Capitulo 7

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Mirar toda la caravana procedente del reino norte, era todo un deleite visual. Desde sus cientos de caballeros montando finos caballos cubiertos con metales muy brillantes, hasta las bellas mujeres que bailaban desfilando al entrar. Había fieles sirvientes que cargaban los emblemas de la familia con mucho orgullo, cubriendo con su hermoso color verde y fabuloso diseño, remarcando un par de dragones dorados, cruzados entre ellos.
Los tambores no eran la excepción, tocaban al mejor ritmo para anunciar su llegada y que lo hacían en paz.
En el centro de la caballería, el carruaje del rey Agusto se desplazaba por aquellos campos verdes. Un carruaje difícil de olvidar pues estaba hecho en la parte superior de oro, las ruedas de un metal muy resistente pero no menos llamativo pues tenían un baño de plata. El carruaje era jalado por dos elefantes que deleitaban con su baritar. Eran tan grandes que podrían soportar a un gran número de soldados en su cuerpo.
Toda la caravana abarcaba incluso más de dos kilómetros a lo largo al desfilar. Todos llegando al fabuloso reino del norte, donde Erendira y el padre Jacinto esperaban anciosos a Agusto.
Ellos no eran los únicos a las afueras del castillo esperando su llegada, toda la familia real encabezada por el rey Alfredo, la milicia local, miembros del consejo, el reino oriente cuyo príncipe estaba por desposar a la segunda hija de Ricardo y claro, muchos plebeyos que veían fascinados el espectáculo. Sin duda la grandeza del reino del sur estaba siendo mostrada.
Al ir llegando, los encargados de la recepción se dieron a la tarea de distribuir a los invitados del norte. Los soldados eran invitados a pasar y descansar sus caballos. Los caballeros fueron llevados al interior, tratados como invitados de élite al igual que algunos magistrados que aún quedaban en las filas de Agusto.
Pero al que realmente esperaban para verlo bajar, era al rey del norte. Algunos por la atención, otros por el respeto mientras que su gran mayoría lo hacía por el morbo de ver al Rey lisiado. El rumor de su desgracia se había esparcido rápidamente y ahora todos los sabían.
-Ese es el pueblo del que será tu nuevo reino.-Jacinto le susurraba a Eréndira al verla fascinada por el espectáculo.-En el carruaje, aguarda tu futuro esposo, pronto podrás conocerlo.
-¡Es impresionante!-Exclamó ella tratando de asimilar lo que ocurría. -Parece ser un reino muy grande, con muchas maravillas.
-Y aún no has visto nada mi lady. -Disfrutaba al presumir de su hogar.-Cuando lo veas con tus propios ojos, lo compararás con el paraíso mismo.
-Es algo que quiero ver.-Sus ojos brillaban mientras decía estas palabras.-Ha despertado una curiosidad enorme en mi.
-¿Qué te parece si nos acercamos más?-Propuso Jacinto al ver que el carruaje de su rey estaba por llegar a la entrada principal.-Debemos estar ahí para recibir a tu prometido.
En esos momentos Eréndira sintió un poco de nervios. Las noches anteriores había tratado de imaginar ese evento futuro donde al fin lo conocería. Se preguntaba a si misma como debía reaccionar, si el rey sería apuesto, si le importaría su lesión en las piernas, su vida en el nuevo reino, si sería aceptada y muchas cosas más.
A pesar de todo eso y de las múltiples opciones que visualizó, nada se estaba asemejando y ninguna fue lo suficientemente buena para prepararla para ese momento.
El párroco le movió el brazo indicándole que tenían que ir hasta ahí. Ella cerró su puño para tomar valor y lo siguió con convicción.
Se desplazaron desde uno de los balcones que eligieron para tener una vista buena de la caravana. Bajaron algunos escalones y se hicieron paso entre las personas que estaban viéndolo todo.
Se desplazaron rápidamente pues sabían que el momento en que Agusto bajara estaba cerca y debían estar ahí. Se atoraron mucho entre las personas del parlamento que no los dejaban pasar y que aún desconocían el motivo real de la presencia del rey. No sabían que la sobrina de Ricardo se casaría con él y así lograr una unión con el norte.
