Capítulo 14

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Kevin

Estamos hechos de carne y huesos, pero a veces y porque la vida es así, tenemos que actuar como si estuviéramos hechos de hierro. La realidad era esta, saber verla o no ya era nuestra elección.

La besé, así es, tuve esa necesidad de hacerlo y no lo dudé, no lo pensé solo pregunté y ella estaba deseando que lo hiciera. Sus labios me enloquecieron nada más rozarlos, no me imaginé que iba a encontrar alivio en la boca de otra mujer, en los brazos de otra que no fuera de la que supuestamente amaba. Porque la seguía amando, ¿no? Solo han pasado cuatro días desde que me embarqué es este viaje, no podía pasar tan rápido.

La sangre me rugía en las venas cuando sentí que el calor empezó a abordarnos, pasé mis manos sobre sus caderas sin soltar su boca, sin intención de dejar de descubrir cada esquina de ésta. Anaís es una mujer que no merecía creer que llevaba la marca de nadie.

La mera idea de pensar que entre ella y yo surgirán cosas que no tenía en mi lista de planes me hacían sentir una profunda ansiedad.

—Yo... — dijo cuando al fin le solté los labios.

—Somos adultos, no tenemos que dar explicaciones a nadie, deseaba besarte y tú que lo hiciera. Disfrutemos— dije porque se había puesto nerviosa.

—Vale, yo también quiero disfrutar de ti, de este momento.

Sonreí y volví a besarla. La senté sobre la mesa de la cubierta superior donde estaban los asientos de cuero, una mesa de cristal y el jacuzzi a unos metros.

—Me gustan tus labios— le susurré entre besos y ella sonrió sobre mi boca, pasó sus pequeñas manos sobre mi cintura y luego las subió sobre mis hombros y yo me posicioné mejor entre sus piernas. Me encantaba el sabor que tenía a fresas esos labios que tanto estaba degustando ahora mismo.

—Y a mí los tuyos.

La respiración empezó a salir entrecortada cuando nuestros cuerpos exigían más que besos, más que caricias.

—¿Sabes lo que me apetece ahora mismo, rubia?— jadeante dije dejando sus labios libres para contestarme.

Negó mordiendo el labio inferior y mirándome con deseo.

—Quiero llevarte a mi camarote y quitarte la ropa. Dejar que me veas de la única manera que no me has visto a excepción del traje a milímetro, y hacerte mía, pero mía de verdad, mía sin que te duela, sin que te lastime. Borrar las huellas que dices tener y demostrarte que lo único que cargas es tu propia esencia—uní mi frente a la de ella.

— Joder, Kevin, estoy a punto de volverme loca de lujuria. Hazlo, por favor. Hazme todo lo que creas que es necesario para darme cuenta de que mi esencia es lo único que tengo y que tú la disfrutas.

—No estoy pensando con claridad, pero quiero hacerlo, quiero tenerte en mi cabeza solo a ti.

—Inténtalo.

Y entonces todo lo vi de colores y la cargué hasta mi camarote, donde la dejé sobre mi cama y posicioné mi rodilla derecha entre sus muslos y apoyé mi cuerpo sobre mis manos contra el colchón mientras mi boca seguía navegando (nunca mejor dicho) sobre sus labios y poco a poco me deshice de su ropa. Llevaba un sujetador de encaje amarillo y ahora que podía ver con claridad su piel descubrí la cicatriz que guardaba en el costado bajo un tatuaje que estaba escrito en letras cursivas supervivencia.

Ella se dio cuenta de que la miraba y después dije:

—Eres preciosa y una superviviente.

—Lo soy.

Sonreí y me incliné nuevamente sobre sus labios. La devoré mientras sentí como la polla me palpitaba entre el pantalón. Necesitaba liberarse ya.

Como si me hubiera leído la mente puso sus dedos sobre los botones de la prenda y los desabrochó.

Al ver la longitud y el grosor de mi miembro se sonrojó.

—Eres perfecto en todo— susurró más para ella que para mí, pero la oí perfectamente.

Me sacó una sonrisa y luego bajé hasta sus pechos para apoderarme de ellos y besé, lamí, saboreé y mordí sus pezones rosados hasta que le arranqué gemidos altos y claros. Gritó mi nombre, me dijo lo mucho que deseaba estar así, lo tanto que le gustaba y eso me ensanchó el pecho. Después de lo que me pasó no tenía intención de caer de nuevo en las redes del amor o en las promesas que no son demostradas, pero Anaís tenía algo que me hacía confiar, que me incitaba a querer más y solo tenía que ver el poder que ejercía sobre mí al dejarla acompañarme en mi viaje y ahora meterla bajo mis sábanas. Bajo mi cuerpo.

Solo cuatro días, qué locura.

—Supongo que no tomas ningún tipo de anticonceptivos— negó—, vale, yo controlo, no llevo condones encima porque no pensaba tener a ninguna mujer a bordo, pero supongo que la marcha atrás no debería ser un problema.

Asintió y confió en mí.

Antes de penetrarla, la miré a los ojos y veía que estaba más segura de esto que yo, y llevado por la pasión entré en ella suavemente dejando que su cuerpo se adaptara a mí, cerró los ojos por un instante al sentirse llena y luego los abrió encontrándose con los míos.

—Esto es, maravilloso— dijo entre jadeos.

—Juro que lo es— solté un gemido al salir y entrar en ella, me encanta la forma que me apretaba dentro. En como su interior me recibía, ese calor que envolvía mi miembro haciendo que se hinche aún más. Su humedad me permitía un acceso placentero tanto que mis embestidas se volvieran seguidas, sin pausa, sin control.

—No sé si podré aguantar más— dijo.

—Alcánzalo, libérate, rubia— entre muchísimo más a fondo y ella se liberó, alcanzó la cima y gritó mi nombre de nuevo. Segundos después salí de su cuerpo y expulsé fuera de ella y Anaís sé apoderó de mis labios mientras gemía en su boca.

Con la respiración aún entrecortada añadió:

—Ambos nos merecemos unos amantes que nos quieran con nuestros demonios.

La miré intentando recuperar el pulso y la respiración.

Te mereces un amante que te quiera despeinada, con todo y todas las razones que te hacen despertarte deprisa y los demonios que no te dejan dormir— sonrió al recitar esa frase tan cierta.

Frida Kahlo— susurró y asentí.

Ese encuentro íntimo fue el primero de todos, porque una cosa tenía claro y es que quería repetir con ella.

—En nuestra próxima parada en Francia compraré muchas cajas de condones.

Ella sonrió y asintió.

—¿Por qué querrás repetir? — pregunté dubitativo. Después de todo lo que sufrió en manos de un hombre tenía que andar con ella con pies de plomo. No quiero obligarla a hacer nada de lo que no esté preparada. Aunque esto solo durará los días que nos quedaba juntos a bordo.

—Contigo quiero repetir incluso este viaje de treinta días.

Sonreí de oreja a oreja y la besé.

Sonreí de oreja a oreja y la besé

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Treinta días para enamorarseDonde viven las historias. Descúbrelo ahora