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Jamie

Me duele tanto la cabeza que creo que me voy a morir. Entrecierro los ojos huyendo de la luz. No recuerdo la última vez que bebí tanto, ni siquiera en las fiestas infinitas después de los primeros conciertos; el inicio de mi debacle. Me coloco las gafas y bajo como puedo hacia la cocina. Hace menos frío que los últimos días pero aún aprieta. Me arrodillo frente al hogar y empiezo a rastrillar las cenizas para preparar un fuego nuevo mientras Hook me vigila. Me da miedo abrir demasiado los párpados por si el dolor estalla de nuevo y es así como prendo una pastilla de parafina y la coloco bien rodeada de piñas y virutas de madera que avivan rápido las llamas.

Cuando me giro hacia la cocina Duncan ya está aquí y me mira con el cuerpo apoyado junto al hornillo. Está sonriendo de una manera que me hace recordar cuando me encontré fideos de chocolate en el pelo. Involuntariamente me llevo la mano a los mechones, que me caen sueltos hechos un desastre y no tardo mucho en decidir que un moño es más digno en estos momentos.

—Buenos días.

Tengo la voz más ronca que de costumbre y la saliva pastosa. Hablar solo consigue que me retumbe más la cabeza.

Duncan me sirve una taza humeante y añade dos cucharadas y media de azúcar y una nube de leche, que es justo como yo me lo preparo. Lo miro como a un barista. Después acerca un plato con dos bollos de mantequilla y pastillas para el dolor de cabeza, todo su cuerpo se inclina hacia delante sobre los codos. La noche de ayer me pasa ante los ojos como un recordatorio de que quise besarlo. Me arrambla descubrir que todavía quiero.

—Buenos días, Jay. Bonito pijama.

Mi vieja sudadera de Queen jamás podría avergonzarme, ni siquiera manchada de lejía como ahora. No sé cuánto tiempo tardo en fijarme o cuánto tarda mi cerebro en mirar algo más aparte de sus labios, pero el Duncan que tengo delante tiene una brecha en la ceja y un derrame ocular.

—Estoy bien —dice antes de que abra la boca y hasta parece que se lo cree.

Me incorporo en la silla y lo atraigo del hombro para inspeccionar el corte.

—¿Cómo diantres te has hecho esto?

—Bailando.

Alargo el pulgar para palpar la zona de alrededor, hinchada y caliente; Duncan se revuelve como un potro, pero de un manotazo le retiro la mano.

—Ya, bailando... Estate quieto.

—¡Me estás haciendo daño!

—Eso es porque te mueves. No seas crío.

Miro la herida con mayor detenimiento y busco cualquier otro daño en el resto de su rostro, que mantengo entre las manos como si fuera mío.

—Hay que curarte ese corte.

Duncan no se queja cuando le digo que me espere aquí mientras subo al baño y regreso con las manos lavadas y algunas cosas. Se ha acercado al fuego y me espera sentado de rodillas en la alfombra; Hook está a su lado moviendo la cola. En esa posición son casi del mismo tamaño.

Tomo asiento en el borde del sofá. Hundo los dedos entre sus ondas cobrizas para despejarle la frente y creo que me recreo en el gesto. Recorro su nariz con la mirada y puedo ver con facilidad la desviación que detectó Camila. También tiene la barba más larga que cuando llegó y le cubre todo la mandíbula hasta enmarcar su boca, a reventar de pecas. Con la mano libre empapo una gasa y lo aviso de que voy a limpiarle la herida. Dun asiente y empiezo a recorrer el corte a toques suaves.

—¿Cómo sabes tanto de primeros auxilios?

Me habla tan cerca que capto con facilidad las notas de café que guarda su aliento cuando respiro hondo.

Anochece en Blue RibbonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora