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Duncan

El tiempo se para unos segundos cuando ubico esa voz y entonces me levanto como si acabase de activar un resorte. Camila se acerca hacia mí con una cara de ilusión infantil que me hace sentir un mono con platillos. Tras ella, James aparece con la misma mala pinta que llevaba antes, pero cambiando la manta a cuadros por un abrigo y un gorro. El pelo le asoma por debajo y las gafas no tapan la cara que trae.

—De verdad que lo siento —dice nada más nuestras miradas se cruzan—, muchísimo.

Camila se gira a mirar a su amigo y después vuelve la vista hacia mí. No abro la boca y James tampoco parece seguir, lo que deja todo el silencio en manos de Cam, que agarra los barrotes con un dramatismo impresionante.

—Te hemos traído un rollito de canela y una cerveza.

No puedo apartar la vista de él. Es altísimo como un ciprés, pero la manera en la que se encoge con las manos metidas en los bolsillos del abrigo le da un aire sombrío. Verlo así me hace sentir menos cabreado, aunque no lo suficiente. Asiento y espero que Cam entienda que le doy las gracias. Ignoro la birra y cojo de lleno el dulce para darle un bocado rabioso.

James sigue sin hablar. «De verdad que lo siento» no arregla el hecho de que mi comisaria me haya confinado tres meses en este puto pueblo de montaña donde no llega la cobertura. Tres meses en este maldito triángulo de las Bermudas donde no tengo mi coche operativo ni a mi gente ni una casa que sea mía. No arregla que me hayan detenido frente a su puerta y no fuese capaz de abrirla para librarme del marrón, y por supuesto que no arregla que su presencia me irrite y que parezca que toda la gente de este pueblo solo lo nombre para cantar alabanzas. Ahora mismo no se me ocurre una persona que me sea más contraria. Si yo fuese una foto, James sería el negativo.

Trago sin apartar la mirada de su jeta y doy un nuevo bocado al rollo de canela. No he probado nada más delicioso en mi vida, pero me cuido de no demostrarlo para que se sigan sintiendo como el culo por esta situación.

—Sí que tenías hambre... ¿Y Omar? —pregunta Camila, buscando al susodicho—. Vamos a explicárselo todo y enseguida lo solucionaremos. Verás qué bien lo hace James, tiene una oratoria alucinante.

Parece que nombrarlo lo invoca porque la puerta se abre y Conrad entra seguido del agente Cliff.

—Gracias a Dios, hijo. Omar me ha encontrado saliendo del bar, ¡nadie te había visto! ¡James!

Cuando Camila lo saluda también, Conrad le extiende el saludo, pero va directo a disculparse ante James en mi nombre. A disculparse. Trago el segundo bocado con la fe de que el estómago lleno me relaje las ganas de liarme a hostias porque esto es alucinante.

—Precisamente he venido a disculparme yo, Conrad —lo corta James—. Si hubiese sabido que era Duncan quien estaba en el porche no habría dejado que Omar se lo llevase de esa manera. Ha sido un completo malentendido. Duncan es más que bienvenido en la casa.

Ahogo una carcajada porque la cara que pone al pronunciarlo es acojonante. Parece que lo obliguen a tragar su propio vómito. Supongo que me considera «más que bienvenido» tanto como se puede acoger la llegada de una gastroenteritis.

Los recién llegados miran a James sin comprender, solo que ellos lo hacen como si no dieran crédito a la posibilidad de que yo no sea un criminal que mantener encerrado. Camila se mantiene a mi lado sosteniendo la cerveza a mi alcance, pero el espectáculo de miradas nos tiene abducidos a los dos.

James continúa:

—Dime qué papeleos tenemos que rellenar para soltarlo.

—No es tan fácil, James... La comisaria de Duncan ha estado hablando con nosotros y parece que tiene que hacer noche aquí, sea un malentendido lo de hoy o no lo sea.

Anochece en Blue RibbonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora