Cap 19- Las sombras de un pasado doloroso.

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Una capa de color marrón cubría al minúsculo pueblo de Solovetsky en la isla del mismo nombre dentro del mar blanco al noroeste de Rusia cerca del círculo polar ártico, eran finales del verano pero ya el frio calaba hasta los huesos en esa desolada región poblada de campesinos que apenas podían sacar lo mas básico para su supervivencia de las tierras colmadas de piedras donde las herramientas se negaban a entrar, para complementarse debían aprovisionarse durante el corto verano con pescado sacado de las aguas que permanecían congeladas gran parte del año. Era una vida dura de trabajo intenso y poca retribución, en tanto el Zar disfrutaba de una vida de lujos y abundancia dentro de su Villa de Tsárskoye Selo donde rodeado de sus allegados hacían y deshacían a costa de un pueblo cada vez mas sumergido en la pobreza y la desesperanza. Pero aires de cambio comenzaban a soplar ya que entre aquellos campesinos y obreros las ideas de una nación mas justa se empezaron a anclar en sus mentes lo que terminaría por provocar la revolución rusa una de las mas cruentas de la historia.

Sin embargo nuestro relato comienza en 1900, mas exactamente un 28 de agosto sobre una loma a las orillas del pueblo donde una diminuta casa de madera carcomida rodeada de un añoso huerto de manzanos y albaricoques delataba la pobreza de sus propietarios, lo mas valioso sin duda era un par de vacas famélicas que mascaban hojas de col dentro de un establo de donde salió un anciano de alrededor de setenta y cinco años de cabeza calva y cuerpo enjunto que cargaba una pesada cubeta llena de leche con la que elaboraban los quesos con los que lograban sobrevivir o al menos les permitía poner algo de carne a la sopa de patatas que comían a diario.

--¡Pavel pavel!.-- gritó desde dentro de la casa una anciana de cabellos blancos casi de la misma edad que el hombre.

--¿Pasa algo mujer?.-- el anciano se acercó a la ventana para asomarse por ella al interior de la casa.

--¿¡Pero como puedes preguntar eso!? ¡claro que pasa!.-- respondió molesta por lo que consideró una impertinencia de su marido.

--¿Ya nació el bebé?.--

--Todavía no, y creo que ya se está tardando mucho.--

--¿Qué haremos entonces? aquí no hay ningún médico cerca.--

--Ve a buscar a mi amiga Alionna ella sabrá que hacer, ¡anda, mueve esos oxidados pies!.-- gritó con impaciencia la anciana.

El anciano dejó la cubeta en el suelo y comenzó a caminar lo mas rápido que sus arqueadas piernas se lo permitieron por un sendero cuesta abajo rumbo al pueblo.--Sólo a ese hijo nuestro se le ocurre irse con esa horda de revoltosos dejándonos al cuidado de su esposa embarazada.-- masculló entre dientes con enojo al recordar como su hijo que también llevaba el nombre de Pavel se había marchado un par de semanas antes con un viejo militar que llegó a la isla Solovetsky donde reclutó a un buen número de hombres jóvenes ansiosos de luchar por un país mas justo y con oportunidades aunque para ello se haya visto obligado a dejar a su esposa Annelise la cual estaba en avanzado estado de embarazo al cuidado de sus viejos padres.

Cerca de una hora después el anciano regresó acompañado de una mujer entrada en años ataviada con un escandaloso vestido color coral y una pañoleta azul cubriendole la cabeza que llevaba en la mano una cesta con extrañas hierbas.-- ¿Desde cuando le comenzaron los dolores?.-- preguntó sin pérdida de tiempo apenas entró a la casa.

--Desde la medianoche estuvo llorando y revolcandóse en la cama, hasta hace poco se tranquilizó.-- contestó la anciana.

--Ya es casi mediodía, han pasado muchas horas.--

--Estuve toda la noche junto a ella esperando pero no hay signo de que vaya a nacer pronto.--

--Eso lo veremos ahora.-- Alionna Vólkova caminó con la seguridad y hasta la autoridad que le daba su lugar como comadrona en toda aquella region donde en mas de una ocasión había sido la única persona que podía hacer la diferencia entre la vida y la muerte. Al abrir una vieja puerta de madera se adentró a una habitación oscura, pequeña y miserable donde sobre una cama se veía a una mujer de aproximadamente 35 años con el rostro sudoroso y fatigado.

Send me an angelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora