XVII

52 8 4
                                    

Zayra


Alzo la botella y bebo otro amargo trago. ¿Qué? Tal vez piensen que esto es patético, pero en ocasiones como estas es que cada quién decide cómo liberar y calmar su dolor. Y yo creo que es mejor esto a pensar en desaparecer para siempre, pero vamos, él no lo vale. Mis ojos ya se han cansado de llorar, y mi garganta de emitir quejidos. Arrojo la botella al bote de basura, pero no le atino y cae al suelo, haciéndose pedazos.

—Ag, ya ni buena puntería tengo.—entre la vista mareada que tengo, trato de recoger los trozos como puedo. Saco de mi bolso una bufanda que tengo y empiezo a envolver cada trozo. Ya no quisiera causar otro desastre.

Pero el desastre soy yo, cuando siento el dolor en mi dedo, y veo el líquido rojo brotar de la herida que me hice. Genial, voy a tener que inventar una excusa para decirle a mamá. Me siento en el suelo y ya no puedo más. Lo único que quiero es que todo esto pase, que pase, que pase y pase.
¿Estaría mal pensar en que a pesar de todo el dolor, me gustaría que Santi venga y diga que lo siente y volvamos? Hasta ahora, he estado pensando que él es como mi antídoto y veneno. Así como dice la canción.

«Y me amarra todo el vicio que ella esconde
Al consumirla me está consumiendo a mí
Soy de ella más no es mía
Es placer y es agonía, es antídoto y veneno
Como droga que me mata a fuego lento
Cuerpo y carne sin nada de sentimiento
Quiere mi cuerpo solo eso, sin amarme aún
Y yo queriéndole más todo momento»

Abrazo mis piernas y a pesar de que veo las cabezas de las personas al pasar en este amplio parque, hacer un gesto de negación, no me detengo. En esta vida ya nadie es empático. A veces solo necesitas a alguien a quien puedas contarle todo y sea tu salvavidas en este barco que se hunde en el océano. Pero vamos, ¿quién lo sería? Todos tienen sus propios problemas, y yo no quiero ser una carga más. Hundo la cabeza entre el hueco que hice entre mis brazos y mis piernas, suelto un suspiro pesado y aquí vamos otra vez, los ojos me escuecen, la garganta se me cierra y me preparo para llorar otra vez.

—Oye—me dicen, mi cuerpo da un pequeño salto al sentir una mano en mi brazo, levanto la mirada—, ¿todo bien?

Es un chico. La buzola que trae se parece mucho a la que Ariana le regaló a Thiago en su cumpleaños, o en navidad; ya no recuerdo bien.

—¿Estás bien?—repite—Seguro debe de ser sorda.—dice, y me hace unas señas extrañas.

—No soy sorda.—él se sorprende y a la vez se alivia.

—Eso es genial, porque no sé mucho más allá que preguntar en señas lo del "¿estás bien?"—eso me hace reír, y me sorprende cuando se sienta en el suelo conmigo—Me resulta algo extraño, ¿sabes? Tienes muchas bancas aquí en este parque pero, prefieres sentarte en el suelo.

—No, no es eso. Es solo que....

—¿Que...?—hace un ademán con su mano indicándome que continúe. Lo miro detenidamente, ¿será acaso un ladrón? Sujeto con fuerza mi bolso que es donde guardo mi teléfono y mi billetera. Y mis apuntes de la clase del profesor Sánchez, y vaya que eso sí que no quiero perderlo. Él lo nota y pone sus dos manos enfrente—¡No! No creas que soy un ladrón o algo por el estilo, tampoco pido caridad. Y menos pienses que te haré algo.

—¿E-entonces?—creo que del pequeño susto, se me fue lo poco de mareada que tenía.

—Soy parte de una organización: Apoyo amarillo.—y me muestra el pequeño pollito que tiene bordado en la buzola—No es muy conocida, pero brindamos apoyo emocional, psicológico y, algunas veces, económico a personas que lo necesitan.

—¿Y yo... se vio como que necesitaba ayuda?

—Pues desde que estuve sentado reflexionando en aquella banca, y escuché la botella rompiéndose me pareció que sí.—me escanea rápidamente y observa mi dedo herido— Y parece que también necesitas ayuda médica.

NANA & GOGODonde viven las historias. Descúbrelo ahora