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Jamie

No he dormido en toda la noche. Despedir a Cam nunca es fácil, pero me ha jurado por todos los pretzels salados que vendrá siempre que pueda y que intentará investigar en la ciudad cómo están las cosas. El problema es el mismo de siempre: mis padres. Siempre incansables, siempre tratando de dar con su hijo perdido, siempre luchando por volver a controlar cada remoto rincón de mi vida. Soportaría hordas de periodistas siguiéndome al baño con tal de que ellos se quedasen en su dichosa casa en su dichoso barrio y me dejasen en paz.

Y luego está lo de Duncan. No puedo sacármelo de la cabeza. Cuando me doy cuenta me descubro recordando el tacto de su pelo entre los dedos, su mano sobre mi tobillo o cómo se sentía su cuerpo debajo del mío mientras me besaba con tantas ganas como lo besaba yo.

Intento no pensar en eso y sigo adelante con mi rutina. Me levanto temprano, saco a Hook, entro a echar algunas horas en la panadería y me preparo para volver a mi escuela.

Cuando entran por la puerta, mis niños tienen las caras tristes. No me extraña, todos despedimos a personas importantes ayer. La escuela sigue congelada dado que ningún milagro navideño ha hecho que la caldera funcione, pero hacemos lo posible por cambiar el ánimo general.

-Anna -señalo a una de las más jóvenes-, haz el favor de salir al centro y contarnos mediante mímica cuáles han sido las cosas más divertidas que te han pasado estos días, ¿quieres? Si alguno cree saber a qué se refiere -añado, ahora de cara a la clase-, tendrá que levantar la mano y, cuando le dé la vez, responder en francés.

Las primeras dos horas son un poco más costosas, pero después la rutina nos sirve de refugio a todos. Practicamos Matemáticas con canicas, los mayores imparten la lección de Historia que debían prepararse y salimos de excursión al lago a comer al sol.

Cuando vuelvo hacia la casa de Emma pienso que Duncan no tendrá calzado limpio en la parte de atrás y me reprendo por haber vuelto a pensar en él cuando ya no es mi problema.

La primera semana tras las Navidades es de pura adaptación. Josh está resolviendo unas operaciones sencillas en la pizarra cuando tocan a la puerta. Doy por hecho que es Conn en un nuevo intento de mirar la caldera, sobre todo ahora que han subido un par de grados. En su lugar, es Duncan quien aparece.

Todos se giran a mirar.

Durante los últimos días no nos hemos cruzado y tenía que aparecer ahora, justo en mitad de mi clase. Está como siempre, guapo a rabiar, lo que me molesta el triple. La herida apenas se le nota y le han crecido la barba y los rizos. Cuando nos miramos parece que nada haya cambiado.

Como no abre la boca, soy yo quien se cruza de brazos desde el escritorio.

-¿Te has perdido?

Duncan revisa el interior de la habitación y levanta lo que parece la caja de herramientas de Conrad.

-Me mandan a mirar una caldera porque tengo cara de Super Mario. -Entonces se gira hacia mis niños y se acaricia la barba sobre el labio con los dedos-. ¿Creéis que debería dejarme solo bigote?

La clase se ríe, cómo no. Es el tipo de cosas que diría yo para disipar la tensión, así que me molesta que sea él quien se meta a mis niños en el bolsillo. Y que lo haga precisamente ahora que tengo la discusión lejana solo me recuerda todas las razones por las que lo besé.

Chasqueo los dedos conforme me giro hacia Josh, que en un intento por volver a su operación demasiado rápido acaba soltando la tiza en unos extraños malabares.

-En dos minutos quiero eso resuelto. Si alguno abre la boca en mi ausencia o le chiva el resultado, tendrá que hablar con la e el resto del día y además se perderá la excursión nocturna de este año.

Todos asienten y yo empujo a Duncan para sacarlo de mi aula. Tocarlo después de la última vez me calienta el interior del pecho, así que lo suelto rápido y anoto mentalmente reducir a cero nuestro contacto físico.

-Qué metodología tan original, ¿seguro que tienes el título?

-Eres la monda -ironizo-. Sígueme.

-¿Y qué es eso de la excursión nocturna?

No pienso entablar una conversación con él y dejar que me líe. Ni lo quiero ver ni quiero que hablemos ni quiero tener ningún tipo de interacción con él hasta que se meta en su coche averiado y se vuelva a su dichosa comisaría donde no pueda ponerme la vida patas arriba.

Me paro cuando llegamos al lugar concreto y palmeo la superficie metálica.

-Caldera, Duncan. Duncan, la caldera. -Al instante siento el paralelismo y me pongo rígido esperando que él no haya pensado lo mismo-. Intenta no estropearla más, ¿de acuerdo? Y si no lo ves claro, solo... no la fuerces. No tenemos otra.

-¿Para qué tenéis una caldera en la barraca esta, de todos modos?

-La escuela era una casa abandonada. Cuando la convertimos en escuela reutilizamos la caldera para que sirviera de calefacción interna y que los niños no se muriesen de frío.

Duncan repasa el paisaje con la mirada.

Por un momento creo que va a disculparse, o quizá simplemente quiero que lo haga. Sería tan fácil como eso: «Lo siento mucho, James, por todo». Por besarme de mentira, por pelearse con Jasper por razones sobre las cuales Cam tiene una teoría que me niego a creer. No puedo pedir tanto.

-James, yo...

Asiento con la cabeza, animándolo a seguir. Duncan se mira las botas. No estoy nada acostumbrado a verlo indeciso y lo ayudaría, pero este tipo de pasos tiene que darlos solo o no aprenderá nunca.

El jaleo dentro del aula llama su atención incluso antes que la mía y alza la cabeza.

-Deberías volver dentro.

Odio que tenga razón.

-O mejor dicho -añade, dejando la caja de herramientas a su lado-, deberees velver dentre.

Parece satisfecho de haberme sacado una sonrisa. Me cabrea que le sea tan fácil recordarme por qué tuve esperanzas en que podía ser algo más que un forastero insoportable.

Ninguno de los dos nos movemos.

-¿Todo bien por casa?

-No estoy entrando con las botas sucias.

Asiento, hundiendo las manos en los bolsillos.

-¿Esta es tu manera de disculparte?

Dentro vuelve a oírse jaleo. No lo puedo posponer más y señalo hacia el interior con la cabeza. Duncan no dice nada, así que empiezo a moverme.

-No vas a tener siempre una segunda oportunidad para decir lo que quieres decir, Duncan. Vas a tener que perder ese miedo.

Vuelvo al interior y sigo mi clase de la mejor de las maneras. Evito mirar hacia la ventana para no distraerme, pero cuando volvemos de almorzar hay una cara sonriente dibujada en la pizarra.

«Siento haber sido un idiota», la última palabra está censurada con asteriscos. Le agradezco que tenga en cuenta a los niños, que empiezan a hacer preguntas mientras me afano en borrarlo.

En otra parte de la pizarra se lee: «¿Me perdenes?».

Anochece en Blue RibbonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora