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Duncan

No me ha costado mucho tomar la decisión; entre hacer lo mismo de los últimos días y colocar unas luces para una fiesta lo segundo es considerablemente más agradable. El agente Cliff parece encantado cuando le propongo que después de echar una mano en el ayuntamiento pretendo volcar mis esfuerzos en ayudar con el granero.

—Espero que encuentres un hueco para comentarle a la señora M lo voluntarioso que estoy siendo —le recuerdo mientras me alejo.

Las primeras horas de la mañana las invierto con Conrad en el ayuntamiento. Talaron algunos árboles para construir vigas macizas (algo me dice que en este lugar el acero ni lo huelen) y está siendo un trabajo titánico subirlas para armar la estructura del nuevo tejado. Contando conmigo, somos alrededor de quince personas, lo que debe de constituir la mitad de los habitantes de Blue Ribbon. A gritos nos vamos entendiendo con las poleas y, mientras sello las juntas de los ladrillos con cemento, me es inevitable recordar lo sencillo que parecía construir casas en la película de Siete novias para siete hermanos que tanto le gustaba a Stella. Si estuviese aquí señalaría mi muro para alegrarse de que me hiciese inspector y no albañil. Me tomo un segundo de silencio, ¿cuánto tiempo tiene que pasar para que me acostumbre a que ella ya no está? ¿Cuánto más voy a seguir imaginándola a mi lado?

Un señor con la jodida misma cara que Conrad sube todos los pisos. Después de pararse en una zona segura, se descubre la cabeza y con gesto agotado se abanica usando una boina a cuadros.

—¡Darcy! ¿Vienes a ayudar? —le gritan.

—Os traigo almuerzo para que os toméis una pausa. —Alza una bolsa de tela suficientemente cargada como para explicar su fatiga por subir tres pisos de escaleras—. También hay bebida.

—Espero que eso signifique cerveza —jadeo bajando de un salto de la escalera.

—Lo mejor para la cuadrilla.

Dejamos a un lado la faena y nos repartimos los trozos de bizcocho, las bebidas y los bocadillos. Darcy y Conrad son gemelos y aunque tienen la misma cara son difíciles de confundir. Darcy parece un escocés de zapatillas de felpa y vida tranquila mientras que Conrad es más corte Terminator. No creo que ninguno aguantase en la vida del otro más de cinco segundos.

—Buenos acabados —apunta una mujer negra a la que le relleno el vaso con cerveza fresca—. Tú debes de ser la última adquisición del pueblo. Soy Mia.

—Duncan.

Estrecho su mano y miro lo mediocre que es mi trabajo de esta mañana. No me gusta cuando la gente miente para no hacerte sentir de culo y ambos sabemos que si el lobo soplase y soplase no me gustaría estar en el pellejo del cerdito.

—Mi hermano dice que llegaste pisando fuerte, ¿piensas quedarte mucho?

—Me tomo unas vacaciones, pero volveré a la ciudad en marzo.

Me aclara que su hermano lleva el Spirit mientras que ella forma parte del equipo forestal, compuesto por vecinos de varios pueblos de la zona. Se lamenta de que no vaya a seguir por aquí en los meses de verano, cuando el pueblo se llena de vida porque las tres casas rurales que tiene empalman reservas semana tras semana.

—Quizá, si tienes suerte, consigas algún hueco.

Me aguanto las ganas de reír. Con lo que me está costando largarme, ni loco volvería a poner un pie voluntariamente en este valle.

—Se está quedando con James —comenta Conrad de pasada, quien me ha preguntado a diario si estoy cómodo allí.

—¿Con el maestro?

Asiente.

—Un tipo estupendo —digo con alta carga irónica, aunque es pronunciarlo y darme cuenta que en el fondo es cierto, de modo que lucho por disimularlo—, muy comunicativo. Hablamos durante horas.

—¿Se ha encontrado ya con Jasper? —se interesa Mia, mirando al resto del círculo—. Fue una lástima lo de esa pareja...

—Pensé que los casaríamos aquí —añade Darcy, que se ha sentado con nosotros a tragar tocino con pan y queso como si hubiese trabajado igual que el resto.

Carraspeo y se giran a mirarme. Un hijo de los Murphy que debe de rozar la veintena se inclina hacia delante y baja la voz, como si a esta altura pudiesen escucharle las personas que pasean en la calle. Debe de haber entendido que me interesa lo que están diciendo en lugar de que hablar de la vida privada de la gente a sus espaldas está de más.

—Eran uña y carne, no pasa a menudo porque tenemos poca afluencia, casi siempre turistas de fin de semana.

—O hijos de vecinos —matiza Mia—, y nos tenemos muy vistos...

—Cuando llegó el profesor congeniaron muy bien —continúa el hijo de los Murphy, esta vez dirigiéndose directamente hacia mí—, solo hizo falta que apareciera el cachorro para que la cosa fuera hacia adelante, pero después Jasper se mudó fuera y sanseacabó. Parece que ahora vive en Francia.

—Pensábamos que se iría con él.

La mayoría de presentes asiente. Es increíble lo mucho que les interesa la vida de James.

—Jamie no sale mucho del pueblo —confirma Conrad.

—Se quedó hecho polvo durante meses... Pobre chico, hacían una bonita pareja, debió irse con él.

—Nos habríamos quedado de un plumazo sin veterinario y sin maestro —dice el gemelo de Conrad.

—Para lo que ha servido... —responde un tipo medio calvo—. Nos marchamos a la ciudad porque aquí no hay futuro para nuestros hijos, Darcy. Para acabar con el despeñe de Blue Ribbon necesitas más que un maestro, necesitas darnos razones para quedarnos. Universidades, bancos, fábricas, empresas... Quedarme es condenar a mi Blake a vivir sin ambiciones. Bien sabes que si fuera por mí..., pero no me perdonaría hacerle eso a mi hija.

—Bueno, bueno, no desesperes. Tengo programada una reunión con el presidente territorial y estoy seguro de que esta vez conseguiremos llegar a algún acuerdo.

La charla insustancial con personas que me la traen sin cuidado no va a solucionarme la papeleta con mi comisaria y acabar el trabajo sí, de modo que me levanto y los dejo continuar su acalorada discusión para volver a coger un pegote de cemento y soltarlo sobre la nueva fila de ladrillos.

Anochece en Blue RibbonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora