Capítulo 21

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Kevin

A veces intentamos encontrarnos y acabamos más perdidos que antes. Anaís es una mujer fuerte y que lleva a cuestas un gran dolor, de eso estaba más que seguro y era evidente que quizás yo también la podría lastimar y eso me aterraba aunque no por ello podía dejar de besarla, de abrazarla o de mirarla como lo hacía en ese momento.

—¿Seguro que estás bien?

—Sí, solo fue un sueño y oí la voz de mi padre.

<<No dejes de buscar tu felicidad>> fue lo que repitió hace unos minutos y supuse que estaba diciendo lo que había soñado.

—No hay día que no haya dejado de pensar en él y de extrañarlo. Lo hecho mucho de menos, Kevin— se rompe a llorar de nuevo y la vuelvo a abrazar. En ese momento solo necesita mis brazos y que la comprenda.

—Es normal, rubia, pero no llores más— le pedí y ella sonrió entre lágrimas. Era única a la hora de digerir sus sentimientos.

—Creerás que estoy loca. Bipolar o a saber lo que puedes llegar a pensar, y no te culpo.

Niego—. No pienso nada de eso. Pero si quieres que te diga lo que pienso en realidad tienes que dormir conmigo en mi camarote. No quiero que pases la noche sola y que te pongas a recordar y ya sabes, mañana levantarte con los ojos hinchados.

Se volvió a reír. No tenía intención de pedirle lo que acaban de pedir, pero ya estaba hecho y no había marcha atrás.

—¿Solo vamos a dormir?

—Ajá... abrazados.

—Vale, pero aún no hemos acabado el primer capítulo.

Arqueo una ceja y curvo los labios—. ¿Es que acaso la estabas viendo? — se quedó dormida a los veinte minutos de que comenzara.

Se tapa los ojos y esconde su cabeza de nuevo en mi pecho. Se está convirtiendo en un acto que me gustaba de ella. Que siempre buscará refugio en mi cuerpo.

Minutos después y dejándole una camiseta mía, ella entró bajo mi edredón y yo la acurruco en mi pecho.

—Pienso que eres una mujer que sufre porque no se da la oportunidad de encontrar al resto de su familia y quieres estar sola sin ellos para honrar la memoria de tu padre y el amor que se tuvieron en su día tus progenitores.

Le dije mientras ella me escuchaba bajo el silencio de la noche y de mi camarote.

—No tiene nada que ver con eso, Kevin. Crecí sin ellos y cuando eso sucede es como que nunca ha llegado a existir en mi vida. En el funeral...— la corto.

—Ellos no podían saber que tu padre había fallecido.

No dice nada.

—Yo solo digo que te des una oportunidad, quizás tu padre le hubiera gustado que los buscaras ahora que él ya no está.

—No sé, no me siento con ganas ni fuerzas de ir a por ellos.

—¿Tienes miedo a ser rechazada?

—Quizás, pero eso no es lo más importante, sino lo que contrae a estar frente a ellos y pensar que no querían que mis padres estuvieran juntos, temo odiarlos. Sí, eso es.

—Entonces date la oportunidad de saber qué es lo que puede pasar. Digamos que de alguna manera todos merecemos una segunda oportunidad.

—¿Tú se la diste a tu padre?

—Llegué a dársela, pero él nunca la vio. Así que me rendí y decidí que era hora de mirar hacia adelante.

—Cuando llegue a Barcelona quizás después de buscar otra casa y esté menos estresada, los busque.

Beso su frente y luego se hace el silencio. Abrazados se quedó dormida.

Miré al techo y mis pensamientos los ocupa esa sonrisa de Kiara que tanto me sigo acordando. Pensé en ella como si estuviera recopilando todas las imágenes que tenía y que pasaban a cámara rápida parando en los momentos especiales y se me seca la garganta. Pensar en otra mujer mientras tenía a otra en brazos no era algo de lo que me sentía orgulloso. Ambas son tan distintas.

Finalmente cerré los ojos y me venció el sueño. Al menos esta vez no me dolió el recuerdo de Kiara. Solo fue un momento en el que me di cuenta de que si pasó por mi vida pero que ya salió de ella.

Desde luego que mi tormento al lado de Anaís desaparece y quizás ya era hora que alguien le eche la mano y yo pensaba hacerlo sin que se diera cuenta. Aunque después nuestros caminos se separen.

Día 11

Habían pasado tres días desde aquella noche donde se quebró entre mis brazos. Desde ese momento pasó todas las noches en mi cama y no precisamente la pasábamos dormidos. Ya conozco cada centímetro de su cuerpo y me estoy volviendo adicto a sus besos cariñosos que no me espero venir hasta que me los da.

Desembarcamos en Grecia y después de supervisar todo, la cogí de la mano y paré un taxi donde nos lleva al hotel que Stephen reservó. Estábamos en tierra firme y en una de las ciudades más especiales de Grecia. Mykonos.

—¿Cuándo es la reunión? — preguntó cuando estábamos entrando por la puerta del hotel.

—Mañana a las doce.

—¿Y estás preparado para volver a verla, aunque sea frente a vuestros abogados?

Yo creo que nunca estaría preparado para verla de nuevo.

—Debería, pero no lo sabré hasta tenerla frente a mí.

Le di a la recepcionista la documentación para hacer el check- in y ambos dejamos la conversación a medias.

—Felicidades, señor y señora Halcón.

Frunzo el ceño y agradezco. Tanto Anaís como yo la miramos extrañados.

—Gracias— dije a la chica cuando me extendió la tarjeta de la puerta de la habitación 307. La nuestra.

Al subir en el ascensor miré a Anaís que tenía la vista al frente y comenté:

—¿Quieres acompañarme a la reunión?

Ensancha los ojos por un segundo y las puertas del ascensor se abren y no le da tiempo a responder aunque mientras caminamos por el pasillo en busca de la puerta dice:

—No debería.

—¿Por qué?

—Porque le darás a pensar a la tal Kiara que ya pasaste página y que... bueno que eso no es verdad, Kevin.

—Rubia, te vea ella conmigo o no yo ya pasé página en el sentido de estar con ella. Bueno, en todos los sentidos, aunque mis sentimientos digan lo contrario.

—No me gusta cómo te contradices. Aún no lo tienes claro por muy qué disfrutes conmigo en la cama ¿Acaso se puede luchar contra lo que uno siente?

Llegamos a la puerta y al entrar dentro la cama nos recibe con un hermoso ramo de rosas rojas y champán con bombones sobre la mesita que estaba junto al sofá de terciopelo y las increíbles vistas al exterior. Y una nota por parte del hotel donde estaba escrito:

Que la dulzura de vuestra luna de miel sea igual de dulce para el resto de vuestras vidas unidos en el matrimonio.

Anaís sonríe disimuladamente mientras yo me cago en todo, sobre todo en él.

¡¡Stephen!!

¡¡Stephen!!

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Treinta días para enamorarseDonde viven las historias. Descúbrelo ahora