XXIII

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Ariana


—¿Qué deseas para desayunar? ¿Quizás algo para la resaca? Le puedo decir a mamá que te lo prepare. Ella todavía no sabe que estás aquí, pero seguro que le encantaría la idea de que te quedaras.

¿Cómo rayos es que terminé aquí? Su voz, escucharla de esa manera y con la emoción cargada en ella, me resulta casi imposible hacerle la pregunta que le daría sentido a todo el hoyo negro que tengo en la memoria. Es como si hubieran arrancado todo lo que pasó en las últimas horas. Pero es que no entiendo cómo, porque es que no recuerdo haber bebido demasiado.

—Con agua creo que sería suficiente, gracias.—Él sale de la habitación y la vuelvo a observar, todo sigue igual que antes. Las fotos, los pósters de su banda favorita, aquella plantita que le regalé hace unos meses atrás, todo sigue igual. Hasta mi ropa tirada por la habitación.

La puerta se abre y aparece con un vaso de agua, su sonrisa es la más grande de todas, y siento que el corazón se me encoje del solo hecho no poder recordar nada.

—¿Estás bien? Tienes esa cara, la de que hay algo que no entiendes.

—Perdón, Hugo.—miro aquellos ojos verdes que me cautivaron desde el primer día que lo vi.—Pero es que, ¿Qué hago aquí?

Y ahí está, esa mirada de decepción que quería evitar. Se aleja instintivamente de mí, me da el espacio necesario, o el que él necesita, para hacerme la pregunta que ahora le dará sentido a todo lo que pasó anoche.

—¿No recuerdas?—se pasa las manos por el cabello, y yo siento vergüenza de mí misma en este momento, incluida la decepción. Él ríe, pero no es la risa que siempre me daba. Es una de esas que les daba a las personas cuando le dijeron que yo no lo quería de verdad.—No pasó nada, Ariana. Cuidé de ti. Tal como lo hice en todo el tiempo que estuvimos juntos.

Se queda mirándome, y le retiro la mirada, porque acabo de darme cuenta de lo maldita que acabo de ser. O de lo que fui. ¿Cómo pude hacerle esto a alguien como él? ¿Cómo?

—Gracias.—le respondo, porque no tengo nada más para él, porque siempre le di lo poco que tenía, y él se conformó con eso.

—Te dejo, voy a salir. También aprovecha para que te vistas. Mamá saldrá conmigo. Puedes irte cuando quieras.

No puedo, no puedo más y me pongo a llorar. Lloro porque no puedo ser más estúpida, he perdido a un gran chico. A alguien quien es capaz de dar todo por mí, alguien quien de verdad me quiso, alguien quien todavía me sigue queriendo. Él siempre me ha dado todo y yo no pude darle lo mismo. Él se acerca y me abraza.

—Yo fui por ti, me llamaste.—me dice, mientras acaricia mi cabello, y me cubre aún más con la sábana.—Estabas demasiado ebria, hasta parecía que habías consumido otra cosa, ya sabes. Pero recordé que tú no eres así. Y también supuse que no, porque estabas con tu amigo, y sus amigos. Tu tío se acercó cuando llegué, te preguntó si me conocías, le dijiste que sí. Y viniste conmigo. Dijiste muchas cosas, pero ahora que me doy cuenta, creo que no eran para mí.

Sollozo más fuerte, y lo sujeto más fuerte.—Perdóname, en serio, perdóname.—le digo con desesperación.

—Lo fui entendiendo con el tiempo. Creo que al inicio me negaba a creerlo, pero al final tuve qué.

—Pero es que tú... Yo... No te merezco en serio. No puedo entender cómo es que aún me puedes seguir queriendo.

—Así es el amor, Ariana. Y te puedo jurar que ya no llores, porque estaré bien. Sé que pasará con el tiempo. Pero no me pidas que deje de amarte, porque aún no puedo. Por eso fui por ti ayer, porque no podía dejar que te pasara nada, ¿entiendes? Yo también quiero que estés bien.

NANA & GOGODonde viven las historias. Descúbrelo ahora