Capítulo 41

381 77 5
                                    


Kevin

Me he asomado tanto al precipicio que casi noto la caída y el impacto. Pero afortunadamente me di cuenta a tiempo del impacto que me esperaba y ahora que tenía las cosas muchísimo más claras, puedo decir que, me merezco a esa mujer que espero que dé el paso necesario para asegurarme de que estaba conmigo y esta vez era para siempre. Un nosotros infinito.

Mirando las vistas que me ofrecía mi despacho, pienso en todos los días que pasé con ella, desde el primer ínstate hasta el último. Y no me arrepiento de nada.

—Señor, tiene visita— la voz de Stephen me despierta de mis recuerdos. Lo miro indicando con la cabeza de quien se trataba—. Es Romano de Luca.

—Que pase.

Al percibir la imagen de este hombre, su mirada despertó todas las alarmas que estaban apagadas hace un momento.

—Kevin, hijo. Yo... siento haber venido sin avisar, pero hay algo..., bueno, es sobre Anaís.

Fruncí el ceño.

—¿Qué le pasa a Anaís?

Su rostro estaba pálido. Despeinado, con la barba de días y Romano no era de los que descuidaban su imagen.

—Ella puede ser... oh, Dios, es que me da vergüenza y todo.

—Me estás asustando, quieres hablar de una vez.

—Cabe la posibilidad de que Anaís sea mi hija.

—¿Qué?

—Tuve una aventura con su madre días antes de que mi hermano le propusiera matrimonio a ella y luego ocurrió lo que ya sabes. Todos se pusieron en contra de ella e incluso yo al principio, pero luego me arrepentí. Esa chica se parece mucho a mí.

—Estás viendo fantasmas donde no los hay. Después de años, ahora vienes con esa tontería.

—No sabía de su existencia.

—Me importa una mierda si lo sabías o no. No voy a permitir que le destroces la vida a Anaís. Así que aléjate de ella. Ella ya tiene un padre al cual ve como su héroe.

—Pero Kevin.

—Ni Kevin, ni hostias—estampo la mano contra la mesa—, escúchame bien, Romano, si no lo haces por Anaís al menos hazlo por el hermano que engañaste con la mujer que amaba. Deja las cosas como están. A veces es mejor seguir viviendo, dejando las cosas como están que lastimar con errores que otros no tienen por qué cargar y, Anaís no merece vivir el resto de su vida pensando que el hombre que enterró no es su padre biológico.

—¿Me estás diciendo que le oculté la posibilidad de vivir con su padre?

—Ella ya tuvo un padre que dio todo por ella. Y sí, no te lo estoy insinuando. Te lo estoy dejando bien claro, amo a esta mujer y si tengo que ir contra ti para protegerla, créeme que lo haré.

Este bajo la mirada y asintió.

—Bien, parece que no voy a tener tu ayuda.

—Eso parece.

Este se marchó y yo maldije por cargar algo tan grande como esto. Stephen entró de nuevo y esta vez me traía un sobre con algo cuadrado en su interior.

—Es para ti— me lo ofreció y este me miraba expectante a la espera de mi reacción.

—¿Qué pasa?

—Mira el remitente— dice señalando con las cejas al sobre.

Anaís— sonrío al ver que era ella y el mal rato que había pasado hace Segundos se va con solo ver lo que me había escrito y la cajita.

Nota:

Tú eres lo que necesito, ahora, mañana y el resto de mi vida, y si tengo que demostrártelo todos los días, viviré solo para ello. Recuerda que siempre serás mi lugar favorito, ya sea en alta mar o en casa. Tú decides en qué llaves deseas que este.

Sonrío y abro la caja.

—Un llavero— digo al ver marcado el nombre del Ángelo por una cara y al girarlo leo la famosa frase de Séneca que siempre me gustó y si no recuerdo mal, se lo dije una vez.

«La suerte es donde confluyen la preparación y la oportunidad».

Stephen no dijo nada y se retiró dejándome ahí entumecido en mis pensamientos mientras le doy la vuelta a todos los acontecimientos de última hora.

Con el llavero en mano decido mandarle un mensaje de agradecimiento.

Mensaje:

Sabes que no hace falta que te diga que tú eres mi hogar, gracias por el detalle.

Ojalá pudiera abrazarte.

¿Estaba dispuesto a guardar este secreto tan grande y no decirle nada a ella?? Sería como engañarla ¿no?, a mí me gusta que me sean claro y se supone que no debería de dar lo que a mí no me gusta que me den.

No recibí contestación de ella y yo continué con lo mío. Al menos así pasó el día hasta que me di cuenta de que era el único que había en la empresa. Todo el mundo se había marchado.

Al día siguiente y a la misma hora recibí otro paquete y desde luego era de ella. En esta ocasión no era un sobre sino una caja.

Nota:

Que esta maqueta de tu yate te recuerde que aquí te olvidaste del primer amor y te enamoraste de nuevo.

Que siempre nos una el mar.

PD: Ojalá pudieras abrazarme.

Te amo, tu rubia.

Me vuelve a sacar una sonrisa y miro la maqueta del tamaño de mi brazo y decido ponerlo en la estantería de roble que tengo frente a mí. Así la tengo más presente.

Vuelvo a mandarle otro mensaje de agradecimiento:

El primer amor suele ser eso. Un primer amor. Pero el último, es el verdadero, el de toda la vida. Gracias, rubia.

Ojalá pudiera besarte.

Se lo envío y decido ponerme a trabajar de nuevo. Tenía mucho retrasado y estar las veinticuatro horas pensando en Anaís solo hacía que la echara más de menos.

 Tenía mucho retrasado y estar las veinticuatro horas pensando en Anaís solo hacía que la echara más de menos

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
Treinta días para enamorarseDonde viven las historias. Descúbrelo ahora