Capítulo 23

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Kevin

El destino suele tentarnos tocando los puntos más sensibles que llegamos a tener y que celamos para no dejar que nadie más los alcance. Pues bien, a mí me tentó poniéndome a una mujer con la mirada azul y con una manera de ser que estaba lejos de ser la mujer perfecta, pero en la que yo si veía una perfección que quizás ella misma no veía en sí. Anaís es una mujer que lastimaron y que él mismo destino se encargó de dejarla sola. Hasta que apareció en mi vida y aunque tenga con ella una íntima relación, creo que verla como amiga es la mejor opción para que no me acabe odiando.

Hoy iba a cortar el último lazo que me unía a Kiara. Iba a dejarla ir para siempre y ya nunca me iba a permitir pensar en ella.

Con el traje que Stephen había mandado con la caja que le encargué para Anaís, estoy esperando que salga mi nueva amiga (según mis palabras) del baño.

¿Estaba nervioso por encontrarme con Kiara? No soy de mentir, pero tampoco de engañarme a mí mismo. Así que la respuesta es clara; sí, estaba nervioso, aunque lo estaba disimulando bastante bien.

Minutos después se abrió la puerta del baño de la suite donde nos quedamos Anaís y yo, y ella sale con un atuendo que yo mismo elegí para ella. Y este consistía en:

Un vestido beis ceñido a su cuerpo junto a una americana negra y unos preciosos zapatos altos.
Se recogió el cabello dejando unos mechones rebeldes cayendo sobre su rostro. Estaba preciosa.

—Estas... guapísima, rubia— dije y ella sonrió acercándose más a mí. Mientras su colonia me embriagaba.

—Vaya, ahora que mis ojos te están viendo con las únicas prendas que aún no te había visto, déjeme añadir señor Borde, que el traje diseñado al milímetro le queda especialmente bien, pero desnudo está muchísimo más interesante.

Suelto una carcajada y cuando voy a abrir la boca para contestarle ella se aproxima a mí y me besa. Sentir su sabor me calma.

—Estaré a tu lado en todo momento.

—Te lo agradezco. Después de esto no te pediré nunca más que me ayudes a limpiar la cubierta del Ángelo.

La que suelta una carcajada es ella y luego le ofrezco mi mano la cual acepta encantada y salimos de la suite.

Un Audi negro nos esperaba en la entrada del hotel y cuando le ofrecí que entrara ella primero, pasó rozando mi abdomen como cuando lo hacía los primeros días que estuvimos en el yate y aún no había nada de nada y la veía como intrusa. Esta vez la miraba de otra manera y curvo los labios sin dejar de observar esos ojos azules que me estaban tentando a besarla de nuevo.

El trayecto hasta el restaurante donde se celebrará la reunión la pasamos en silencio mientras Anaís miraba por la ventana y yo la examiné a ella intentando buscar un parecido que quizás, ella pudiera tener con Kiara y realmente veía a dos mujeres totalmente distintas.

Stephen investigó el pasado de su padre y puedo decir que me quedé totalmente sorprendido. Nunca imaginé que el destino nuevamente me la tenía guardada y aun así no pienso ceder ante este. Ella y yo solo seremos amigos hasta que dure la travesía y el encuentro que tendrá dentro de unos minutos con Kiara y alguien más quizás le cambie la vida y nunca más esté sola. Al menos después de mí no volverá a estarlo.

—¿Sigues nervioso? — pregunta. Pensé que lo estaba disimulando bien.

—Ya no— entrelazo mis dedos con las de ella y contesté nuevamente—: ya no— mira nuestras manos y asiente.

Tomó aire y entró en el restaurante. Al parecer solo estaban los abogados y entre ellos los míos.

—Señor, Halcón— me saludan.

Después de las presentaciones pertinentes tomamos asiento y nos sirven vino. Anaís pasa su mano bajo la mesa y la instala sobre mi muslo. Me acaricia de arriba abajo y afortunadamente entendí como era capaz de trasmitirme ánimos y fuerza con unos simples roces.

—Estás preciosa— le repito susurrando al oído nuevamente sobre cómo la veían mis ojos.

—Y tú estás tremendamente sexy, después de esta reunión iremos al hotel y te desvestiré prenda por prenda, botón por botón.

Sus susurros me erizaron la piel y cuando iba a decirle que «estaba ansioso que llegará ese momento» mis ojos divisaron a Kiara y a su padre Romano De Luca.

Su sonría remediaba cualquier preocupación, en cambio su mirada siempre se mostró segura de sí misma y sin miedo a perder, aunque siempre se muestra humilde ante los demás. No es la típica mujer con dinero que no mira más allá de su ombligo. Sí, así era Kiara y sin embargo era más sincera y luchadora que gracias a eso me hizo enamorar no solo una vez sino dos veces de ella. Y ahora que la miraba mi estúpido corazón dejó de bombear sangre a mi cuerpo que tuve que cerrar los ojos para concentrarme en lo que estaba a punto de hacer, cortar toda unión que tenía con ella. Se acabó.

Redirigí mi mirada hacia la mujer que tenía a mi lado y que sabía que lo que estaba sintiendo al verlo a él. A Romano De Luca.

Sus ojos se llenaron de lágrimas y yo me apresuré a decirle que se tranquilizara que todo tenía una explicación y que yo se la iba a dar.

—Buenas tardes— saludó Kiara y luego me miró a los ojos, pero no sin antes quedarse sorprendida por la presencia de Anaís.

Sin poder contestar porque la leve voz de Anaís me lo impidió al decir—: Papá.

Sin poder contestar porque la leve voz de Anaís me lo impidió al decir—: Papá

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Treinta días para enamorarseDonde viven las historias. Descúbrelo ahora