—Mi señor, es hora de que tome su medicina.—Un sirviente se acercaba al trono donde el rey descansaba. Le ofreció una bebida color verde en una pequeña botella que debía beber.
El rey solo observó por un instante y le aceptó la botella aunque lo hizo sin mucho interés, casi como si no deseara hacerlo. La medicina se quedó en sus manos tristes y sin muchas ganas de tomarla.
—Mi señor, ¿Se encuentra bien?—Seguía preguntando sin subir mucho la mirada.—¿Necesita algo más?
—Me temo que lo que necesito no está accesible para mí.—Abrió por fin el frasco y lo bebió lentamente. —Ojalá la medicina pudiera hacer algo más que quitarme el dolor. —Mostró una risa sarcástica.—De hecho cada vez el efecto es menor, el dolor no se quita por completo y estoy seguro que irá empeorando todo.
—Por favor no diga eso mi señor, todos estamos orando para que usted pueda sanarse. Estamos muy preocupados.
—Mi leal vasallo, admiro tus palabras y alientos pero llevas mentiras en tus palabras y no debes mentirle a tu rey.
—Yo jamás me atrevería a faltarle así, jamás le mentiría a su excelencia.—El joven sirviente se agachó de una forma que casi su cabeza tocaba el piso.
—Levántate mi fiel ayudante, no necesitas humillarte así.—El rey tenía una mirada de depresión muy notoria.—Dices que todas las personas de mi reino están rezando por mi sanación, levanta tu mirada y dime, ¿Por qué está este salón vacío?, ¿puedes ver qué haya algún ministro, consejero, sacerdote, familiar o miembro de la corte?
—No señor, este salón está vacío.—Respondió muy tímido. —Pero eso no significa que hayan dejado de amarlo, usted es el gran rey que nos salvó de los invasores. Es un gran líder.
—Si yo fuera todo eso que dices estaría siendo alabado y no abandonado por todos ellos, pero es comprensible ¿Quién seguiría a un rey que no puede ni levantarse y que ha perdido incluso la facultad de dejar un heredero? No importan mis acciones del pasado, todos ellos se han ido para buscar un reino más próspero y no este, que ha quedado a la deriva incluso después de haber ganado la guerra. Las personas solo gritaron mi nombre tres días, solo se acordaron de mi victoria mientras el rumor de mi desgracia se esparcía. Lo dí todo en esa batalla y por desgracia tuve que sacrificar la movilidad de la mitad de mi cuerpo, solo pensando en el bienestar de todos.
—Y por ese sacrificio usted tiene el paraíso asegurado mi señor.—Su sirviente continuaba dándole ánimos.
—Espero que el cielo sea mejor reino que este que me rodea. Uno próspero y fuerte pero que se está desmoronando por dentro. Nadie quiere seguir a un rey que no puede caminar. He perdido el respeto que había ganado como guerrero.—Movió sus dedos golpeándolos con el trono en señal de ansiedad.—Lo peor que pude hacer es no haber engendrado a un heredero antes de esto. Mi esposa se ha ido porque no pudo soportar la idea que jamás volvería a desposarla, ella regresó a su reino con su padre y familia. He recibido una carta del obispo donde se me informa que este matrimonio será cancelado porque es una falta al convenio.
—Pero yo no entiendo eso mi señor ¿En qué pudo faltar usted si todo le dió a su esposa?—Su expresión reflejaba sus múltiples dudas.—Es un excelente hombre.
—Me temo que las cosas en la realeza no son tan fáciles como en el pueblo civil.—Continuaba explicándole con una voz muy paciente.—Lo más importante para la realeza es asegurar su legado y eso se hace únicamente con herederos. Yo soy el último de mi linaje, es decir que el apellido y mi sangre se extinguirán con mi muerte.
—Eso suena muy injusto si me permite opinar, el rey debería ser elegido por su valor y todo lo demás que le dejará a este reino. Fuimos salvados de la destrucción.
—Ahora en este estado puedo entender muchas cosas que en su momento no, todas esas situaciones eran muy normales para mí. Pero el hecho es que muchos que pertenecían a mi cónclave se fueron a otros reinos vecinos pensando en sus propios beneficios. Ahora en este estado y sin nadie que me ayude a gobernar estoy perdido.
El rey se quedó deprimido en aquel lugar mientras su sirviente salió de ahí para continuar con sus tareas. Su compañía y conversación habían sido lo mejor que él había tenido en muchos días.
El salón parecía ser mucho más grande ahora que estaba completamente vacío. Un salón que había sido construido muchos años atrás cuando llegó el máximo esplendor para aquella sociedad.
Estaba ubicado en un reino fuerte en cuanto a la estructura de construcción se refiere, pero en cuanto a su condición que ocupaba como habitad estaba apunto de ser un castillo abandonado como algunos otros en esa era.
Solo le quedaban algunos miembros leales y que le ayudaban en lo poco que podían según su condición. Uno de ellos era el padre Jacinto, el párroco principal de la iglesia y que había sido el particular para el propio Rey.
En esos momentos este sacerdote cumplía su visita de costumbre que todos los días hacía al medio día a su líder. Entró cuando los guardias que custodiában abrieron las grandes puertas del palacio ante él.
