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Duncan

Tres horas de viaje.

-All I want is, and all I need is... to find somebodyyy, to find sombodyyy.

Alargo la mano al vaso de café frío que tengo en el portabebidas del coche y le sumo un trago mientras suena Kodaline por los altavoces. Me la sé de memoria porque es un temazo.

-If you love me, why'd you leave me? Take my body, take my body.

Ya es noche cerrada, lo que dota a la excursión de la magia propia de los secretos. Satburry queda muy atrás y aquí solo estamos la carretera, mi pequeño y yo. Y Stella, que de algún modo siempre la siento conmigo. La imagino sentada a mi lado y planeando todas las paradas de la ruta a la vez que divaga sobre las cosas increíbles que haremos allá donde nos dirigimos. La postal con su foto descansa en la guantera y me hace sentir menos loco. Lo justo para seguir adelante.

-Si estuvieras aquí -me atrevo a decir en voz alta tras una mirada fugaz a su imagen- me dirías que esta canción es deprimente. Tendrías razón, como siempre... Tenías un sexto sentido para saber cuando las cosas no estaban bien, cuando necesitaba patear algo... Mierda, Stels, ¿a dónde cojones me estás llevando?

Cinco horas de viaje.

-C'mon, Barbie, let's go party. Oh, oh, oh yeeah. Make me walk, make me talk, do whatever you please.

Llevo doce chocolatinas de barquillo, caramelo y cacahuete y la radio está empezando a fallarme, así que estoy tirando del recopilatorio de cedés que sobreviven debajo del asiento antes de sintonizar la música directamente desde mi teléfono. Aquí hay canciones que llevo sin escuchar siglos, discos que grabó Stella en su etapa adolescente y también hay algunos que pertenecieron a mi padre, como los Dire Straits, lo que empieza a convertir este viaje en una cápsula del tiempo. Si cierro los ojos, algo que no puedo hacer en carretera, podría imaginarme en el asiento del copiloto con mi padre, escuchando aventuras sobre cómo era patrullar Satbury en su época y la cantidad de delincuentes que habían conseguido atrapar Francis Loone y él. Se me caía la baba de orgullo.

Si mi padre estuviera todavía aquí, quizá Stella tampoco se hubiera ido a ninguna parte. Quizá yo no me hubiera hecho poli. Quizá no habría perdido la cabeza como dicen que he hecho. Podría seguir siendo un buen chico. Puede que me hubiera hecho mecánico. Incluso electricista. O habría abierto un bar de carretera con una gramola que solo tuviera temas de rock de los 80 y varias máquinas recreativas.

Pero papá hace años que no está, y a mí se me fue tanto la olla que dejé que me quitasen a Stella. Parece que todos los Vaughn pecamos de lo mismo, de sentir con una pasión incontrolable. Nuestro trabajo, la música... Incluso mi madre, que adoptó el apellido de papá, se contagió de esa pasión, solo que ella se la dedica a la familia.

Quiero pensar que no la estoy decepcionando al no acudir a la cena, pero no entraba en mis planes fingir unas navidades felices cuando ya no estamos todos.

Siete horas de viaje.

Dull Knives a todo trapo hace dúo con el rugir del motor de mi pequeño cuando sumo una parada más al trayecto, esta vez para aligerar la vejiga y cascarme un bocadillo en un bar de carretera. A esas horas el antro está desierto salvo por un par de camioneros, el empleado y yo.

Larry, según su chapita identificativa en el delantal, se inclina sobre el mostrador cuando me sirve un café y el bocadillo partido en dos sobre el plato. La mayonesa me gotea por los dedos al primer bocado, justo como a mí me gusta.

Anochece en Blue RibbonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora