12

49 12 24
                                    

Jamie

Han pasado horas desde que lo trajimos hasta el sofá de Emma. Horas desde que telefoneamos al pueblo vecino para hacernos con algún médico que pudiera venir, pero hasta que limpien las carreteras mañana ninguno llegará hasta aquí.

Hace horas desde que hicimos uso de nuestros conocimientos sanitarios básicos y le retiramos toda la ropa mojada por la nieve, le limpiamos la herida fea del muslo y lo vestimos con cosas del padre de Eugene. Vestir a un adulto corpulento no es ni la mitad de sencillo que hacerlo con un niño, más aún cuando el adulto corpulento pesa como un fardo y no aguanta la conciencia por más de unos pocos segundos. Por no hablar de que tiene más cicatrices de las que nunca haya visto, aunque las pecas que recorren su piel dorada le ganan en número. Ahora están todas a cubierto por varias capas de ropa que tratan de devolverlo aquí.

Está haciendo de lo más difícil que podamos darle de comer, pero entre todos no paramos de echarle leña al fuego y renovar las bolsas de agua caliente para tratar de caldear sus extremidades heladas.

Cuando vuelvo con una nueva bolsa rellena de agua hirviendo, Cam está sentada junto al sofá y mirando al desconocido con los ojos entornados. Da vueltas con una pajita a la taza de chocolate, la misma taza que llevamos horas intentando que se beba.

-¿Has encontrado algo en su maleta? -me pregunta curiosa-. Tenemos que descubrir quién es este tío... Tiene cara de luchador, esa nariz ha tenido que partirse varias veces. Por aquí y por ahí.

-Cam, deja de tocarlo, ¿quieres? -Niego con la cabeza y levanto las mantas a sus pies para cambiar la bolsa fría por la que traigo-. En su ropa no había nada salvo algunos tickets de comida y gasolina, pero ni rastro de su cartera.

-¿Y en la bolsa?

Niego. Me ha costado un poco cruzar la barrera de la propiedad privada, pero pensando que era cuestión de salud he tenido más alicientes. Además, después de quitarle la ropa mojada o sudada, rebuscar entre pantalones ha sido mucho menos violento. Aun así, no hay ni rastro de la cartera, de modo que o tenemos en el sofá a Papá Noel como pensó Eugene, o tenemos a una persona que podría ser cualquiera. Cualquiera con el cuerpo marcado como un galgo de caza y con una herida muy inflamada en el muslo. Entre esas opciones, Camila me devuelve una mirada que despierta todos mis miedos. No quiero creer que nadie pueda llegar tan lejos, menos cuando han pasado varios años.

-Yo me quedo, sal a estirar las piernas o a ayudar a Emma.

Me tiende la taza de chocolate, que dejo a mi lado en la alfombra, y ocupo su lugar junto al sofá.

El desconocido sigue durmiendo. Sus labios mantienen un subtono azulado, pero no tienen un color ni la mitad de preocupante que antes. Busco su mano para envolverla entre las mías, siempre calientes, mientras busco en su nariz las roturas que Cam ha tratado de adivinarle.

Podría ser luchador, supongo, sus músculos lo avalan. Pero también podría ser pescador, de la costa norte, que apenas queda a unas seis horas de Blue Ribbon. O leñador, salvo porque no huele a serrín por ninguna parte. Podría ser cualquier cosa, y llamarse de cualquier modo. Steve, Arnold, Billy, Jasper... Espero que no se llame Jasper. Igual que espero que no sea periodista. O detective. Y desde luego espero que no sea sicario.

El desconocido mueve los dedos entre mis manos obligándome a dejar de divagar. ¿Sicario?, estoy perdiendo la cabeza. La mente fantasiosa de Camila se me está contagiando demasiado rápido. Aprieto su mano, frotándole el dorso para estimular la circulación.

-Eh, hola, ¿me oyes?

Me debato entre decirle mi nombre y generar confianza, pero si es quien no quiero que sea, le pondría demasiado fácil localizarme.

El durmiente separa las pestañas con una lentitud atronadora. Todo él tiene un tono dorado de los que en Blue Ribbon no tenemos hasta que llegan los meses cálidos, de modo que verlo en mitad del invierno crea un contraste magnético. Como si un trigal se meciese en mitad de una nevada, inalcanzable para el frío.

Mantengo su mirada y sonrío. Esta vez parece que me enfoca con esos ojos avellana tan intensos y sus pupilas se dilatan con un tono de terror que daba por supuesto.

-Hola... -comienzo a decir-. Estás bien, ¿de acuerdo?, estás a resguardo. Te encontramos con ligeros signos de hipotermia hace unas horas, a las afueras del pueblo. Mañana podrá venir un doctor a evaluarte. ¿Cómo te encuentras?

Hablo despacio y vocalizando para asegurarme de que pueda entenderme y de que no me tome como una amenaza. Es el mismo tono que usaba al tratar con un alumno nuevo y me solía funcionar. Aun así, se toma unos segundos en mirarme fijamente sin abrir la boca. Alzo la taza de chocolate y le coloco la pajita sobre los labios como una invitación.

-Bebe un poco, te vendrá bien algo calórico... ¿Recuerdas cómo te llamas? ¿Necesitas que avisemos a alguien de dónde estás?

En cuestión de segundos el desconocido aparta la manta y se incorpora con torpeza en el sofá, una mueca de dolor cruza su rostro. El movimiento alerta a Hook, que no tarda en levantarse de su rincón junto al fuego y venir a mi lado. Me queda a la misma altura y lo agarro con firmeza del collar para que no asuste al convaleciente; sé que puede dar miedo por su tamaño.

-¿Quién cojones eres tú? -me increpa sacando pecho y rivalizando contra Hook con los puños en posición de ataque-. ¿Dónde me has traído, psicópata?

Anochece en Blue RibbonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora