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Jamie

Después de un largo rato intentando convencerlo de que su plan está abocado al desastre, Duncan me despacha, no sin antes recalcar varias veces que ya he cumplido mi parte del trato (que era llevarlo hasta su coche) y que ahora él tiene que cumplir la suya (que es largarse de aquí). Nunca pensé, desde que abrió los ojos en el sofá de Emma, que pudiera ser un hombre de palabra. Mucho menos que sus ganas por cumplir un trato pesasen más que el instinto de supervivencia.

Está bien que dejase de responderme o me habría esperado allí hasta quedarnos a oscuras con tal de que dejase de ser tan terco y entrase en razón.

—No eres mi padre, ¿te enteras? —me dijo antes de convencerme por completo.

No, no soy su padre ni el padre de nadie, y no tengo por qué ir detrás de él para mantenerlo con vida cuando está más que claro que no es lo que quiere. De modo que vuelvo solo, dejo la moto de nieve en el garaje del padre Conrad y voy directo hasta mi casa. Necesito una ducha, un capuchino con triple de cacao y fingir hasta autoconvencerme de que este día solo ha sido un mal sueño.

Han retirado la nieve frente a la valla, pero el camino hasta la puerta sigue cubierto de blanco. Lo cruzo a zancadas con cuidado de no resbalar hasta llegar al porche y girar la llave en la puerta. Ni un paso doy en el interior cuando los inconfundibles ladridos de Hook suenan cada vez más cerca. Camila camina tras él, pero son las patas enormes y llenas de nieve de Hook las que me hacen perder el equilibrio. De culo en el porche recibo el saludo de mi perro, que no duda en revolcarse conmigo como si fuese parte del juego.

—La primera sonrisa de hoy, ya empezaba a preocuparme.

Miro a Cam desde el suelo y caigo en la cuenta de que es cierto. Me duelen las comisuras de sonreír, como si los músculos faciales no reconociesen el gesto. Tomo la mano que me tiende y me pongo en pie. Sus ojos escudriñadores me piden explicaciones y siento cómo toda mi cara se vuelve a tensar.

Me froto los ojos bajo las gafas y paso hacia el interior. La casa está helada porque no la piso desde ayer por la mañana. Voy directo al otro lado de la barra que separa la cocina y relleno el agua de la cafetera, ignorando a Cam.

—Bueno, James, ¿y bien? ¿Te tengo que arrancar las palabras?

Programo el modo y le pregunto si quiere café, pero me responde alzando todavía más las cejas; la amenaza velada me hace suspirar sonoramente.

—Pues nada, hemos llegado a su coche y nos hemos despedido.

—¿Y eso es todo?

La miro sin comprender.

—¿Qué más querías? Él quería ir hasta su coche para poder volver a su casa y yo lo he llevado.

Camila se gira en el sitio y bufa. Las murmuraciones por lo bajo forman parte de su personalidad, es fascinante que dé clases de física a adolescentes cuando tiene el mismo pronto que mis alumnos de preescolar. Con pasos bruscos sobre la alfombra llega hasta el hogar y se pone a retirar las cenizas antes de cargar leña seca, pero las murmuraciones siguen ahí como el zumbido molesto de una tetera. Hook se acerca hasta ella goteando agua de sus fauces y se deja caer en el suelo a su lado.

—Vale, Cam, suéltalo ya.

—¡Es que no me lo puedo creer! —estalla con los brazos abiertos—. ¿Lo has dejado irse? ¿Cómo lo dejas irse así? ¡Si estaba herido! Esta mañana estaba más frío que Walt Disney, y ¿cuántas horas quedan de sol?, ¿media? ¿Tenía gasolina? Dios, espero que tenga gasolina de sobra porque si se vuelve a quedar tirado sería una tragedia, con esa cara... ¿Crees que podrá sobrevivir? Tenía pinta de tipo duro, ¿no te parece? En plan superviviente de un apocalipsis.

—¡Pero si tú fuiste la primera que lo dejó irse! —digo nada más Cam se toma una pausa para respirar.

—¡Pero porque esperaba que tú hicieras de poli malo y lo retuvieses!

—Le hemos ofrecido refugio, un médico, comida, y no ha querido nada. Podemos ser hospitalarios pero no estúpidos, Cam.

Acuclillada frente a la chimenea enciende el fuego y yo me acerco a servir las tazas con el café recién hecho tras espumar la leche. La escucho pensar a pesar de los metros que nos separan; a veces, si no fuera porque es imposible a muchos niveles, pienso que Cam es una persona que he diseñado yo de lo mucho que la conozco.

—¿Pero crees que estará bien? ¿Crees que se acercará al pueblo a que lo mire el doctor?

No, quiero decirle que no lo creo. Que siendo sincero ni siquiera creo que su coche arranque.

—Claro —miento con una sonrisa que espero que sí sea sincera—, te dijo que lo haría así que seguro que lo hace.

—Lo estás haciendo otra vez...

—¿Haciendo qué?

Dejo su taza sobre la mesa auxiliar y me acerco al fuego en un intento de entrar en calor. Hook me mira de reojo, tumbado boca arriba y con el labio superior dejando al descubierto sus dientes en una mueca muy graciosa.

—Siendo un buen chico y diciéndome lo que quiero oír para que no me preocupe. —Pongo los ojos en blanco—. ¿Y tú estás bien? Con la decisión, me refiero, ¿no te estás torturando ni siquiera un poco?

Me señalo el pecho y alzo las cejas. Tengo la garganta ocupada tragando café.

¿Qué si me estoy torturando? No. Puede. ¿Un poco?

—Me repito que he hecho todo lo que está en mi mano y que, de lo contrario, sí me habría convertido en un auténtico secuestrador. Cosa que, por si todavía lo dudabas, no soy. Ahora tiene que cuidarse solito porque yo tengo más que de sobra con mi clase.

Cuando entro un poco más en calor dejó las botas secando junto a la estufa y la chaqueta sobre el apoyabrazos del sofá. Camila empieza a mirarme abrazando su taza caliente y una sonrisa sibilina deforma sus facciones hasta hacerla parecer un duende de orejas picudas y malas ideas. Es aterradora. Se inclina hacia atrás hasta apoyar la espalda en el sofá. Apenas parpadea.

—Entonces ¿te has lavado las manos con este asunto?

­—Exacto —repongo con orgullo.

—Muy loable —responde sin perder la sonrisa espeluznante, a la que suma un leve y cadencioso asentimiento—. Es decir, debe de haber sido dificilísimo para ti dejar de preocuparte por alguien con toda esa obsesión tuya por cuidar de todo el mundo y tener las cosas bajo control. No sé, James, estoy francamente sorprendida.

Sonrío hinchando pecho e incluso me permito una breve inclinación de cabeza.

Cam afila un poco más la sonrisa y vuelvo a ponerme alerta.

—¿Dónde dices que has dejado el walkie?

Levanta las cejas y le da un sorbito a su café. Bajo la vista a las trabillas del pantalón, donde normalmente afianzo el dispositivo. De ahí paso la mirada a la chaqueta, que tan bien cubría esa ausencia, y que ahora descansa lánguida sobre el sofá.

Camila no me da margen a defenderme y sus labios dan forma a una única palabra.

«Mazapán».

Anochece en Blue RibbonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora