Capítulo 6

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 Anaís

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Anaís

Ya basta, le recriminé a la cabeza que no paraba de mandarme imágenes de él bajo el brillo del sol que cegaba y su piel morena y sedosa.

Había conseguido que le contara lo que no conté a nadie. Kevin no solo me hace tilín al corazón, sino que la energía que me trasmite hace que no piense con la cabeza y eso no era bueno. Ni para mí ni para él.

—Patético es haberse enamorado de la persona que no merecía nuestro tiempo— dije y éste retiró la última lágrima que había caído y que rodaba sobre mi mejilla. Y su tacto, su simple roce con mi piel llevó un mensaje a mi cerebro que intentaba descubrir porque parecía estar encriptado y no lo veía con claridad.

Sonrío negando con la cabeza y cerrando los ojos —¿Que es tan gracioso? — cuestionó frunciendo el ceño, pero sin parecer serio.

—Que esa mujer de la que te enamoraste es una enorme idiota, ¡mira que dejarte escapar!

Le hice gracia porque ensanchó la comisura de sus labios y me demostró una perfecta hilera de dientes perfectos y blancos. Mierda, que sonrisa tan bonita.

Después hizo una pregunta que dejó todo mi cuerpo temblando.

—¿Quién es ese hombre del que no debiste sentir lo que estás sintiendo porque según tú una mujer maltratada en el pasado no tiene derecho a enamorarse de nuevo? Corrígeme si lo entendí mal.

Mi corazón que estaba botando en mi pecho dio una vuelta mortal.

—Lo entendiste bien y no, no quieres saberlo.

—¿Por qué? — no parecía el hombre que me descubrió ayer en la bodega del yate. El que tenía frente a mi sentado en esas butacas de cuero crema era otra persona. Un hombre sumamente perfecto tanto por dentro como por fuera.

—Porque entonces me dejarás en costa. ¿Y sabes qué?, el italiano se me da de culo. Lo único que sé decir en ese idioma es «chao, bella», «Arrivederci» o «piano»— esta vez hace sonar su risa y me dio un cortocircuito en mi sistema nervioso.

Qué cojones, ¿cómo le iba a decir que ese hombre es él?, que hace años nadie había llamado mi atención y el sí lo hizo. Esta vez sí que me tomaría por loca. Además, tengo orgullo, porque él está aquí huyendo de un amor que siente por otra mujer. No, no y no, no se lo contaré en bajo ninguna circunstancia.

—Prometo no dejarte en el puerto de Italia.

Me alcé del taburete de cuero y fingí cerrar mi boca con una cremallera imaginaria. Él arqueó una de sus cejas y se dio por vencido.

—Lo siento, señor borde, pero soy una tumba. Bastante hablé por hoy. Y, por cierto, soy Anaís y tengo veintitrés años, es un placer conocerte— extendí mi mano—, empecemos de nuevo porque esta travesía empezó mal.

Hice una mueca con los labios y el aceptó mi mano si dejar de sonreír. Seguro que pensara ¿de dónde habrá salido está loca? Porque hace unos segundos estaba llorando y ahora le sonreía como si no hubiera pasado nada.

—Kevin Halcón y tengo veintinueve años. Y bienvenida a bordo del Ángelo.

Supuse que ese era el nombre del yate porque estaba escrito en uno de los costados del barco.

—Gracias. Ahora terminemos de desayunar, tengo aun hambre.

Asintió sonriendo y mordiendo el labio inferior mientras me miraba. Tal vez su actitud haya cambiado porque le di pena. Las mujeres maltratadas siempre somos observadas con lástima.

—Bajemos.

Me tiemblan las piernas. Pero ¿qué ha pasado aquí?

Desde que sufrí de maltrato aprendí a no mostrar mis emociones ni mucho menos volver a enamorarme y sí en algún momento sucedía tenía que saber cómo frenarlo, pero es que ahora, joder, estaba tan confundida que no sabía cómo identificar las veces que mi corazón se saltó un latido.

Aquella mañana fue el primer día desde que me demostró la bandera blanca de paz. En casi veinticuatro horas habían pasado tantas cosas y todas intensas que yo no sé lo que pasará a los veintiocho días restantes que faltaban a su lado.

Preparé la comida del medio día y Kevin y yo almorzamos juntos. No ha vuelto a preguntar sobre mi vida y por ello le estaba agradecida. Sin embargo, yo, necesitaba saber más de este tipo y no quedarme con las únicas ideas que tenía de él. Aparte de guapísimo, buenísimo, hermosísimo y todos los apelativos que acaben en «ísimo». Algo más hay aparte de su inigualable belleza que escondía bajo su piel y no creo que solo sea por esa mujer que por cierto si en algún momento de mi vida me la encuentro le daría las gracias por no corresponder el amor que le estaba ofreciendo este hombre en bandeja. Porque gracias a su amor no correspondido, ahora, yo, estoy disfrutando de una travesía de treinta días a su lado. Y esta vez sé que todo irá bien, aunque hayamos empezado mal.

—Anaís, estamos a dos horas del puerto— se detiene en seco cuando me ve metida en el jacuzzi de la cubierta con techo de cristal. Pero el problema no era porque esté disfrutando del burbujeante baño, sino como me había metido dentro del agua, y fue con mi ropa interior.

Me llevé las manos hacia mis pechos que marcaban el encaje negro sobre ellos.

Rápidamente se dio la vuelta y pidió perdón.

—No sabía que estabas dándote un baño. Solo quería que supieras que no nos queda mucho para desembarcar.

—No, perdóname tú a mí, debí avisarte de que iba a usar el jacuzzi, pero no me pude resistir cuando subí y...

—Está bien, puedes usar lo que quieras, ahora somos compañeros de viaje.

—Vale, gracias.

—De nada, pasaremos la noche en el muelle y mañana si quieres puedes ir a comprar lo que te haga falta mientras unos colegas hacen el mantenimiento del Ángelo.

Asentí y este esperó a que dijera algo, tonta no me había dado cuenta de que no me estaba mirando.

—Vale.

Tenía un problema y es que no llevaba más de veinte euros en mi monedero. Y eso no me comprará absolutamente nada, al menos no todo lo que iba a necesitar.

 Y eso no me comprará absolutamente nada, al menos no todo lo que iba a necesitar

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Treinta días para enamorarseDonde viven las historias. Descúbrelo ahora