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Jamie

Me limpio contra los vaqueros el polvo tizoso después de escribir en la pizarra los deberes para las fiestas. Blake, una de las veteranas, alza la mano después de girarse al resto de la clase. Con ella, este curso hemos sido siete alumnos, dos menos que el curso pasado, y la cifra continuará bajando cuando volvamos en enero. Es a lo que estamos abocados.

Me acerco hacia la ventana y le doy la vez a Blake. Fuera, Conrad sigue mirando la caldera, razón por la cual estamos todos con las chaquetas puestas y los gorros enfundados hasta casi la nariz.

-Profesor, ¿vendrá a patinar sobre hielo con nosotras estas vacaciones?

Retiro la vista de los cristales cuando las risas del resto de alumnos resuenan en el aula.

-Apuesto a que os encantaría ver cómo me caigo de culo, ¿no es cierto? -pregunto apoyando las manos en el borde de su pupitre. Toda la clase estalla en carcajadas, los alumnos más pequeños incluso se cubren la boca ante la mención de culo; desde luego, no dejo de granjearme amistad entre los padres-. Pero si tantísimo queréis algo así, estaré de lo más encantado de unirme algún día. ¿Me ayudaréis a levantarme todas las veces?

Los niños se ríen, pero responden a coro que sí.

-Es que sino ya no le veré -continua Blake.

Los alumnos que le quedan por delante se giran a mirarla. No es ningún secreto que la familia de Blake se muda a la ciudad a primeros de año.

-Prometo ir a patinar, ¿de acuerdo? Además, siempre podrás volver de visita.

Le dedico una sonrisa, pero toda el aula parece haberse sumido en un súbito decaimiento. Es en estos momentos donde uno demuestra que vale para el puesto.

Eugene tiene cuatro años, es el más joven, y se calienta las manos dentro de una de mis manoplas porque se había olvidado las suyas en casa. Eso me recuerda que apenas siento los nudillos.

-Eugene -le digo-, ¿tú vendrás también? Así me enseñas a patinar sobre hielo.

-¡Pero si yo no sé! -exclama con la nariz rojísima del frío. Los demás parecen olvidar que nos esperan despedidas.

-Entonces tendrás que venir para que aprendamos juntos.

-Pensaba que los profesores son los que enseñan las cosas -afirma Gretchen cuestionándolo todo, como siempre. La adoro, pero nunca lo admitiré ante testigos.

-Bueno, resulta que los profesores no lo sabemos todo. Nunca se deja de aprender.

-Pues mi papá lo sabe todo -escucho que dicen a mi espalda, obligándome a girar. Me muevo por el aula como una peonza. No me quejo, y menos con este frío.

-Tu padre es de lo más inteligente, eso es cierto, Josh.

El ruido de los nudillos en el cristal hace que todos nos giremos. Conrad saluda desde el otro lado y me señala que salga un momento. Me tomo todo esto como una señal y doy una sonora palmada que me vibra en los huesos del maldito frío. El gesto de dolor y arrepentimiento que me sale saca una risa a los alumnos.

-Bueno, ya está bien por hoy. Recoged vuestras cosas y todos a casa. Eugene -digo señalándolo-, tú espérame un momento aquí y ahora te acompaño, ¿de acuerdo?

El pequeño asiente y dejo que los demás recojan. Fuera, Conrad me mira subiéndose las gafas. El aire helado consigue que me encoja.

-Dime por Dios que son buenas noticias.

El párroco esboza una mueca con la que me dice todo, después niega.

-Esa caldera tiene más años que todos nosotros juntos, Jamie. Debe de haberse colado algún animal buscando calor, pero todas las piezas están tan heladas que es imposible aflojarlas.

Anochece en Blue RibbonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora