Capítulo 11

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Kevin

Su confesión apenas me permitía alegar algo más al asunto. Qué Anaís esté aquí conmigo por mí, es algo que no soy capaz de digerir como un asunto normal, porque esto no lo era.

Su forma de rodear sus brazos sobre mi cintura y como apoyó su rostro en mi pecho causó una sensación que no sentí ni con Kiara. Me hubiera gustado identificar lo que ella despertaba en mí, pero no tenía respuestas. Ni una sola que una atracción palpable entre los dos y que ella abordó mi barco porque con tan solo verme confió de que conmigo iba a estar bien. ¿Era eso posible?

Día 4

Contuve la respiración cuando la vía aparecer por la puerta de la cocina mientras preparaba el desayuno. Había anclado el yate y pienso pasar unos días en la misma coordenada.

—¡Buenos días! — me saludó y el corazón me dio un vuelco que me dolió el pecho.

¿Que si estaba dispuesto a conocerla de verdad? ¿A querer ser más que su amigo?, ayer creí haber respondido a esa duda que se repetía en mi cabeza una y otra vez. La respuesta debería ser clara y segura y aun así no estaba tan seguro de nada. Quiero conocerla, estos días tienen que marcar una diferencia, un ante y un después y para que eso ocurra tenía que abrirme nuevos horizontes. Nuevas oportunidades. Kiara no es el final de todo. Un amor no correspondido no debe de ser la destrucción masiva de una vida que deseamos vivirla.

La intensidad de sus ojos azules me causa escalofríos. Vuelven a brillar.

—Hola— me giro hacia ella y agarró sus manos para atraerla hasta mí. Un beso lento y fuerte dejo caer sobre su mejilla. Inhalé su aroma a jabón y el olor natural de su piel.

Esta cercanía que tomaba con esta desconocida me gustaba.

—¿Qué tal dormiste hoy? — pregunté después de alejar mis labios sobre su piel.

Sorprendida por mi cercanía se enrojece, pero luego se lo toma con calma y responde con una sonrisa en esos labios rojizos naturales.

—Bien.

Tenía el pelo recogido y llevaba ropa nueva que se había comprado ayer. ¿Cómo me sentiría con esa coleta que seguramente se mueve al son de sus movimientos envolviendo mi mano?

Aclaré la garganta dispersando esos pensamientos—. Lo imaginé cuando pasé a verte y estabas roncando.

Ensanchó los ojos y se avergonzó.

Cierto es que fui a su habitación sobre las tres de la madrugada, no pude pegar ojo y me apetecía verla.

—Yo no ronco— debatimos.

—Oh, sí, rubia y tanto que roncas.

—Deja de vacilarme, yo no ronco.

Me da levemente en el pecho con su delicada mano y la aprieto nuevamente hacia mí y suelto una carcajada.

—Yo no ronco— dice contra mi pecho tratando de convencerse y convencerme. Claro que no roncaba y en el caso de que si, tampoco me importaría.

Paso de arriba abajo mi mano sobre su espalda y su piel se eriza. Aflojo mi fuerza y alza su rostro hacia el mío. Sé que buscaba mis labios, se lo noté las muchas veces que sus ojos se perdían en mi boca.

Solo cuatro días dejé de darle importancia a mis principios, dejé de respetar al amor que sentía por otra mujer y estaba acariciando a otra, pensaba en otra. Una diferente a las demás. El milagro que necesitaba el cual si estoy conociendo el verdadero significado de esa palabra y mis pensamientos estaban siendo ocupados por una desconocida que conocí tan solo cuatro días. Si esto no es un «milagro», entonces ya me dirán que es.

Treinta días para enamorarseDonde viven las historias. Descúbrelo ahora