Cuando Eréndira y Jacinto llegaron, observaron que su tío y rey del sur ya estaba ahí con su escolta personal y familia, todos ellos recibiendo el carruaje que ya se había detenido para hacer descender al rey.
Lograron llegar muy cerca pero no estaban lo suficiente para ser lo primero que Agusto viera, en su lugar estaba toda la realeza a punto de verlo.
Dos guardias, muy bien armados, se encargaron de correr hacía la puerta del carruaje y así abrirla. Pusieron un caballo muy delgado y preparado para recibirlo, esto por petición de Agusto quien no quería arrastrarse por no poder utilizar sus piernas. Quería dar la mejor impresión y lo estaba logrando.
Las puertas se abrieron, los guardias lo cargaron y lo montaron en el caballo que tenía unas telas muy cómodas.
Al verlo salir y ser cargado, fue inevitable para todos sentir un poco de lastima por su situación pero claro no lo demostraban.
-¡Querido rey Agusto, sea usted bienvenido a este reino!-Así comenzó la bienvenida Ricardo.-¡Es un honor para nosotros recibirlo aquí, en cuanto esté listo yo mismo le daré un recorrido por el palacio!
Agusto solo lo miró, apesar de ser muy joven conocía la diplomacia pero estaba tan apenado al ser observado por todos que las palabras se le fueron. Ricardo se percató de esto y con mucha benevolencia intentó ser lo más rápido buscando alguna forma de romper ese momento incómodo. Le indicó a sus magistrados que abrieran paso para que pudieran comenzar a caminar.
Ricardo movió su cabeza buscando a su sobrina y al sacerdote Jacinto. Los ubicó entre las personas y se dirigió de nuevo a su homólogo.
-Nos complace informarle que su emisario, el sacerdote Jacinto sigue vivo.-Comenzó a reír un poco mientras extendió su mano hacía el párroco.-Me siento muy bien de entregárselo sano y salvo, muestra de nuestra amistad con usted.
Agusto miró en esa dirección para corroborar que su fiel amigo estaba ahí, con su característica sonrisa. A su costado, alguien que llamó más su atención; Eréndira, quien también lo miraba pero cuando sus ojos se cruzaron ella bajó la mirada con una sonrisa.
Agusto accedió al pasillo principal del castillo con todo el comité de bienvenida. Adentro se sentía mucho más tranquilo aunque incómodo por las pocas personas que quedaban pero le miraban, principalmente su prometida.
-Mi rey, es un gusto volver a verle. -Jacinto se acercó a Agusto para saludarle.-¿Qué tal estuvo el viaje?
-Amigo mío, es un gusto para mi también.-Bajó sus manos para tomar las del sacerdote apretando las con mucho cariño.-El viaje estuvo bien, un poco largo pero placentero.
-Es un gusto su majestad.-Jacinto trataba de tomar su papel y no hablarle como siempre lo hacía, no quería que se perdiera el respeto por su rey.
-¿Y tú?, ¿Qué tal tu estadía aquí?-Agusto se interesaba en su amigo y no se preocupaba por ocultarlo.-Te ves más gordo que nunca, debe ser muy buena la comida por aquí para que rompieras tus votos de hambre.
Ambos comenzaron a reír un poco contagiando así al rey Ricardo y sus acompañantes.
-La comida no es lo único bueno aquí.-Contestó Jacinto aún entre risas.-Todo es excelente, se va enamorar del reino como yo.
-Espero que esos cumplidos sean enserio padre y no solo porque nosotros estamos aquí.-El Rey Ricardo se sentía complacido al escucharlos y se atrevió a interrumpir con una sonrisa.
-Desde luego que no señor.-Dijo soltando al fin a su rey y dando la vuelta para mirar a los ojos a Ricardo.-Si mi corazón no estuviera casado con el reino del sur, me quedaría aquí a vivir.
-Eso sería muy bueno, nos halagaría tenerlo padre.-El rey del sur quería ser el mejor anfitrión. -Dígame rey Agusto, ¿Desea comer ahora o prefiere descansar? Claro que el paseo está abierto también.
-Estoy bien su majestad, no necesito descansar. Me siento un poco hambriento pero creo que puedo esperar, conocer su reino sería un gran privilegio.
