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Duncan

La espera se hace densa como una noche de verano. Tengo la nuca perlada de sudor nervioso y se me eriza la piel cuando me roza el viento. Diciembre no se caracteriza precisamente por su temperatura cálida y el puerto no nos hace ningún favor. El aire marítimo golpea como cuchillos, pero estoy sudando de pura anticipación. Me alcanzo la nuca con la mano y siento en los dedos la cadena de plata, helada.

Stella.

Stella, Stella, Stella.

Sostengo la pieza entre los dedos fuera del cuello del jersey. Fuera también del chaleco antibalas. La plata destaca como un faro en mitad de la noche, una noche que lleva durando años.

Stella.

Siguen pasando los minutos cada vez más lentos, pero no me permito ni parpadear. Este es el caso de mi vida. El único caso que importa si es que quiero que todo esto tenga sentido. Si quiero que mis decisiones tengan sentido. Y tienen que tenerlo, porque de lo contrario...

Pero no ocurre nada. La nave sigue en silencio. El equipo al completo empieza a preguntarse lo que ocurre cuando los miembros con los que César tenía que reunirse no llegan.

Siento una mano contra mi hombro y ladeo la cabeza para encontrar a uno de los agentes negando con la cabeza.

-Se ha cancelado el operativo, inspector. Alguien debe de haber dado el chivatazo.

-¿César está dentro?

Asiente. Es todo lo que me hace falta saber.

Cojo el colgante y vuelvo a esconderlo bajo la ropa, donde su metal helado me quema contra el esternón.

Todavía tengo que aguantar cómo algunos compañeros me dicen que tuve suerte, que ahora tengo que ser la persona que Stella querría de mí. Honrarla, dicen, para que esté orgullosa del hermano que tiene. Que tuvo. Sé lo que diría de mí ahora, mientras ocupo el menor espacio posible tras el contenedor metálico del puerto, atravesando al otro agente con los ojos como si no lo viera. También sé lo que diría ahora, cuando niego con la cabeza y una sonrisa insolente, avanzando unos pasos y para agacharme a recoger una piedra plana que lanzo contra la nave con la fuerza con la que querría que se clavara en el cráneo de César. Porque no es a César a quien veo. Porque todos son iguales. Porque hay demasiadas Stellas en juego.

Vuelvo a sentir la sangre en los nudillos, el impacto contra el hueso rebotando en cada fibra de mi cuerpo y la dura realidad de que ni siquiera eso me devolverá lo que he perdido. Pero sigo golpeando porque si ni siquiera tengo fe en que pueda girar el tiempo, nada tendría sentido.

Un chasquido en la oreja me hace torcer el gesto y cuando bajo la vista mis puños vuelven a estar impolutos, aunque tensos.

-¿Se puede saber qué cojones haces?

-¿Inspector? -se une el agente al elenco de tocapelotas.

Ladeo la cabeza buscando aire. Siento que no puedo respirar con todo esto encima y ahueco el cuello de la ropa con los dedos. A mi lado, el agente me mira sin comprender y vuelve a llevar la mano a mi brazo para frenarme. Esta vez lo aparto sin miramientos.

En mi oreja, la voz del inspector jefe autoritaria por el auricular.

-Inspector Vaughn.

No respondo, en su lugar avanzo unos pasos hacia la nave dejando el operativo atrás.

-¡Duncan! -insiste mi superior por el transmisor-. Retírate, ya, es una orden. ¿No me has oído? ¡Operativo cancelado!

Cuando sus quejas empiezan a volverse cojoneras como una mosca en día de tormenta, me saco el dispositivo de la oreja, dejándolo caer del cable. El gesto no me impide imaginar la orden que está dando. «Paren al inspector». Quizá por eso, después de avanzar varios metros y desenfundar mi arma, siento los brazos del agente como una enredadera, frenando mi avance.

-Ya ha oído al inspector jefe Loone, inspector. Tenemos que prohirle la entrada.

A mitad frase ya he conseguido zafarme de entre sus brazos. La mitad de los agentes han perdido la forma física que lograron para superar las pruebas, de modo que un cuerpo a cuerpo se vuelve un juego de niños. No me cuesta dislocarle el hombro con un movimiento ágil e inmovilizarlo boca abajo contra el suelo, presionándole con la rodilla el antebrazo frágil.

A mi espalda otros activos se mueven, directos a por mí. Hoy veníamos a por César y resulta que al final del día el objetivo soy yo.

Con la mano libre tomo el dispositivo y lanzo un aviso lo más claro posible.

-No voy a dejar que César se largue de rositas, Loone. Si tengo que caer, me lo llevaré por delante primero.

Alzo la vista para buscar el contacto visual. El inspector jefe Frances Loone me mira desde su coche. Tiene la puerta abierta y desde aquí huelo sus ganas de correr hasta mí y detenerme. No puedo escuchar lo que me dice porque el dispositivo está lejos de mis oídos, pero sí me voy a asegurar de que le quede claro el mensaje.

-Si quiere frenarme, señor -le digo-, tendrá que disparar.

Abro el agarre de los dedos y el micrófono cae de nuevo, lacio sobre la lona del chaleco. Veo cómo Loone se lleva las manos a la cabeza un segundo, asimilando que voy de por libre, y se agacha para hacerse con el micrófono y dar una orden. Orden que no puedo oír.

Cierro los ojos un segundo y respiro hondo. Stella me querría parar, pero mis pies avanzan de nuevo mientras preparo la pistola. Solo necesito un tiro. Un tiro para abatir a César. Un tiro para ser abatido y tener el final que merezco. El final que me quitó a Stella antes de tiempo.

A mi espalda escucho pasos. No sé cuántos agentes habrán salido a por mí tras la orden de Loone, incluida Jo, que me conoce más de lo que debería hacerlo. Pero no pienso parar.

Y no lo hago.

Anochece en Blue RibbonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora