estaba mirándome, con sus penetrantes vacíos ojos que me recordaban a la sagrada oscuridad de la noche. Eso sería si él fuera sagrado, cosa que sé que no es.

El puso su mano en mi barbilla, haciéndome respingar.

Ni siquiera trates e escapar de esta ciudad, porque no funcionará. Soy el hombre aquí, yo mando en esta ciudad. Y puede que esté muerto, pero la gente sigue sabiendo quien soy, y qué hice.

—¿Qué hiciste? —pregunté de repente, tomándome a mí y a él con la guardia baja. El liberó su agarre en mi barbilla, y miró hacia otro lado.

No te concierne ahora mismo, definitivamente lo vas a saber, de alguna u otra manera. Pero no te lo diré. Te estaré vigilando.

Y con eso, el desapareció. Mire alrededor del cuarto, éste estaba relativamente frío, era como si, cuando él estaba aquí, el lugar siquiera tenía temperatura del todo.

Lentamente me acomode en la almohada, y suspire bajamente. Ahora, no puedo dejar esta ciudad, no más, desde que él la posee. ¿Qué voy a hacer? Por supuesto, el inmediatamente sabrá donde estoy si trato de irme.

¿Qué diablos se supone que haga ahora?

[...]

—Ella puede dejar el hospital ahora, Sra. Mackenzie. —El doctor sonrió y dejó el cuarto. Me senté y mi madre me miraba con una sonrisa.

—M-mamá, ¿cómo estás? ¿estás bien? —pregunté y ella asintió, regalándome una mirada confusa.

—Sí, lo estoy. Es que han  pasado solo dos días, pero te extrañé —ella dijo. Negué con la cabeza.

—No, ¿estás bien con estar sola en casa? ¿alguien te lastimó? —cuestioné, y ella negó con la cabeza.

—¿Por qué alguien en la faz de la tierra querría lastimarme? La casa estaba solitaria y quieta sin ti. Nada extraño pasó —ella respondió, y suspiré en paz.

—Eso es bueno de escuchar, mamá. Estoy contenta. —Sonreí, y ella me sonrió a mí, y acomodo su cabello rubio.

Heredé todo mi aspecto de mi padre, como mi personalidad de mi madre. Estoy feliz de no tener sus características, porque si así fuera, estaría en la calle ahora.

Solo digamos que mi padre es como, psicótico, o algo así. Ni siquiera sé porque  a mi madre le gusta, es algo raro para mí. El amor es extraño, actúa de formas misteriosas.

—¿Qué hay de ti, cariño? ¿Estás bien? ¿Te sigue doliendo la mano? —ella habló, y la puerta de repente se abrió, revelando a mi enfermera. Ella nos sonrió.

—Srta. Lucinda, ¿estás lista para irte? —preguntó, y asentí rápidamente.

¡Oh, sí! Estancada aquí por dos días, constantemente visitada por él, es simplemente horripilante.

—Sí —respondí. La enfermera asintió, sus ojos marrones se dirigieron a mi madre.

—Sra. Mackenzie, sus topas están en el baño, listas para que ella las use, y tan solo presione ese botón rojo y una enfermera vendrá a traerle una silla de ruedas para ella. —Mi madre asintió.

—Sí, gracias. —Y la enfermera, quien tenía de nombre Monica, dejó el cuarto. Mi madre se giró a mi— Vamos, vamos a cambiarte.

[...]

Estaba postrada en la silla de ruedas y fui llevada fuera del cuarto hasta el auto de mi madre. Fui sentada cuidadosamente en el asiento trasero y mi madre condujo lejos de allí.

—Mamá —llamé y ella me miro a través del espejo.

—¿Si? —preguntó.

—¿Podemos dejar la ciudad? —pregunté, y sus ojos aumentaron de tamaño. El auto se detuvo a la señal de luz roja.

—¿Por qué estas otra vez con esto de dejar la ciudad, Lucinda? —ella cuestionó.

—Bueno, que hay si te digo que hay algo maligno en esta ciudad, ¿no iríamos? —pregunté, y ella suspiró.

—Cualquier cosa "maligna" a la que te estás refiriendo en este instante, es un producto de tu imaginación.

Y por el rabillo de mi ojo, vi algo oscuro. Lentamente me giré hacia él y o vi. El estaba parado en el oscuro callejón, donde el sol no llegaba. Sus escalofriantes y oscuros me estaban mirando.

Mis ojos se agrandaron, era cierto.

El estaría observándome.

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Hex [h.s]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora