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—Hasta que llega. —dijo Aemond recargado en Vaghar. —creí que tendría que sacarla de su cueva.

—No hubiese salido de todas formas. —dijo Aeysant admirando a la dragona. —¿Cuántos años tiene?

—¿Cuánto cree qué tiene?

—Su mirada está cansada. ¿Ciento noventa años?

—Doscientos.

—¿Es normal qué un dragón viva tanto?

—Hmmm, súbase.

—Claro, tengo tanta experiencia en dragones y en su montura que me subiré. —dijo y Aemond dejó salir una risa ronca.

—¿Necesita ayuda?

—Veré sí puedo subir, permiso Vaghar, voy a montarme en tu lomo, por favor, no me mates. —dijo poniendo su pie en una cuerda, subiendo poco a poco.

Aemond el cual no es conocido por tener paciencia tomó su cintura y la llevó junto a él, montándola en la incómoda y hecha de hierro, silla.

—Podía hacerlo.

—Y no lo dudo, pero mi paciencia es escasa, póngase al frente.

—Estoy cómoda atrás, gracias.

—Claro, sí va atrás puede caerse, lo sabe. ¿No?

—Ajá. —dijo, pero el peliblanco la tomó de la cintura y la sentó en frente de él.

—Ahora, agarre esas cuerdas lo más fuerte que pueda. —dijo en su oído.

—En mi vida he domado un dragón. ¿Cómo pretende qué lo haga?

—Aemond no respondió, acercó a Aeysant aún más a su cadera, acercando su cadera a la espalda baja. —de usted dependen nuestras vidas.

La menor no respondió, le gustaba sentir que tenía el poder, pero no encima de una dragona de doscientos años que probablemente no escucharía sus órdenes y se comería un árbol por no ver bien.

Tenso sus manos al sentir como la enorme dragona se elevaba, evitó ver el suelo, sabía que ya estaban muy alejados e intentar saltar sería un acto suicida y doloroso.

Sí no moría sus huesos quedarían demolidos.

—No lo haré. ¡Estamos a mil metros del suelo! Es de noche, no puedo ver tan bien.

—Sí no lo hace soltaré las cuerdas y le ordenaré a Vaghar que vuele más rápido.

¿Quería provocarlo? Sí. ¿Quería vivir? No. ¿Quería ser asesinada por una dragona gigante y caer a una altura de casi un millón de metros del suelo? Sonaba bien, pero no.

Con dificultad se pegó aún más al príncipe, sintió sus brazos rodear su cintura y sus muslos a sus caderas mientras ponía sus manos encima de las suyas, la oscuridad del cielo era evidente, hasta que subió dejando abajo las nubes, la luna y las estrellas iluminaban su camino, la iluminaban a ella, a Aemond y a Vaghar.

—Nuestra vida está en sus manos, de usted depende sí logra domar al dragón más grande de Westeros o morir.

Soltó sus manos y las pasó por su pantalón de seda, subió sus manos haciendo suaves círculos a los lados de su vientre, mientras sentía como su nariz estaba en su ropa, y de vez en cuando, juraría que sentía besos.

Sintió sus dedos subir, logrando tensarla completamente.

—Será un viaje largo, Vaghar sabe el camino, y yo disfrutaré cada segundo. —dijo dejando que sus manos tocaran parte del vientre de la menor, dejando su nariz cerca de su cuello, murmurando un idioma que le era difícil de entender. —issa byka rizmon zaldrīzes. —mi pequeño dragón.

𝐀𝖾𝗒𝗌α𐓣𝗍 ─ 𝐀𝖾ꭑⱺ𐓣ᑯ 𝐓α𝗋𝗀α𝗋𝗒𝖾𐓣Donde viven las historias. Descúbrelo ahora