-Entonces no se diga más, le mostraré un poco del interior del castillo y después iremos al gran comedor.-Ricardo comenzó a caminar pero se detuvo inmediatamente al recordar algo. -Pero que mal anfitrión soy, por favor antes de todo permítame presentarle a mi familia y por supuesto a mi sobrina.-Levantó su mirada para buscara Eréndira. -Sobrina por favor acércate.
Eréndira, muy apenada no pudo evadir la petición acercándose a su tío.
-Rey Agusto, le presento a mis hijas; la princesa Rosalía y Sleidy. Ella es mi esposa, la reina Cristal y esta joven dama de aquí, es mi sobrina Eréndira, hija de mi difunto hermano, el rey Tancredo.
-Es un honor para mi conocerles.-Dijo Agusto agachando la cabeza en señal de respeto.-Por favor disculpen la osadía que cometo al no bajarme del caballo para saludarles como se merece, creo que ya han escuchado hablar de mi problema.
-Por supuesto mi rey.-La reina, esposa de Ricardo tomó la palabra.-Nos complace recibirlo en nuestro hogar y cualquier cosa que necesite, estamos para servirle.
-Le agradezco mi reina.
El padre Jacinto se acercó para hacer su papel de cupido.-La doncella Eréndira, nuestra sobrina, es su prometida mi señor.
El momento se hizo muy incómodo, Eréndira se apenó tanto que sus mejillas se pusieron rojas. Agusto se sintió muy apenado de igual manera y lo demostró desviando su mirada.
-Creo que aún tenemos mucho que hablar al respecto.-Sugirió Ricardo un poco seco al momento de hablar. -Pero antes de eso me gustaría que el tema no se tocara hasta que pase la boda de mi hija, en su momento hablaremos de ello. ¿Les parece bien?
-Por supuesto, estoy de acuerdo con eso.-Agusto respondió con una voz más gruesa, la pena que sintió le hizo poner esa protección con su boca.
-De acuerdo su majestad, mil disculpas.-Jacinto entendió que se había equivocado con ese comentario y no le quedaba más que aceptarlo.
Algunos de los magistrados que hasta entonces habían desconocido esa noticia, escucharon y comenzaron a atar cabos por la reciente e inesperada llegada de un soberano tan lejano, el cual últimamente se hizo famoso por su desgracia.
Erendira no pudo dar una respuesta o alguna opinión, pero en su mente no estaba hacerlo. A pesar de su decisión y su valor parecía muy débil en la sección del amor y el como llevaría eso en su vida. Lo único que pudo hacer es caminar muy cerca de su prima, iniciando el recorrido en el palacio.
-¿Te vas a casar con ese?-Se acercó la princesa con su prima para interrogarla susurrando. Estaba muy impresionada por lo que su padre había dicho.-Mi padre no puede obligarte a eso, yo hablaré con él y pediré que decline esa tontería.
-No te lo dije porque se suponía era un secreto hasta después de tu boda.-Eréndira respondió a su prima, susurrando de igual forma. -Yo acepté, tu padre se iba a rehusar pero apoyó mi decisión.
-¿Qué?, ¿estás loca?-Habló un poco más fuerte provocando que todos la miraran.-¿Por qué hiciste eso?
-Calma prima, todos están mirando.-Pidió Eréndira al darse cuenta de las miradas.-Te contaré bien más tarde, por ahora no digas nada.
-No me convence mucho tu respuesta pero está bien, en cuanto tengamos un espacio me contarás todo.
La princesa no preguntó más pero en su mirada podía verse la incertidumbre que esta noticia le había ocasionado.
Jacinto se acercó al caballo que cabalgaba su rey, lo hizo para iniciar el recorrido por el gran salón.
Erendira y Agusto estaban a unos cuantos metros de distancia pero en momentos podían cruzarse sus miradas. Ella le había fascinado al rey del norte, se sintió atraído desde que la vió, pero su confianza no estaba muy elevada pues no se sentía atractivo.
Erendira por su parte no podía negarse sentirse interesada por aquel rey, no dejaba de mirarlo y nuevamente se hizo cientos de ideas, todas visualizando una vida a su lado como la reina de aquel lugar. Aún más importante, como la esposa de aquel interesante rey.

El Rey Lisiado Donde viven las historias. Descúbrelo ahora