—¿Qué pasa?
Preguntó mi madre por quinta vez, mientras limpiaba el comedor. Me miraba fijamente, buscando en mí la razón por la que no había querido levantarme de la cama, es decir, no fui a la universidad. Y claramente no me encontraba enferma.
Tenía varios mensajes de Elena, preocupada, pero no me importó siquiera revisarlos.
Evan también me había escrito algunas cosas a las que no le tomé importancia.
Y Jordi... No sabía nada de él desde hace un día completo. En este caso era yo quien lo había estado buscando, escribiéndole mensajes tras mensajes, teniendo la esperanza viva de que en algún momento me respondiera, pero no fue así. Incluso, ni siquiera le habían llegado. Y cuando lo llamaba, su celular parecía estar apagado.
—No pasa nada, ma. Simplemente no estoy en mi mejor ánimo —tomé una mandarina de la encimera —. Hoy simplemente quiero estar en casa sola, y comiendo muchos muchos dulces.
Mi madre rodó los ojos mientras se sentaba frente a mí. Su mirada intimidante casi me hizo contarle todo lo que había pasado. Casi.
No tenía idea como se fuera a tomar mi madre, que su hija, su magnífica hija, esté jugando con dos hombres solo por no saber lo que quiere. Puedo asegurar que estaría muy decepcionada.
Me quejaba tanto de mí padre que al final resulté siendo igual a él. Sentí las ganas de llorar haciéndose presente pero las reprimi, intentando actuar normal.
—Más bien tu deberías explicarme por qué es qué has estado feliz estos días. Y no hablo de feliz normal, cómo cualquier otro día. Hablo de muyyyy feliz. Tanto como para cantar canciones de Pimpinela mientras cocinas —le pellizqué una mejilla y ella rápidamente se sonrojó. Bingo. Al menos yo ya no era el tema de conversación —. Y no es que tuvieras una voz tan melódica —bromeé.
Ella colocó un mechón de su cabello detrás de su oreja, y aquel acto me hizo reflejarme en ella. Éramos tan parecidas en ocasiones. La única diferencia es que mi madre era muy recta. Siempre segura de sus decisiones sin importar a quién pudiera molestarle. Y yo era todo lo opuesto. La prueba viva de aquello era por todo lo que estaba pasando, porque aunque era a Jordi a quien le había estado enviando tantos mensajes, no paraba de pensar en Evan, y en qué me moría por responderle, pero no podía tenerlos a los dos en la mente. No podía seguir así.
—La verdad... No ha pasado nada importante hija. Solo me he tomado la vida un poco más ligera... Más tranquila. Y me siento muy bien así.
—¡Vamos, mamá! Soy tu hija. Siempre me lo has contado todo, no te juzgaré, ¿qué pasa?
—Y tú también me has contado todo siempre. Pero resulta que esta vez, no me lo quieres contar. Entonces significa que es sobre un chico, y... ¡Oh, sorpresa! También yo tengo algo que decirte de un chico... Pero al igual que tú, no quiero contarte, o al menos aún. Y tú cómo yo lo hago, deberías respetar que es mi privacidad.
La miré entrecerrando los ojos. Tenía razón, cómo siempre. No podía pedirle que me contara lo que le pasaba cuando yo aún no lo había hecho.
—Me molesta que siempre tengas razón.
—Entonces te molestaras mucho con tu madre, porque siempre tiene la razón —me guiñó un ojo.
La miré orgullosa. Amaba como poco a poco ella parecía estar soltando a mi padre. Fijándose más en ella, tomándose más tiempo para ella misma, y disfrutando de la vida. Cómo tuvo que ser desde el inicio.
—Te amo —le susurré, feliz y orgullosa de que aquella mujer tan impresionante fuera mí madre.
—Y yo te amo a ti, mí niña —se acercó a darme un beso en la frente —. Tú y yo contra todo.
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Amara y sus 17 años
Teen FictionUna adolescente. 17 años de edad. Amistades falsas. Sueños difícilmente posibles. Universidades. Decisiones que tomar. Amoríos. Para Amara su vida fue plena, tranquila y feliz. Hasta que al cumplir sus 17 años todo cambió drásticamente. Al fin y al...