—¡Mi señor muy buen día, Dios nos ha bendecido con uno más en este maravilloso reino!—Era un sacerdote joven, tenía cuarenta años cumplidos, era calvo como la mayoría en ese entonces, sus vestimentas eran de color blanca pues ese era el color oficial para estar en el pueblo. Era un hombre bajo de 1.60 pero su estatura no importaba para ser el más querido de la iglesia por el pueblo.—¿Por qué hoy está tan decaído su majestad?—Avanzó hasta él para inclinarse y darle un beso en la mano en señal de respeto.
—Basta padre Jacinto, no es necesario que siempre vengas con ese humor tratando de animarme, sabes que para mí estos días se están convirtiendo en una tortura y no en un gozo.
—Y yo le he dicho que hace muy mal en pensar así.—Se incorporó para hablarle con el mismo tono alegre.—Usted ha sido bendecido desde su nacimiento y tiene la enorme responsabilidad de sacar a flote este reino que su padre le dejó. Lo más difícil ya lo ha logrado que fue salvarnos a todos y aniquilar a los enemigos del reino.
—¿Y eso de que me sirvió?, ¿Aguantar este dolor a cambio de qué?—Empezó a cuestionar con un tono de coraje.—Para que todos mis días sean un martirio que los demás no supieron valorar.
—Pero si todos saben sus hazañas y lo mucho que hizo por nosotros, es un rey amado y respetado.
—Por favor Jacinto, deja de mentir y hablarme como si no nos conociéramos desde hace mucho. Sabes perfectamente que reconozco las mentiras y que me molesta que alguien me intente engañar.—Su rostro cambió de posición mostrando desagrado ante lo que escuchaba. —Se sincero conmigo ¿Qué rumores nuevos de mi escuchaste en el pueblo?
—Bueno si quiere la verdad, los rumores no han cambiado. Solo hablan de su condición e incluso algunos apodos empiezan a circular por ahí.
—Dime ¿Cuáles son esos apodos que están por ahí?
El sacerdote se le quedó viendo con mucha seriedad, sabía que si le decía, él podría enojarse mucho pero tampoco intentaba no hacerlo pues sería peor contradecirle.
—Habla con franqueza, no mandaré a ejecutar a nadie, pero en cambio contigo lo haré si no me dices nada.
—Le dicen el impotente, el caballo torcido, el arrastrado, piernas de hule.
El rey se quedó mirándolo fijamente después de escucharlo, el sacerdote se puso un poco nervioso pues no sabía cuál sería la reacción, ambos se conectaron en un proceso lento mirada con mirada.
—¡Jaja!—De pronto empezó a reír el rey.—Piernas de hule, ¿Eso es lo mejor que tienen de creatividad esos estúpidos aldeanos?—Su rostro había cambiado drásticamente, ahora se veía más contento y relajado, su risa exaltada reforzaba el gusto que tenía por ese momento. —Nada que ver con los apodos que poníamos nosotros, como olvidar el de bola de cristal oxidada cuando te vimos rapado sin cabello la primera vez, esa devoción por el estilo te terminó.
—Si, aún recuerdo ese y el de cabeza de chayote que me puso el general del ejército.—El sacerdote también reía con esos apodos.—Esos si eran buenos tiempos, les hace falta la buena gracia. Yo te hubiera puesto el ternero bebé. —Continuaba riéndose.
—Jaja, ese está bueno también. A mí se me ocurren muchos buenos para mí mismo pero eso ya sería mucho decir.
Ambos pasaban un rato agradable riendo sin censura, no les importó que sus risas se escucharan afuera del palacio por los guardias y los sirvientes.
—Creo que ahora tengo mucho tiempo libre para ponerle un apodo a cada uno de mís guardias.—El rey seguía feliz y creativo.
—Su majestad, así es como me gusta verlo. Esa mirada de tristeza no va con alguien tan creativo como usted. Necesita y necesitamos de la alegría en este reino.
—No es tan sencillo como lo dices. -El Rey detuvo un poco la risa.—A ti te conozco desde hace tiempo y siempre me ha contagiado tu gran sentido del humor. Cada que vienes a verme es un aliciente para mí.
—Pues es hora que tengas un nuevo aliciente ¿No crees?
—Y¿Cuál podría tener yo?, ¿Conquistar un reino, edificar otra contrucción?
—No mi señor, yo me refiero a uno más personal.—El padre Jacinto usaba un tono de suspenso al mismo tiempo que su mirada era amenazadora.—Sabemos que su esposa no va regresar, pero ¿Por qué no tener una nueva? Es el rey además de ser muy joven aún puede hacerlo.
—Pero mi amigo, ¿Quién va querer casarse con un lisiado como yo?—Su voz volvía a anunciar el desánimo.—¿Qué reino prestaría a una de sus mujeres para este tormento?
—Alguno que quiera unirse con el poderoso reino del norte sin duda.
—Sabes perfectamente que ninguno es tan tonto como para mostrarse complaciente en formar un reino con una dinastía que está por desaparecer y que el rey no puede tener hijos.
—Usted déjeme esa tarea a mi, si tengo su permiso yo le conseguiré una esposa.
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El Rey Lisiado
RomanceEl rey Agusto tendrá que enfrentar la peor de sus batallas.... Encontrar quien pueda reinar a su lado tras quedar abandono después de perder sus piernas mientras salvaba su reino.