Capitulo 16

46 27 0
                                    

Todas las personas ahí reunidas permanecían de pie a excepción del rey Ricardo, su esposa la reina y por supuesto Agusto quien por su condición no podía estar de otra forma.

El cansancio en las piernas ya comenzaba a sentirse. Habían tenido reuniones largas pero aquella era especial y particularmente estresante.

Los soldados estaban cumpliendo su trabajo resguardando perfectamente las entradas y al prisionero que en ningún momento le habían dejado levantarse.

—¿A qué te refieres con qué tiene una prima aquí?—Preguntó el ministro de interiores a Eréndira.—¿Cómo se llama dicha joven?

—Casilda Romero. Trabaja dentro del castillo de limpieza.—Dijo ella muy seria.

—¿Y cómo sabe que esa joven le ayudó?—El ministro siempre quería ir más allá para corroborar la información.

—Al ir a los jardines para investigar un poco, dos de sus compañeras me dijeron que hacía días que ella no se presentaba y después de eso la encontraron llorando...en ese momento les confesó todo.

El ruido ahora fue de sorpresa e indignación por todos los ahí reunidos. No concebían semejante cosa y más aún que las acusaciones fueran tomando un mejor rumbo para comprobar que el delito se iba a cometer.

—Puedo mandar a traerla aquí a la corte para que declaren.—Erendira sugirió mientras miraba a su tío.

—Su majestad.—Interrumpió el ministro nuevamente.—Ahora ¿Vamos a creer en el testimonio de dos mujeres plebeyas? Nuevamente veo chismes y no pruebas.

—Entonces ¿Tampoco puede creer en mi palabra ministro?—Erendira hizo el mismo reclamo que Agusto en su momento. Esto provocó una sonrisa muy notoria, se estaba enamorando de esa mujer.

—Yo no dije eso mi lady, solo estoy reafirmando que estamos acusando sin pruebas contundentes.—El ministro bajó el tono de voz, se sentía intimidado por ella y su reacción.

—Su consejo es escuchado al igual que el de todos pero la desición es del rey.—Dijo ella sin bajar el tono.

—Este hombre es primo de esa mujer y le ayudó a entrar y planear el siguiente atentado.

¿Sabemos dónde encontrar a esa mujer?—Preguntó Ricardo interesado en el tema.

—Si mi rey, mandé a investigar y se está quedando en casa de un familiar.

—Muy bien, hagan que venga esa mujer lo más rápido posible.—El rey Ricardo estaba sacando paciencia de donde ya no parecía haber.—Si este hombre no confiesa, ella seguro lo hará.

—Si yo decido contar algo, ¿Se me promete dejarme en libertad?

El acusado había hablado para sorpresa de todos los ahí reunidos. No se imaginaban que hiciera otra cosa que negar la acusación.

Era un hombre fuerte, de 1.78. Cabello negro, piel morena y un semblante de rudeza pero también de vivir la vida bien.

—Si tu confiesas y nos das la información que requerimos para ayudar al príncipe.—Dijo Ricardo muy interesado en oírle.—Te prometo inmunidad en mi reino y que podrás marcharte en paz.

Agusto no dijo nada, entendió y apoyó la decisión de Ricardo por poner la vida del príncipe primero antes de cualquier tipo de venganza. Lo aplaudió en silencio y dejo que todo fluyera.

—Muy bien espero que mantenga su palabra. Nunca me ha gustado esa familia de todas formas.—El acusado levantó su rostro en forma retadora. Mantuvo su mirada firme y comenzó a hablar.

—Todo lo que dicen es cierto pero no importa pues el plan ya ha sido efectuado.

—¿A qué te refieres con eso?—Preguntó Ricardo intrigado.

—Después del fracaso inicial se acordó un nuevo plan en el que se atacaría a los tres reinos involucrados en esa alianza.—Su voz y sus palabras daban mucho misterio a todos ahí.—Para empezar el príncipe ya debió haber sido asesinado, uno de los guardias se disfrazó para entrar en su habitación. En estos momentos debe estar muriendo. 

Todos se sorprendieron por dicha confesión, en especial el rey Wilson que había escuchado aquella noticia.

—Su majestad, el rey Ricardo frente a mi. Morirá envenenado, se colocó esa toxina en su vino ayer por la tarde. Estaban tan ocupados que nadie prestó atención a eso. En unos minutos a lo mucho comenzará a sentir el malestar hasta morir.

El rey Ricardo se levantó de la silla muy apresurado. Se tocó el cuello como reflejo de lo que acaba de escuchar. La reina también se alteró pero no tuvo palabras para dirigir la situación.

—Por último pero no menos importante queda el estúpido rey lisiado.—En ese momento el hombre giró las cadenas logrando sorprender a los consternados soldados y logró safarse para herirlos. Al quedar libre, se avalanzó contra el rey Agusto quien estaba muy cerca e incapacitado para poder escapar.

El hombre de verde lo tumbó al piso y con una daga lo amenazó para que nadie de moviera.

—Antes de darle muerte. Me pidieron que le diera este mensaje.—Levantó su mano con la daga en ella y apunto para clavarla en él.—Su familia en este momento marcha para tu reino. Antes de llegar ya se habrá esparcido el rumor de tu muerte y será muy fácil tomar el reino. Claro que habrá algunos leales a ti aún pero esos caerán fácil. Sin generales y sin ti para dirigirlos serán un caos. Además la mitad de tu ejército está aquí así que nos lo has puesto muy fácil a todos. Tu reino caerá y ninguno de los otros dos reinos podrán contra nosotros. Tendremos aliados gracias al control de tu reino. Así que tranquilo que tú trono descansará en mejores manos.

El hombre de verde clavó la daga en el el pecho de Agusto justo a un lado del corazón, el rey que se había convertido en la víctima solo pudo gritar de dolor e impotencia de estar en esa situación.

Erendira por su parte gritó desesperada por aquella tragedia.

—¡Guardias, guardias, apresenlo inmediatamente!

Aunque los guardias llegaron lo más rápido que pudieron, el hombre ya había cumplido su cometido y no puso resistencia, solo comenzó a reír de una forma que solo los grandes genios locos lo hacen.

El Rey Lisiado Donde viven las historias. Descúbrelo ahora