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Jamie

De camino a la parroquia me pregunto una decena de veces qué narices estoy haciendo en mis vacaciones navideñas. Es decir, se supone que hoy estaríamos en familia, con Cam, Eugene y los demás; quizá hasta iríamos a patinar sobre hielo como le prometí a mi clase y tendríamos un increíble día de Navidad. Es la época que más me gusta del año, y más aquí, donde todo parece sacado de una película. Blue Ribbon es así, como una postal de las que ya no existen. Sin embargo, el plan de hoy se resume en ir a por la moto de nieve de nuestro párroco y rezar para que un forastero desagradecido que piensa que sería capaz de secuestrarlo no se adentre en la montaña.

No sé qué decisión me ha conducido a este momento. O peor, sí lo sé pero me da rabia saber que volvería a correr hacia él en mitad de la nieve. Lo haría todas las veces. ¿Qué clase de persona actuaría diferente? «Él», pienso con los nudillos cerrados sobre el walkie mientras camino hacia la parroquia. Seguro que él se daría la vuelta y se lavaría las manos si se hubiese encontrado en mi lugar. Puede incluso que se acercase a buscar si llevo algo de valor en los bolsillos. Encontrarían mi cadáver congelado en primavera, varios meses después, con la chaqueta abierta y con la cartera a un par de metros, abierta y desplumada. Y a pesar de todo alcanzo la parroquia y empujo la puerta, siempre entreabierta.

Los muros son de piedra y con medio metro de profundidad, convirtiendo el edificio en un búnker recubierto de madera y con la mejor acústica de todo Blue Ribbon. Cuando pronuncio el nombre de Conrad me lo recuerda, igual que una invitación, y los ojos se me van de manera automática -aunque muy breve- hacia el pequeño órgano con el que contamos. No me permito distraerme con esto, no cuando un hombre insoportable puede estar en peligro.

-¿Con? -vuelvo a llamar, recorriendo la estancia entre los bancos hacia el altar donde oficia todas las misas-. ¿Conrad?

La vocecilla de Josh, todavía aguda, suena el doble de potente cuando aparece tras una puerta.

-No está aquí, profesor Jamie. Lo ha venido a buscar mi padre porque una de las vigas del ayuntamiento ha cedido por el peso de la nieve.

-¿Anoche o esta mañana? -pregunto, temiéndome lo peor. Josh sacude la cabeza.

-Anoche. Lo hemos descubierto porque papá quería revisar unos papeles, y cuando hemos llegado al tercer piso...

Ese viejo ayuntamiento cualquier día se vendrá abajo con alguien dentro, todos lo pensamos, aunque nadie quiera creérselo. Es una metáfora perfecta de lo que es vivir en un pueblo pequeño a estas alturas de la globalización, una muerte lenta. Nos quedamos porque el mundo exterior asusta demasiado, pero quedarnos acabará con todos nosotros del mismo modo, igual que la nieve. Va cayendo, lenta pero continua, y algún día las vigas dejarán de poder soportar el peso.

Coloco la mano en el hombro de Josh. Sé que no está asustado por el tejado del ayuntamiento, más sabiendo que no había nadie allí la noche del desastre, pero su padre es el pilar de su familia y de algún modo canaliza sus preocupaciones.

-Me han dicho que me quede aquí para avisar de que hoy no habrá oficio, pero esto es un rollo.

-Anda, te libero del castigo, yo me encargo de poner una nota en la puerta para dar por avisado a cualquiera que se acerque, ¿te parece?

Antes de que acabe la frase Josh ya me grita las gracias mientras recupera su chaqueta y su gorro y sale de nuevo al exterior. No debería sorprenderme nada de esto, pero no acabo de acostumbrarme a la espontaneidad de los niños de este pueblo, como si no pertenecieran a la misma especie de mis antiguos alumnos, antes de que mi vida cambiase por completo.

El hocico helado de Hook contra los nudillos me recuerda que tenemos una misión por delante y que, aunque Conrad no pueda ayudarme, sigo necesitando su moto de nieve. Decido dejar una nota en la puerta y dirigirme hacia la plaza.

Anochece en Blue RibbonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora