Capítulo 29

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Kevin

No quería fallarle a Anaís, es más eso sería lo último que haría. Eso no entraba en mis planes. Pero su duda y la mía es tan grande que, temo que lo piense. Nuestra relación no se merece sufrir por una duda que yo sé que no dejaré que la lastime.

Día 27

Aunque sé que en la cabeza de Anaís está trabajando a mil por hora por lo que pueda pasar dentro de tres días nuestras dudas quedarán más que despejadas, y si me pregunto si la amo o no, la respuesta la tenía clara hasta cierto punto, y sí, claro que me he enamorado. Supongo que estoy con ella porque mis sentimientos me llevaron hasta ella. Y lo estaba. Kiara quedó en el pasado porque Anaís se convirtió en mi presente. Y aun así no estaba preparado para decirle lo mucho que la quería. Tanto su fortaleza como su debilidad. Como su valentía al igual que sus miedos habían hecho que la amara, y por eso lo veía todo precipitado. ¿Acaso se puede olvidar un amor como el que sentí por Kiara? ¿Es posible? Supongo, ¿no?

Habíamos pasado la noche en Tenerife y hoy iba a mostrarle la isla.

—Desde luego está isla se ha convertido en mi lugar favorito en todo nuestro recorrido.

Acabamos comiendo frente a la playa.

Desde hace dos días no volvió a sacar el tema que dejamos a medias. La cual yo no había dado una respuesta clara.

—Pienso lo mismo.

Me sonríe y dice juguetona—: a veces las personas que comparten cama también comparten pensamientos.

Paso la lengua sobre mis labios sin dejar de mirarla. Ella muerde su labio inferior y ambos nos provocamos con la mirada. Me guía con el ojo hacia los baños de ese restaurante y fruncí el ceño al entender lo que me proponía.

Carraspea y se alza gimiendo para mí y me deja ahí. Sentado sobre la mesa y a la espera de que mi cuerpo reaccionara y que se pusiera rumbo a su encuentro.

Pago la comida dejando una considerable propina.

Al llegar al baño de señoras, ella me esperaba detrás de la puerta y yo, lógico, como es típico de mí, le indico que no estaba bien lo que estábamos a punto de hacer, pero ella no me deja terminar porque me come la boca y yo me dejo comer.

Pierdo el control.
Mi deseo aumentó con cada beso de sus labios.
Mi entrepierna crece y crece.
Y yo pierdo toda razón y tomó el mando de la situación.

La encerré en uno de los cubículos y la alcé contra la puerta. Sin importarme que entre alguien le rompo el tanga que llevaba y me bajo la cremallera. La embisto y una eléctrica corriente me recorre la espalda. La vuelvo a empotrar e intento llegar lo más fondo que su cuerpo me permita y ambos gemimos en silencio. Sudando por la actividad tan arriesgada (porque nos podían echar de aquí escandalosamente o incluso llamar a la policía) ella solo sonreía de felicidad, como si esto fuera lo más normal del mundo.

—Te gusta lo arriesgado, eh, rubia— digo después de entrar de nuevo en ella y ambos gemimos.

—Me gusta lo arriesgado, pero solo contigo.

Se me hincha el pecho y la vuelvo hacer mía. Esta vez iba más rápido y dándome prisa para alcanzar la liberación, y cuando lo hicimos la puerta principal del baño se abre y escuchamos a dos mujeres hablando mientras le indico a Anaís que guardase silencio. Ella seguía con la misma guasa y yo solo deseaba que se marcharan esas cotorras que no paraban de hablar de un tal Bastián que las trae locas y después salir de ahí, y recordar ese momento como una de las excepciones que hice a lo largo de mi vida dejando la responsabilidad y el razonamiento a un lado regado bajo el deseo y las ganas de vivir al lado de Anaís.

Cinco minutos fueron lo que pasaron exactamente cuando decidí no esperar más y bajé con cuidado a Anaís al dejarla en el suelo y ella se coloca las prendas que llevaba bien mientras le arreglo los cuatro mechones de su cabello alborotado y terminé por colocarme bien mi miembro bajo el pantalón y abrí la puerta y al salir saludé a esas mujeres con lenguas cansinas al oírlas, y ellas abrieron la boca de par a par—. Buenos días, señoritas—Anaís sonreía libremente sin importarle la vergonzosa situación en la que nos encontrábamos.

—Dios, que agobio— digo al sentir como el aire fresco me golpeaba en el rostro—, avísame que nunca más entre en el baño de mujeres.

—¿Es que habrá una próxima vez?

—La habrá, rubia. Eso te lo puedo asegurar.

Sus ojos se cristalizan y siento lo que me empieza a ocultar al bajar la mirada.

—No, ni se te ocurra llorar, si te digo que habrá una próxima vez es porque así será. No tengo intención de soltarte, Anaís.

De repente pasó a sonreír y me calmo al ver dibujada esa sonrisa tan bonita que tenía.

—Y ahora si me lo permites nos espera un día de aventuras por delante. Nos vamos a «Loroparque».

Esa tarde la pasamos aventurados en las diversas actividades que nos ofrecía ese lugar. Aparte de conocer y ver animales exóticos, también sirvió para seguir conociéndonos aún más.

La travesía iba a ser larga, tanto que estos veintisiete días apenas los noté y cuando me di cuenta mientras cenábamos en cubierta de mi yate, me di cuenta de que era imposible toda esta historia. Que algo oculto había en este libro que empezó a escribir ella al subirse en el Ángelo y necesitaba descubrirlo. Necesitaba averiguarlo lo antes posible para poder declararle mi amor. Para dejar salir de nuevo esas palabras que jamás pensé decir a ninguna otra mujer.

—Rubia, sabes que se me da bien leer entre líneas, y tú... joder, Anaís, algo me dice que te atormenta algo más. Es decir que tu estancia aquí no es culpa del destino.

Se tensa.
Se pierde.
La encuentro al sujetar sus manos sobre la mesa.

—Sea lo que sea, dímelo de una vez y acabemos con tu tortura.

Ella negó.

—¿Por qué?

—Porque fui una estúpida, fui idiota en... yo te amo, y eso es la única verdad que hay entre nosotros. Te amo. Y quiero estar contigo, ahora, mañana, dentro de una semana, los próximos años o el resto de mi vida. Solo quédate con esa verdad.

Nadie se cuela en el yate de un hombre que no conoce de nada por el hecho de que te haya gustado o porque necesitabas también desaparecer por unos días. Quizás sea imaginación mía, y ojalá que así sea, pero ahora mismo y echando la vista atrás, hay cosas que dejan de cuadrar.

 Quizás sea imaginación mía, y ojalá que así sea, pero ahora mismo y echando la vista atrás, hay cosas que dejan de cuadrar

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Treinta días para enamorarseDonde viven las historias. Descúbrelo ahora