Capítulo 8

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Anaís

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Anaís

La noche anterior me la pasé pensando en sus palabras, sobre todo en lo que dijo. Aunque hayamos hablado mucho durante nuestro paseo por el puerto y en la cena en un restaurante exquisito, acabamos de vuelta en su yate y cada uno se dirigió a su camarote.

Lo más probable es que no merezca volver a sentir lo que él me hacía vivir con tan solo mirarlo, siendo ajeno a todo lo que le causa a mi pobre corazón, pero también soy consciente que él está enamorado de otra. En resumidas palabras, en su frente estaba escrito en grande; «NO TOCAR».

Día 3

El «toc, toc» de la puerta me despierta.

—Rubia— escuché su voz a través de la puerta.

¿Rubia? Ayer me llamó de ese modo y contuve la respiración porque sentí un cosquilleo latente en mi vientre.

—Joder, eres como un puto gallo, ¿qué haces despierto tan temprano?

Silencio fue lo que escuché después de dirigirme a él como «puto gallo».

¿Estará sonriendo?

Me alzo de la cama y me dirijo a abrirle la puerta.

Lo encuentro con la ceja arqueada y una sonrisa vacilona en su precioso rostro mientras su cuadrado cuerpo estaba apoyado sobre la pared del estrecho pasillo.

—«¿Puto gallo?».

—Perdón, no quise decir eso, pero no puedes negar que son las siete de la mañana y es muy temprano para alguien que no va a ir a trabajar.

—Hoy nos espera un día largo. Y, para empezar, vamos a limpiar el Ángelo. Hay que dar cera, pulir cera — hace los gesto con las manos como el «señor miyagi».

¿Me está vacilando?

—Lo digo en serio— no me dio tiempo a preguntar porque leyó mi expresión.

—¿Y el desayuno?

—Te dejé el café sobre la mesa, si te das prisa lo puedes tomar caliente, después si quieres podemos comer algo en alguna cafetería.

No dije nada y él continuó:

—A las 14:00 P.M. debemos de zarpar y nuestro próximo destino es, el Saint Tropez, Costa Azul, Francia, eso quiere decir que a las 10:00 A.M. tendríamos ya haber terminado con todo lo planeado.

Cada movimiento que hacía con los labios era pura agonía. Y sé que él no se estaba dando cuenta del calor que provocaba a mi cuerpo.

¿Qué iba a decir?, «hola, soy Anaís y me colé en tu barco porque creo que me enamoré de ti, sí, chico, amor a primera vista le llaman».

—Todo esto lo hago para que te dé tiempo a ir de compras mientras los chicos de mantenimiento vendrán a revisar el motor del barco para comprobar que esté todo en orden hasta nuestra próxima parada.

Treinta días para enamorarseDonde viven las historias. Descúbrelo ahora