PRÓLOGO

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—«Jamie Narvona, ese joven al que todos vimos crecer profesionalmente a raíz de su aparición en el concurso nacional de música New Star, de TV7, parece que ha desaparecido, anuncian desde la discográfica. El autor de canciones como Oh, sweet Sunday; Honey, please, don't leave me o Golden hour no apareció en el recinto Calypso anoche, donde tenía programado un concierto que jóvenes de todos los rincones del país llevaban esperando durante meses. Desde la discográfica, su representante, Markus Lorsett, llama a la calma a su ejército de fans y alega que Jamie solo está temporalmente indispuesto. Declaraciones que chocan de manera directa con las últimas declaraciones de su casera, y que ha anunciado que el piso de Jamie vuelve a encontrarse disponible porque el joven ha abandonado la ciudad. Lo que ahora todo el mundo se pregunta es ¿dónde está Jamie?».

Giré la rueda de volumen de la radio cuando los chasquidos de la mala señal empezaban a desquiciarme.

Me froté los ojos. Había perdido la cuenta de las horas que llevaba en carretera. Era peor que un jet lag. Pero recordé al mecánico que dijo que a mi coche le quedaban dos telediarios porque llevaba recorridos una barbaridad indecente de kilómetros en las últimas 24 horas y una sonrisa afloró en mis labios. «Chúpate esa», pensé con la boca pequeña por no gafar lo que restaba de trayecto. Morir en mitad de la nada sería lo que me faltaba para concluir la serie de catastróficas desdichas de los últimos días.

No, necesitaba mantenerme optimista. Necesitaba creer que podría atajar el desastre. Necesitaba... mierda.

Cam me había llamado varias veces. La mayoría de las llamadas me llegaban a modo de mensaje porque la cobertura era errática. Además, nunca me gustó hablar cuando estaba al volante, ni siquiera con el manoslibres, menos cuando me estaba costando esfuerzo aguantar los lagrimones. Pero la razón principal de que no le cogiera el teléfono era que no estaba preparado para escuchar sus gritos de emoción. Ni su lástima. Todo al a vez. Cam era... A veces era demasiado.

—«Los escándalos que acechan a Jamie Narvona se han disparado en los últimos meses y es que parece que la fama llega a un alto precio. Fiestas colmadas de alcohol, una nada discreta vida amorosa y problemas familiares llenaban día sí, día también las portadas de las revistas especializadas. Está claro que Jamie ha sido para muchos un ídolo musical como no ha habido otro, pero pasó de ser el chico perfecto que presentarle a tu madre a verse el último nombre en la lista de modelos a seguir. ¿Qué opinas tú, Juliet?».

La voz de la mujer sonaba mucho más aguda que la del presentador entre interferencia e interferencia, aunque ambos tenían el tono particular de periodista que quiere sonar amable y cae de lleno en la condescendencia.

—«Creo que mi opinión será compartida por muchos oyentes, Thom. Parece que Jamie Narvona ha pasado de ser una New star a ser una Shooting star».

Risas. Odiaba esos programas. Activé en intermitente con el dedo y cambié de carril adelantando a una camioneta a velocidad de tractor. No me extrañaba. La carretera era un camino sin asfaltar y las únicas luces ahí eran nuestros focos. Era sorprendente que los ojos no me hubiesen fallado todavía, o las ruedas, o el motor. Acaricié el salpicadero para insuflarle ánimo, por si acaso.

—«¿Le pedirías algún deseo a esa estrella fugaz, Juliet?».

—«Pensarás que por mi edad pertenezco más al grupo de madres que veían en Jamie a un chico modelo, pero no puedo negar que también suspiré en la final de New Star con su actuación a piano, Thom. El deseo que le pediría es que, esté donde esté, vuelva al panorama musical de este país».

—«Vamos a compartir una vez más con todos nuestros oyentes el tema más exitoso de Jamie, Honey, please, don't leave me, y vamos a dedicárselo a él mismo. Por favor, Jamie, no nos dejes sin tu voz».

Anochece en Blue RibbonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora